jueves, 17 de octubre de 2019

Barcelona, de las sonrisas verticales al fuego




De momento el independentismo tradicional, en sus congregaciones políticas y movimientistas, ha perdido el control de la movilización contra la sentencia del Tribunal Supremo. La dirección de lo  que más estridentemente se mueve está en manos de grupos aparentemente incontrolados. Del pacifismo de las sonrisas se ha pasado al fuego. En Barcelona 250 hogueras ha contabilizado el consejero de Interior Miquel Buch. El kumbayá se ha traslado al incendio del mobiliario urbano. Dato de interés: en todas estas movilizaciones los gritos predominantes (mejor dicho, únicos) no han sido de solidaridad con los presos, ni denuncia contra la sentencia. En ellos, además, el enemigo principal eran los Mossos de l´Esquadra. Se oyeron, además, numerosos graznidos contra Buch y la jefatura de la policía autonómica. Torra sigue negándose a desautorizar tan vandálicos actos. Sigue sin apoyar a su policía. (A últimas horas de la noche, cuando ya no quedaba mecha para arder, desautorizó melifluamente a los violentos, a los que llamó «infiltrados»). 

No es para tomárselo a broma. Lo que está sucediendo es grave. Digámoslo con claridad: los aparentemente incontrolados están perfectamente organizados en una clandestinidad conocida y autorizada, al menos, por el vicario Quim Torra: mitad monje, mitad soldado. Más todavía, sabemos de muy buena tinta (con la edad se van teniendo muchos palillos) que la división en el govern es de tal calibre que, ayer mismo por la mañana, un grupo de consejeros pactaba el apoyo a Buch y a la dirección de los Mossos con la idea de interferir que Torra se dirigiera directamente al cuerpo. Mientras tanto, éste --armado de ardor guerrero --formaba parte del piquete andariego cortando la autopista, acompañado de aquel Ibarretxe infausto lehendakari. Entiendo que es un gesto de airada respuesta al gobierno vasco y al PNV que sigue sacándole los colores a los responsables del procés y sus postrimerías.

No sean ustedes ingenuos: estos aparentemente incontrolados, organizados en conocida clandestinidad, tienen un objetivo, que –como hemos dicho en anteriores ocasiones--  no tiene nada que ver con la suerte de los políticos presos. Tienen un diseño político claro: hacer que la actual situación catalana sea irreversible, impedir que, tras las elecciones generales próximas, la representación política del independentismo vote la investidura de un presidente pactista. Lo que pasa porque el independentismo de sang i fetge sea hegemónico en Cataluña. La situación, de momento, continuará tres cuartos de lo mismo.

O sea, movilizaciones que, con el tiempo, serán cada vez menos numerosas, pero más estridentes: las pacíficas velas votivas irán desapareciendo para dejar paso a las hogueras. Con la idea de quebrar el pulso del Estado. Todavía ignoran que aunque el Estado tiene los siglos contados, el independentismo ya tiene los años contados.

En todo caso, en la prisión algunos quizás se pregunten por el significado de las palabras de Fausto, dialogando con los doctor Wagner: «Lo que se necesita, no se sabe, / lo que se sabe, no se puede usar.» Así reza la primorosa versión castellana que hizo el profesor José María Valverde.


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