1.-- En no pocas ocasiones nos
hemos referido a la necesidad de que el sindicalismo confederal español proceda
a su auto renovación. O lo hace o –como dijo el mismísimo Toxo-- «se lo llevará el viento de la historia». Vale
decir que el primer dirigente de Comisiones Obreras no parece estar
suficientemente acompañado, ni de palabra ni en los hechos, por sus propios parciales.
2.-- Joan Rosell, presidente de la mineralizada CEOE, se ha dirigido
nuevamente urbe et orbi clamando por la total descomposición del trabajo: «el
empleo fijo es un concepto del siglo XIX». No parece que el presidente
desconozca cómo era el trabajo y el empleo en dicho siglo, pues en su biografía
consta –aunque no demuestra-- que se
licenció en Ingeniería industrial por la Universidad Politécnica de Barcelona. En
otras ocasiones le hemos oído personalmente decir que es doctor en Ciencias
Económicas, y esta titulación no consta en su currículo oficial. Sea como
fuere, sería imprudente decir que nuestro hombre es un indocumentado. Así pues,
a este caballero le atribuimos, con razón o sin ella, que está al tanto de los
acontecimientos y situaciones del siglo XIX.
3.-- No obstante, soy capaz de apercibirme de lo
siguiente: con este empresariado orgánico no vamos a ninguna parte. Y, dicho
sea de paso, puede producirse la auto renovación del sindicalismo, pero si no
se opera algo similar en las organizaciones empresariales seguiremos dando
vueltas sin ton ni son. Porque a Joan Rosell y sus merinazgos sólo le interesa
el poder omnímodo, esto es, sin controles en el trabajo que cambia y ejercer la
«violencia del poder empresarial», una formulación que dejó escrita, a
principio de los noventa, un jovencísimo Antonio
Baylos: léase Derecho del
trabajo, modelo para armar (Trotta,
1991).
4.-- La opción que ha tomado la CEOE, no sólo en
España, ha sido ésta: hay que poner freno al universo de los derechos sociales
(como primer paso a los democráticos), ya que creen ideológicamente que son un
mecanismo que obtura la acumulación de capital que, en su opinión, requiere
esta fase de innovación y reestructuración de los aparatos productivos y de
servicios. Con lo que el siglo XIX es ´su modelo´, dada la ausencia de derechos,
poderes y controles del movimiento de los trabajadores y del sindicalismo en el
centro de trabajo. Un siglo XIX donde el trabajo tenía un vínculo débil con la
política.
En síntesis, Rosell no se
refiere al modelo de empleo que existía en el XIX sino al paradigma general de
minusvalía política y social «del trabajo». En aquellos entonces a las
organizaciones obreras, sociales y políticas, les faltaba mucho pelargón.
5.-- Pues bien, comoquiera que nos encontramos
ante una exuberancia de significantes
vacíos (sea esto lo que quiera que sea) propongo otro más para que no se diga:
«Queridas izquierdas, a ver si nos espabilamos». Y lo completo con una
sugerencia a ustedes, las izquierdas de ayer y las de hoy: «¿Hace una lectura
de Bruno Trentin, por ejemplo, La ciudad del
trabajo en http://metiendobulla.blogspot.com.es/?
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