viernes, 14 de septiembre de 2018

Albert Rivera con el culo al aire




Albert Rivera, intentando cocear a Pedro Sánchez, se ha pegado una patada en su propio escroto.  ¿En qué cabeza cabe arremeter contra otro teniendo sus espaldas al descubierto? Eso pasa por ser  alocadamente intemperado y por tener bien arraigada la funesta manía de no pensar, tal como ha dejado escrito Paco Rodríguez de Lecea en Masters del Universo. Pero, sobre todo, porque el dirigente de Ciudadanos no ha leído a don Francisco de Quevedo. Don Francisco escribió los Sueños, una obra maestra. Allí hubiera podido leer Rivera, si no estuviera enzarzado continuamente en la murmuración espasmódica, El alguacil alguacilado.


Rivera ha buscado mugre en cabeza ajena, olvidándose de su propia inmundicia. Sánchez debe dar explicaciones sobre su tesis, exige alguaciladamente. Pero no cae en la cuenta de que su doctorado y sus másteres, que durante mucho tiempo aparecían en su currículum, eran el resultado de una imaginación hambrienta de titulitis. Hasta que alguien aconseja a Rivera que debe borrar de su currículo las distinciones que el mismo se ha regalado. Yendo por lo derecho: la actitud de Rivera se hubiera calificado de manera refinada en Santa Fe, capital de la Vega de Granada, como la propia de un tontopollas. Se aclara: esas pollas no son otra cosa que las gallináceas, que pululan por las charcas. Dejamos constancia de ello para diferenciarlo del calificativo de gilipollas, cuyo origen desconocemos. Mucho más contundente es lo de tontopollas, es decir, el tonto que va por pollas, sabiendo lo mal que saben.

Albert Rivera es la comidilla de toda la prensa, el hazmerreír de las gentes de secano y regadío. Sólo le queda un recurso: echarle la culpa a la secretaria. El alguacil alguacilado.

No hay comentarios: