Pasado
mañana se cumple el primer aniversario de la tragedia del 17 de agosto. Pasado
mañana miles y miles de catalanes llenarán la Rambla y las calles de Cambrils.
Serán dos expresiones rotundas, contundentes, de repulsa del terrorismo y de
solidaridad con las víctimas. Los ojos del mundo están puestos en Barcelona.
La
alcaldesa Colau ha manifestado que toda la
sociedad debe sentirse convocada. Así debe ser. Sin embargo, hay quien está
empeñado en cubrirse de inmundicia. El presidente de la Generalitat y sus
franquicias han recalado que ellos no acudirán a un acto que haya convocado
Felipe VI. Falso, tan falso como los viejos duros sevillanos de antaño. No
convoca el rey, convoca el Ayuntamiento de Barcelona. Es el primer intento de
desnaturalizar la convocatoria. Los hologramas del hombre de Waterloo, a su
vez, han contraprogramado una concentración en las puertas de la prisión donde
se encuentra preso el ex conceller de Governació, Joaquim
Forn. A pesar de que este caballero ha manifestado, al igual que hizo
anteriormente Trapero,
que no le utilicen para esos fines. Es una
forma oblicua de decirles que le dejen en paz. Los feligreses de la Assemblea Nacional Catalana mantienen la concentración en la prisión. Y con toda probabilidad enviará un comando para
que organice el chillerío contra la cabecera de la manifestación.
Podemos ha mostrado coraje político. Ha dicho
sin circunloquios que el Rey debe estar presente en la manifestación
barcelonesa. Porque nadie es quién para discriminar a nadie en ese acto. Porque
en esta ocasión no se ventila el dilema entre monarquía y república, sino otra
cosa: el rechazo sin fisuras del terrorismo y la solidaridad con las víctimas.
Es más, Podemos habla desde la autoridad de su republicanismo. Y, en este caso, con probada madurez política.
Por
lo demás, tengo la impresión de que el hombre de Waterloo –doble moral y doble
contabilidad-- intenta hacer una obscena
filigrana: indica que Colau y los comunes
tienen una querencia monarquizante y su republicanismo es pura filfa. Una
manera de señalarles de cara a las próximas elecciones municipales que «no son
de los nuestros». Los señoritingos mesocráticos son así. Lo dicho: doble moral
y doble contabilidad.
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