La
condición sine qua non para que Esquerra Republicana de Catalunya facilitara
con su abstención la investidura de Pedro Sánchez era
la constitución de una Mesa de diálogo entre los gobiernos central y
autonómico. Se llegó a dicho acuerdo y los diputados de Junqueras allanaron la investidura, cada
cual con la importancia, poca o mucha, que concedían a la gobernabilidad de España.
Si
la Mesa se consolida el gobierno de coalición se mantendrá y ERC se consolidará:
se podrán aprobar los Presupuestos Generales del Estado, se abriría un nuevo
ciclo político en España con la posibilidad de nuevos avances democráticos.
Ahora bien, la Mesa tiene un problema: al ser un instrumento de diálogo entre
ambos gobiernos, será Quim
Torra quien, haciendo un esfuerzo inaudito por el trabajo que ello
representaría, tendría que presidir la parte catalana. Error inmenso de ERC al
plantear la mesa con esa característica. ¿Por qué lo hizo? Con toda seguridad
para que el acuerdo con el PSOE tuviera mayor capacidad de digestión en las
diversas hermandades del independentismo y por la idolatría de ERC hacia la
figura institucional del presidente de la Generalitat sea éste Agamenón o
Menelao.
Ahora bien, Torra no tiene ningún interés en que ERC se consolide y
mucho menos en que España haya gobierno, y si lo hay mejor que sea de la España
de secano y orinal. Por lo que el diligente
Torra torpedeará ad nauseam la Mesa de negociaciones o conversaciones, o como
quiera llamársela. En resumidas cuentas, la cosa sigue como el tiempo:
borrascosa y con vientos huracanados. Toquemos madera: podríamos quedar atrapados
en la tempestad.
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