Escribe El dómine Cobra
Los escribas
sentados recibieron, en su día, el encargo de loar a Artur
Mas y darle el sobrenombre de el Astuto. Los fondos de reptiles fueron
naturalmente generosos con tales exageraciones. Más tarde, a Artur depuesto,
astuto puesto. Los fondos de culebras empezaron a subvencionar a los mismos
escribas que cambiaron el destinatario: el nuevo Ulises, camino de Itaca,
pasaba a Carles Puigdemont. De la astucia
del primero tenemos información de cómo acabó. La del segundo va camino de lo
mismo.
Mi amigo Paco Rodríguez de Lecea ha tratado --permítaseme
decir aquí «con jolgorio»-- el asunto de la astucia vinculado directamente al
Ausente. Lo hace en su post Tiempo muerto, antológico escrito que hará
sin duda las delicias de los militantes de la retranca santaferina, que allí
llamamos malafoyá (1). Hela aquí:
«No guardo memoria
clara de quiénes fueron los protagonistas, ni de las circunstancias exactas en
las que se produjeron los hechos, de modo que les ruego que no atiendan a los
pormenores sino a la sustancia del acontecimiento en sí. Se trata de un
entrenador de baloncesto que, a falta de digamos siete segundos para el
bocinazo final del partido, y perdiendo su equipo por más de treinta puntos,
pidió a la mesa un tiempo muerto. ¿Para arreglar qué? ¿Para dar vuelta de qué
modo al resultado? El tiempo muerto, sin embargo, estaba dentro de las
atribuciones reglamentarias del coach, y la mesa lo concedió. El técnico rival
pilló un mosqueo de cuidado y se negó a estrechar la mano del perdedor cuando,
agotados sin mayores incidencias los siete segundos que faltaban, los jugadores
de ambos equipos tomaron por fin el camino de las duchas».
¿Un entrenador
astuto? Yo diría que un mandanguilla, simplemente un mandanguilla.
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