Boceto para un análisis con fundamento
La situación política española es una descomunal
zahúrda de casi todos contra casi todos. Para terminar de embrollarla han
aparecido, de repente y sin aviso previo, el conflicto entre, de un lado, el
Poder judicial y el Gobierno y, de otro, entre el primero y buena parte de esa
sociedad civil que ha impugnado severamente la ya tristemente célebre sentencia del juicio de La Manada.
Mar de conflictos. Conflicto áspero entre los
pensionistas y el Gobierno; el conflicto catalán sigue vivo, agotando el tiempo
para formar gobierno en la
Generalitat de Catalunya; la situación de profunda náusea en
el gobierno de la Comunidad
autónoma de Madrid; las disensiones en el Ejecutivo con ministros como Montoro
y Catalá que bailan al son de su propia comba. La convención sevillana del Partido Popular –“para el rearme ideológico y
político de los de Rajoy”-- ha terminado en un estridente gatillazo. Un periodista tan temperado como Enric Juliana, que escribe con pie de rey, afirma en
La Vanguardia
que estamos ante un “caos total”. Todos sabemos que Juliana tiene sensores en
los cuatro puntos cardinales del chamizo institucional y político de la piel de
toro. Un caos total, que tiende a entrar en el terreno de la anomia. En
cualquier país tan descomunal batahola habría provocado la convocatoria de
elecciones generales. Sin embargo, Mariano se
aferra tozudamente a conjugar el verbo resistir. Un auténtico especialista en
organizar el pudrimiento de la situación.
En estos momentos lo más sensible es el conflicto
entre el poder judicial y el ejecutivo. Rafael Catalá
ha roto imprudentemente una de las reglas de oro del equilibrio de poderes:
enjuiciar la sentencia del juicio de La Manada y arremeter contra el magistrado que
emitió un voto particular. Así las cosas, tiene sentido esta pregunta: ¿va por
libre el caballero, responde al interés de todo el gobierno o sólo a una
fracción del mismo? Lo más plausible es que el ministro, reprobado en su día
por el Parlamento, haya visto la oportunidad de no desentonar –una vez al año
no hace daño-- con las importantes manifestaciones de masas contra la sentencia
y el asco generalizado al magistrado ´singular´. Es evidente que Catalá se ha
subido a la cresta de la ola usando todos los artificios que requiere el
nacional-populismo. Las repercusiones de la confrontación entre ambos poderes
pueden ser enormes.
Por lo demás, de las entrañas del Poder Judicial
surge una mirada despectiva hacia esa enorme parte de la sociedad que ha
impugnado la sentencia. “Es una turba enfervorecida”, ha declarado enfáticamente
el Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Navarra, de cuyo nombre no
quiero acordarme. Una extraña turba, todo hay que decirlo, que va desde doña
Ana Botín hasta la Comisión
de Derechos Humanos de la ONU. Es chocante
que tan sofisticado jurista se haya amparado en un insulto de estas
características, probablemente el más áspero que haya hecho un Magistrado en
los últimos cuarenta años contra la sociedad. Será difícil olvidarlo. Un
magistrado, no diremos singular, pero
sí muy particular. Tan particular que
ha usado el mismo lenguaje que los togados de los tribunales militares
franquistas y el de Orden Público: la sombra de Mariscal
de Gante es alargada. Y es que hay ciertos sectores en la judicatura que
sienten que su jurisdicción es un coto vedado a cualquier tipo de
observaciones; peor todavía, de crítica. En conclusión, la judicatura necesita
un profundo baldeo de cubierta.
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