He escrito «provaricar», no prevaricar.
La
Brigada Aranzadi estaba molesta por la pérdida de
protagonismo y su fracaso a la hora de impedir la investidura de Pedro Sánchez.
Por lo que decidió quemar sus naves y dar el do de pecho, Por lo que retoma el constructo
medieval del Fiat iustitiam et pereat mundus, o –lo que es lo
mismo-- aunque el mundo estalle, hágase
justicia. Y temerariamente decide inhabilitar a Torra y que Junqueras no puede ser
europarlamentario. La Brigada Aranzadi,
vestida de Junta Electoral Central, toma tamaña decisión en la mismísima víspera
de la sesión de investidura. Sus señorías son perfectamente conocedoras de que
las casualidades no existen. Las casualidades son metáforas de lo que se quiere
hacer adrede, a cosica hecha que decimos en la Vega de Granada. Y, puestos ya a aprovechar las
no casualidades, la Brigada Aranzadi,
disfrazada de Junta Electoral Central, decide provaricar. Nota bene: no he
dicho prevaricar, sino provaricar.
Las consecuencias de esta «provaricación» son
las siguientes: embarrar el contexto político, obliterar las posibilidades de solución
del pleito catalán y mantener la técnica de la judicialización de la política, que
parecía estar en retirada en las últimas semanas. La judicialización de la política
tiene además un aliciente en tanto que abrevadero de la Brigada Aranzadi y asimilados. Pero
la judicialización de la política, tras esta provaricación, tiene una novedad: aparece
una lucha anárquica entre las competencias de la Junta Electoral y el Tribunal Supremo.
Conclusión: todo lo que tocan nuestras extravagantes derechas se echa a perder.
Mientras escribo Pedro Sánchez está interviniendo.
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