José Luis López Bulla
En su reciente artículo, ¡ADELANTE, SINDICATOS!, Quim Gonzálezseñala entre otras cosas de gran relevancia lo siguiente: «Es preciso reflexionar sobre por qué las organizaciones sindicales son vistas muchas veces como organizaciones ancladas en el pasado, poco innovadoras, con escasa conexión con los jóvenes y casi nula relación con los trabajadores cualificados o con responsabilidad en las empresas. Los porqués de que nuestros sindicatos sean sólo o esencialmente reconocidos por su discurso político general y por su protagonismo en la concertación social central, autonómica y local. Y los porqués de que la influencia sindical sea percibida casi exclusivamente por su peso institucional, y sea sólo desde este espacio donde aparecen en los medios de comunicación» (1). Aclaro: he puesto la palabra «influencia» en cursiva (que no estaba en el original) para llamar la atención de lo que será el hilo conductor de mi razonamiento, a saber: la diferencia entre «influencia» y «poder». La una y la otra son términos familiares, pero no quieren decir exactamente lo mismo.
Podríamos definir, aunque sea esquemáticamente, el «poder» como la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros. Y, también de forma somera, convenir en que la «influencia» intenta cambiar la percepción de la situación en sí, pero no la situación. Lo que nos llevaría a considerar la «influencia» como una subcategoría del «poder». El poder está en la primera división; lainfluencia está en segunda. Conviene precisar, no obstante, que no hay desdoro alguno en el concepto y la palabra influencia. Es de cajón que nadie, en su sano juicio, impugnaría que el sindicalismo fuera influyente, en ser más influyente.
Por otra parte, el mismo Quim González nos apremia a dar respuesta a lo siguiente: saber «los porqués de que la influencia sindical sea percibida casi exclusivamente por su peso institucional, y sea sólo desde este espacio donde aparecen en los medios de comunicación». Vale la pena que se recalque --como he hecho tomándome esa licencia-- el término «exclusivamente» para enfatizar lo que es una obviedad: la influencia del sindicalismo se ha dado, a lo largo de su reciente historia, en el terreno institucional. Pero ya hemos hablado de la diferencia entre poder e influencia. Lo que nos recuerda la siguiente paradoja: decimos que el sindicato es un sujeto que nace en el centro de trabajo, pero su influencia se opera exclusivamente en el terreno institucional. Ciertamente, no sería un sujeto influyente en ese ámbito si no contara con una base que, desde abajo, lo propiciara, pero ello no impugna la mayor.
Pues bien, ya nos orientemos a “reinventar o repensar el sindicalismo” o, como dice Quim de una manera más austera a “adaptarlo a las nuevas exigencias” nos conviene darle vueltas a la cabeza a lo siguiente: ¿queremos circunscribir nuestra influencia sólo en el perímetro de lo institucional? Sabemos la respuesta a tan retórica pregunta: no, no queremos que solamente esté ahí la voz del sindicalismo. Pues bien, así las cosas, parece evidente que –en ese itinerario de situar la alteridad sindical en las nuevas exigencias-- es preciso que el sindicalismo se radique de verdad en el centro de trabajo que constantemente está mutando, y sea la expresión del trabajo que cambia aceleradamente. Del trabajo en todas sus diversidades. Sólo (y solamente) de ahí saldrá el «poder». Dispensen el símil tosco: de jugar en primera división. De ahí debe surgir el proyecto, en el bien entendido que un proyecto no es un zurcido.
Ello comportaría plantearse muy seriamente, entre otras cosas, qué representación es la más adecuada en el centro de trabajo. Mantenernos en el tran tran de lo que tenemos no nos lleva a vincular adecuadamente la relación entre influencia y poder.
ALGUNAS REFLEXIONES AL HILO DE LOS COMENTARIO DE QUIM Y JOSÉ LUIS
Ramon Alós
14/11/13
Una de las consecuencias de nuestra era digital es la sobreacumulación de mensajes y textos que diariamente nos invade, lo que ha dado pie a un cierto aprendizaje de generar filtros, que nos llevan a descartar o realizar lecturas rápidas y en diagonal. Hoy me ha llegado el texto de Quim González ¡Adelante, sindicatos! y debo decir que rápidamente me he involucrado en su lectura, con sus interrogantes, y no sólo, qué plantea. Uno de ellos se refiere a una cuestión que hace tiempo me preocupa, que es la imagen del sindicato entre los trabajadores.
Quisiera aportar unos datos al debate, que recoge José Luis. Según la última Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, del 2010, el conjunto del colectivo asalariado (con empleo) valora en un 4,8 la representación y defensa de sus intereses por parte de los sindicatos, en una escala que va de 0 (muy mal) a 10 (muy bien); valoración que se reduce a 3,8 entre los asalariados de los centros de trabajo sin representación sindical y aumenta a 5,2 cuando ésta está presente. Es decir, el sindicato sólo y modestamente “aprueba” cuando se le conoce. En este último caso, sin embargo, la valoración va claramente de menos a más conforme entre los trabajadores aumenta el conocimiento de la actividad sindical. Romper barreras para aproximar la actividad sindical parece, pues, una tarea primordial, al objeto de ganar y extender legitimidad. Cabe considerar, además, que según la Seguridad Social en España en el año 2011 había cerca de un millón de empresas con menos de 6 asalariados, excluidos por tanto de la posibilidad de elegir representantes. De los asalariados con empleo que teóricamente podrían elegir sus representantes, sólo la mitad han sido convocados, pues la otra mitad está en empresas o centros de trabajo sin representación unitaria. Eso sí, cuando los trabajadores son llamados a elegir a sus representantes, participa aproximadamente un 70% (o lo que es lo mismo, un 30% se abstiene). Si agregamos unas y otras informaciones, podemos concluir, en números aproximados, que no llega a uno de cada tres los asalariados con empleo que han votado en los procesos de elecciones sindicales.
He insistido en la referencia a asalariados con empleo, pues obviamente quienes están en paro, así como los falsos autónomos, no participan en las elecciones sindicales. Todo ello me permite decir que el sindicato en España tiene una baja afiliación, una audiencia moderada, sólo elevada allí donde los trabajadores son convocados a participar, y una influencia muy elevada dado el sistema de extensión de cobertura de los convenios colectivos. En otras palabras, la actividad del sindicato llega prácticamente al conjunto asalariado, pero son pocos los que participan (votando) y tienen conocimiento directo del sindicato, y menos aún los que se comprometen.
Sin duda, el sistema que en su día se diseñó, que da un plus de representación a los sindicatos, tiene sus ventajas y sus inconvenientes, como señaláis. Entre muchos otros, si por un lado permite que la actividad del sindicato llegue a cualquier empresa, sin necesidad de tener organización o representación en la misma, por otro estimula el comportamiento del gorrón.
Pero, ¿puede plantearse que la actividad del sindicato debería alcanzar sólo a sus afiliados? Desde luego, de entrada podría decirse que elimina el efecto gorrón, aunque deberá matizarse. Dos ejemplos de nuestro entorno pueden ser
interesantes, Portugal y Alemania. En ambos la legislación se acerca al modelo del sindicato que actúa para sus afiliados. En Portugal, sin embargo, suele suceder que el empresario negocia con el sindicato que considera oportuno, lo que genera o puede generar enormes tensiones cuando se trata de un sindicato minoritario. En Alemania el sindicato llega a acuerdos con el empresario, y estos acuerdos suelen hacerse extensivos al conjunto de la plantilla; en fin, como en España, sin nuestro automatismo legal.
CCOO legal se organizó en una paridad entre estructuras federativas y territoriales. Poco a poco las territoriales perdieron espacio dentro de la
organización, y las federaciones entraron en un proceso de fusiones. Pero a mi
entender, no se ha dado en el clavo de qué adaptaciónorganizativa se necesita. Por supuesto, yo no lo sé. Es mucho más fácil ver problemas que soluciones. Y entre los problemas a los que debe hacer frente el sindicato, destacaría los siguientes, todos ellos derivados de los profundos cambios que afectan al trabajo.
1.
España tiene un tejido empresarial formado por un gran número de muy pequeñas empresas y de microempresas, que dan empleo a una parte importante de asalariados (y autónomos). La proporción de estas empresas ha ido en aumento, y todo apunta que seguirá aumentando.
¿Cómo se estructura la representación sindical en dichas empresas?
2.
Siendo muy esquemático, puede decirse que algunos asalariados tienen empleos de larga duración y otros, sobre todo jóvenes y no tan jóvenes, tiene empleos de breve duración, alternan de empleo a empleo, cuando no de empleo a paro. Si para los primeros las condiciones de empleo en su centro de trabajo son importantes, así como las mejoras que consiga el sindicato, para los segundo lo son bastante menos. Sus expectativas
de mejora creo pasan básicamente por encontrar otro empleo mejor, no por la mejora de condiciones en un centro de trabajo que saben abandonarán. La mejora de sus condiciones de empleo no se percibirá, pues, como fruto del sindicato, sino de los contactos personales y de los pasos que cada uno dé para conseguir un empleo mejor. En otras palabras, “una mejora de mi salario lo conseguiré si consigo un empleo mejor”, en otra empresa. Por supuesto, la acción tradicional del sindicato ha ido orientada, y bien, a los primeros, a los asalariados con empleos de mediana o larga duración.
3.
La subcontratación es un fenómeno ampliamente extendido y de múltiples dimensiones. Muchos procesos productivos están extremadamente fragmentados, nacional e internacionalmente. A menudo resulta una tarea más que ardua identificar qué es una empresa, cuáles son sus límites. En otros casos resulta difícil saber quién es el empresario, entendiendo por tal quien toma las decisiones que afectan al empleo. Es sabido que en una
obra (un edificio) pueden trabajar más de cien empresas, que en un hospital
pueden convivir también numerosas empresas, adscritas a 6 o 7 convenios
colectivos distintos (y con más de una federación sindical implicada). Y la
subcontratación también tiene su expresión territorial, cuando numerosas
empresas distribuidas en un territorio trabajan para otra. ¿Cómo se representa los intereses del conjunto de trabajadores que, desde actividades parecidas o distintas, trabajan para una misma empresa y que dependen de las decisiones de esta última?
Me ha interesado señalar sólo estas tres cuestiones para resaltar tres ejes que me parecen deberían considerarse para, como dice Quim, adaptar el sindicalismo:
1.
Hoy el sindicato tiene que ser diverso, organizativamente hablando, y con “menos paredes” que separen sus estructuras internas. Apuntaría que debería ser más confederal y menos federal; y estas últimas más maleables. Por supuesto, las federaciones tienen un importante papel, pero, por poner un ejemplo, ¿tiene sentido que intervenga más de una federación “autónomamente” en un mismo centro de trabajo en el que, como ocurre
en numerosos casos, conviven varias empresas?
2.
Creo que las estructuras territoriales son importantes, pues desde ellas se puede llegar mejor a pequeños centros de trabajo en polígonos industriales, o simplemente en zonas de aglomeración de pequeñas empresas, de diversas actividades.
3. La acción institucional del sindicato resulta hoy más esencial que en el pasado. Para quienes transitan de un empleo a otro, también para quienes trabajan en microempresas, no será la acción sindical en la empresa sino fuera de la misma la que pueda aportar derechos. En este sentido incidir en la legislación es importante, también intervenciones sindicales que contribuyan a mejorar la “empleabilidad”, como la formación, el tránsito a mejores empleos, etc.
ALGUNAS REFLEXIONES AL HILO DE LOS COMENTARIO DE QUIM Y JOSÉ LUIS
Ramon Alós
14/11/13
Una de las consecuencias de nuestra era digital es la sobreacumulación de mensajes y textos que diariamente nos invade, lo que ha dado pie a un cierto aprendizaje de generar filtros, que nos llevan a descartar o realizar lecturas rápidas y en diagonal. Hoy me ha llegado el texto de Quim González ¡Adelante, sindicatos! y debo decir que rápidamente me he involucrado en su lectura, con sus interrogantes, y no sólo, qué plantea. Uno de ellos se refiere a una cuestión que hace tiempo me preocupa, que es la imagen del sindicato entre los trabajadores.
Quisiera aportar unos datos al debate, que recoge José Luis. Según la última Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, del 2010, el conjunto del colectivo asalariado (con empleo) valora en un 4,8 la representación y defensa de sus intereses por parte de los sindicatos, en una escala que va de 0 (muy mal) a 10 (muy bien); valoración que se reduce a 3,8 entre los asalariados de los centros de trabajo sin representación sindical y aumenta a 5,2 cuando ésta está presente. Es decir, el sindicato sólo y modestamente “aprueba” cuando se le conoce. En este último caso, sin embargo, la valoración va claramente de menos a más conforme entre los trabajadores aumenta el conocimiento de la actividad sindical. Romper barreras para aproximar la actividad sindical parece, pues, una tarea primordial, al objeto de ganar y extender legitimidad. Cabe considerar, además, que según la Seguridad Social en España en el año 2011 había cerca de un millón de empresas con menos de 6 asalariados, excluidos por tanto de la posibilidad de elegir representantes. De los asalariados con empleo que teóricamente podrían elegir sus representantes, sólo la mitad han sido convocados, pues la otra mitad está en empresas o centros de trabajo sin representación unitaria. Eso sí, cuando los trabajadores son llamados a elegir a sus representantes, participa aproximadamente un 70% (o lo que es lo mismo, un 30% se abstiene). Si agregamos unas y otras informaciones, podemos concluir, en números aproximados, que no llega a uno de cada tres los asalariados con empleo que han votado en los procesos de elecciones sindicales.
He insistido en la referencia a asalariados con empleo, pues obviamente quienes están en paro, así como los falsos autónomos, no participan en las elecciones sindicales. Todo ello me permite decir que el sindicato en España tiene una baja afiliación, una audiencia moderada, sólo elevada allí donde los trabajadores son convocados a participar, y una influencia muy elevada dado el sistema de extensión de cobertura de los convenios colectivos. En otras palabras, la actividad del sindicato llega prácticamente al conjunto asalariado, pero son pocos los que participan (votando) y tienen conocimiento directo del sindicato, y menos aún los que se comprometen.
Sin duda, el sistema que en su día se diseñó, que da un plus de representación a los sindicatos, tiene sus ventajas y sus inconvenientes, como señaláis. Entre muchos otros, si por un lado permite que la actividad del sindicato llegue a cualquier empresa, sin necesidad de tener organización o representación en la misma, por otro estimula el comportamiento del gorrón.
Pero, ¿puede plantearse que la actividad del sindicato debería alcanzar sólo a sus afiliados? Desde luego, de entrada podría decirse que elimina el efecto gorrón, aunque deberá matizarse. Dos ejemplos de nuestro entorno pueden ser
interesantes, Portugal y Alemania. En ambos la legislación se acerca al modelo del sindicato que actúa para sus afiliados. En Portugal, sin embargo, suele suceder que el empresario negocia con el sindicato que considera oportuno, lo que genera o puede generar enormes tensiones cuando se trata de un sindicato minoritario. En Alemania el sindicato llega a acuerdos con el empresario, y estos acuerdos suelen hacerse extensivos al conjunto de la plantilla; en fin, como en España, sin nuestro automatismo legal.
CCOO legal se organizó en una paridad entre estructuras federativas y territoriales. Poco a poco las territoriales perdieron espacio dentro de la
organización, y las federaciones entraron en un proceso de fusiones. Pero a mi
entender, no se ha dado en el clavo de qué adaptaciónorganizativa se necesita. Por supuesto, yo no lo sé. Es mucho más fácil ver problemas que soluciones. Y entre los problemas a los que debe hacer frente el sindicato, destacaría los siguientes, todos ellos derivados de los profundos cambios que afectan al trabajo.
1.
España tiene un tejido empresarial formado por un gran número de muy pequeñas empresas y de microempresas, que dan empleo a una parte importante de asalariados (y autónomos). La proporción de estas empresas ha ido en aumento, y todo apunta que seguirá aumentando.
¿Cómo se estructura la representación sindical en dichas empresas?
2.
Siendo muy esquemático, puede decirse que algunos asalariados tienen empleos de larga duración y otros, sobre todo jóvenes y no tan jóvenes, tiene empleos de breve duración, alternan de empleo a empleo, cuando no de empleo a paro. Si para los primeros las condiciones de empleo en su centro de trabajo son importantes, así como las mejoras que consiga el sindicato, para los segundo lo son bastante menos. Sus expectativas
de mejora creo pasan básicamente por encontrar otro empleo mejor, no por la mejora de condiciones en un centro de trabajo que saben abandonarán. La mejora de sus condiciones de empleo no se percibirá, pues, como fruto del sindicato, sino de los contactos personales y de los pasos que cada uno dé para conseguir un empleo mejor. En otras palabras, “una mejora de mi salario lo conseguiré si consigo un empleo mejor”, en otra empresa. Por supuesto, la acción tradicional del sindicato ha ido orientada, y bien, a los primeros, a los asalariados con empleos de mediana o larga duración.
3.
La subcontratación es un fenómeno ampliamente extendido y de múltiples dimensiones. Muchos procesos productivos están extremadamente fragmentados, nacional e internacionalmente. A menudo resulta una tarea más que ardua identificar qué es una empresa, cuáles son sus límites. En otros casos resulta difícil saber quién es el empresario, entendiendo por tal quien toma las decisiones que afectan al empleo. Es sabido que en una
obra (un edificio) pueden trabajar más de cien empresas, que en un hospital
pueden convivir también numerosas empresas, adscritas a 6 o 7 convenios
colectivos distintos (y con más de una federación sindical implicada). Y la
subcontratación también tiene su expresión territorial, cuando numerosas
empresas distribuidas en un territorio trabajan para otra. ¿Cómo se representa los intereses del conjunto de trabajadores que, desde actividades parecidas o distintas, trabajan para una misma empresa y que dependen de las decisiones de esta última?
Me ha interesado señalar sólo estas tres cuestiones para resaltar tres ejes que me parecen deberían considerarse para, como dice Quim, adaptar el sindicalismo:
1.
Hoy el sindicato tiene que ser diverso, organizativamente hablando, y con “menos paredes” que separen sus estructuras internas. Apuntaría que debería ser más confederal y menos federal; y estas últimas más maleables. Por supuesto, las federaciones tienen un importante papel, pero, por poner un ejemplo, ¿tiene sentido que intervenga más de una federación “autónomamente” en un mismo centro de trabajo en el que, como ocurre
en numerosos casos, conviven varias empresas?
2.
Creo que las estructuras territoriales son importantes, pues desde ellas se puede llegar mejor a pequeños centros de trabajo en polígonos industriales, o simplemente en zonas de aglomeración de pequeñas empresas, de diversas actividades.
3. La acción institucional del sindicato resulta hoy más esencial que en el pasado. Para quienes transitan de un empleo a otro, también para quienes trabajan en microempresas, no será la acción sindical en la empresa sino fuera de la misma la que pueda aportar derechos. En este sentido incidir en la legislación es importante, también intervenciones sindicales que contribuyan a mejorar la “empleabilidad”, como la formación, el tránsito a mejores empleos, etc.
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