viernes, 23 de septiembre de 2016

¿A quién le importa el debate Iglesias – Errejón?




«¿A quién le importa lo que yo haga? / ¿A quien le importa lo que yo diga? / Yo soy asi, why asi seguiré, nunca cambiaré», se preguntaba una joven Alaska hace ya algunos años.  Comoquiera que nadie respondió a la inquietud existencialista de la cantante, podemos colegir que no había interés en las preguntas y que, por tanto, no merecían respuesta. No parece ser este el caso del intercambio ciber epistolar de los más conspicuos dirigentes de Podemos, Pablo Iglesias el Joven e Íñigo Errejón. Según los medios escritos, radiofónicos, televisivos y otros de tosca lencería, dicho intercambio se publicita como conflicto interno; en cambio los protagonistas y sus allegados lo definen como debate en abierto. Ahora bien, como siempre pasa en estos casos, el hecho que merece más atractivo –morboso o no--  es o bien que se pelean o bien que debaten. Sin embargo, nadie entra en los contenidos de lo que dicen uno y otro. Es decir, el carácter orgánico de la polémica o de la ciber conversación es lo de menos. Así, pues, recuperando a la inefable Alaska, ¿a quién le importa lo que se dice?.

Realmente lo que dicen Pablo e Íñigo se puede reducir, sin temor a esquematismos, a: ¿se debe ir a degüello o con algo tan incorpóreo como el «tono»? Naturalmente, el esquematismo lo pone el medio, twitter que no contempla más que un reducido número de caracteres. Pero uno y otro han escogido deliberadamente dicho medio. De manera que podríamos llegar a esta conclusión: aquí no hay, al menos de momento, ningún debate sino el escarceo de marcar el territorio.  Y puede que vaya dirigido a los hinchas de sofá de cada cual. O a la militancia selfi.

En todo caso, se nos escapa la relación entre el ir a degüello de uno y el tono seductor del otro con las patologías que tiene la sociedad. Ni siquiera, en nuestra opinión, adquiere el carácter de una relación abstracta. Son, de momento, exhibicionismos estéticos de quienes parece que todavía no han digerido lo alcanzado hasta ahora, ni las potencialidades de la nueva fuerza política que representan.

En tiempos de normalidad se podría decir que estos comportamientos son fruto de la breve biografía política de Pablo e Íñigo. Pero yo presumo que este no es el caso: cierto, todavía llevan biográficamente poco tiempo, pero estos tres últimos años han transcurrido a una velocidad de vértigo. Tanto tiempo que incluso da la sensación de que se está agotando el poder enriquecedor de los primeros debates fundacionales de Podemos. Con lo que la amenaza de la banalización podría estar cantada. Tengo para mí que, si no se remonta ese proceso de banalización, podría llegar el momento de no saber qué decirse el uno al otro. Y ambos al conjunto de la sociedad. O de tirarse los trastos a la cabeza sin ningún tipo de argumento relacionado con el origen de la polémica.

Por lo demás, si Pablo e Íñigo están a la greña, ¿por qué iban a ser menos los de la confluencia catalana? Si las muchachadas madrileñas están dándose de palos, precisamente en esta coyuntura, ¿a santo de qué sus confluyentes amistades catalanas se iban a quedar quietos? Aquí, en tierras carolingias, se sigue la senda de la bronca madrileña, y –como decíamos el otro día— aquí tampoco hay debate, sino un altercado soterrado que se ha hecho visible. Voces amigas me informan que la exigencia vaporosa de Podemos Cataluña de pedir  «visibilidad», reclamada por Dante Fachín y una fámula de Lady Macbeth, se ha convertido ya en algo físico: que Joan Coscubiela ceda la portavocía de la Comisión de Economía y Presupuestos a la fámula mencionada. En caso contrario, se amenaza –posiblemente de manera ful—con romper la coalición. Digamos, pues, con Alaska que «¿A quién le importa lo que yo haga? / ¿A quien le importa lo que yo diga? / Yo soy asi, why asi seguiré, nunca cambiaré». Dejamos al inquieto lector que piense qué relevancia tiene para los intereses del público en general estos grotescos chicoleos.

Decimos grotesco porque, además, este encanallamiento se distingue por la ausencia, también en el caso catalán, de ausencia de proyecto de Fachín y de torpedeamiento de aquellos que, por lo menos, insinúan algunos retales de quehacer político.  Por eso, me permito evocar un sucedido, tal vez el más surrealista de mi vida militante. Pongan oído.

En una reunión del Comité central del PSUC, en puertas de que se partiera por la mitad, un dirigente histórico del partido, con todas las toneladas de la clandestinidad en sus espaldas, afeó la conducta de otro dirigente de su quinta y con los mismos trajines de conspiración, con este inaudita respuesta: «¿Qué me vas a enseñar tú, que en plena clandestinidad fumabas marlboro?». No importa los nombres de estos dos personajes, lo que interesa es el hecho en sí mismo. De donde podemos inferir –siempre aproximadamente--  que un partido puede romperse, o desaparecer después de la escena, cuando no se sabe qué decir a la sociedad. Vale. Dejemos las lagrimicas y asomémonos  al balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Mi amigo Javier Pérez Andújar tiene la palabra:  http://www.elperiodico.com/es/noticias/barcelona/texto-integro-del-pregon-javier-perez-andujar-5402985.




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