lunes, 6 de agosto de 2018

¿Fue Marx un pejiguera?





Cuando hace muchos años leí por primera vez la Crítica al Programa de Gotha saqué una conclusión muy propia de un jovenzuelo pretencioso: Marx me parecía en determinados momentos un pejiguera, que se peleaba con los organizadores de aquel famoso Congreso por unas nimiedades. Así lo dije en seminario clandestino sobre Marx cuyo objetivo era ponernos en forma. Nuestro profesor –un estudiante mataronés – no daba crédito a lo que oía. Su carácter tolerante, sin embargo, le llevaba, en este y otros casos, a darle acicate a nuestras intemperancias al tiempo que se esforzaba en razonar la argumentación marxiana. 

A mí me parecía que la crítica del Barbudo de Tréveris a sus cofrades, redactores del Programa, sobre el «trabajo» y la «fuerza de trabajo» era rizar innecesariamente el rizo. En todo caso, decidí por disciplina la argumentación de nuestro profesor: «la diferencia está en que el trabajo es lo que el trabajador hace y de lo cual no es dueño, ya que le pertenece al capitalista al trabajar para él, y la fuerza de trabajo es lo único que tiene el trabajador y es lo que ofrece a cambio del salario, de lo único que es dueño». Andando el tiempo entendí la argumentación. Marx no era un pejiguera, sino un pensador sutil. Paréntesis: lo que no quita que, años más tarde, un miembro de la dirección del Partido Comunista de España exigiera virilmente aquello de «menos marxismo y más cojones». Se cierra este inquietante paréntesis.

Me ha venido a la cabeza la ´pejiguería´  de Marx al recibir un correo electrónico de un viejo amigo, a quien llamaré Burriac. Burriac es un letraherido que no da puntada sin hilo. Mi amigo expone que «la cuestión central, de donde debe partir todo el análisis político y social, es la globalización». No estoy de acuerdo con su premisa mayor. Y de la misma forma que una hilera defectuosa de ladrillos es fatal para la resistencia de materiales de una construcción, entiendo que los ladrillos de su planteamiento son defectuosos y, por lo tanto, perjudiciales para cualquier tipo de análisis con punto de vista fundamentado.

Le respondo: «Querido Burriac, no es la globalización la madre del cordero. Es la incesante, veloz y profunda reestructuración de los aparatos productivos y de servicios el elemento central. Una reestructuración e innovación tecnológica que ha alcanzado unas proporciones insólitas. Esa es la madre del cordero. Y eso es lo que construye la globalización. De donde infiero que no se deben confundir las causas con los efectos. En todo caso, entiendo que bien valdría que nos viéramos las caras y ante un buen botijo de agua fresca y sendos abanicos podríamos debatir con parsimonia. Te espero, lejos de estas calores, en Trevélez. A partir de las ocho de la tarde, a pesar de la canícula, debemos ponernos un jersey. Tuyo en  Jenny von Westphalen». 

Marx diría que Trevélez no está en la Alpujarra sino en la altísima Alpujarra. ¿Pejiguerías? 






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