Siento una profunda antipatía –es más, un enojo enorme— por el apaño para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Vale que las derechas centralistas y periféricas hayan reeditado sus prácticas de ayer. Pero es suficientemente llamativo que, cuando las izquierdas (tanto la que «ha vuelto» como la que «no se fue») afirman que es necesario un proceso de regeneración de la democracia, éstas vuelvan a la tristemente célebre técnica de la consociación que en Italia la llaman lottizzazione y los antiguos denominaban conchabeo.
Las cosas
tan claras como el agua clara: los partidos políticos nuevamente se han
repartido en lotes (de ahí eso de la lottizzazione)
sin ningún tipo de remilgos. O sea, lo que es de España es de los (partidos
políticos) españoles. Vinazo peleón en odres de pexiglás.
Ahí están,
ahí están –viendo pasar el tiempo como la Puerta de Alcalá-- las puertas giratorias: unas que vienen de
antaño; otras, como la representante
de Convergència i Unió, que deja el escaño para sentarse en el Consejo. Una
institución que, tras la zarrapastrosa mano de pintura reciente, cuenta con una
chocante estructura: simultanear la condición de juez en activo con la de
miembro del poder judicial. Lo que me trae a la memoria los chicoleos de aquel Arlequín servidor de dos amos, que nos dejó Carlo Goldoni. Que, en el caso
que nos ocupa, se concreta en una confusa adscripción, simultáneamente, a lo
público y a lo privado.
Una de las
preguntas que me vienen a la cabeza es: cuando se habla de regeneración de la
vida democrática y, por inclusión, de los partidos políticos ¿se está pensando
en una operación lampedusiana? Porque, visto lo visto con relación al Consejo
más parece que no se desprenden del feo vicio del todalitarismo (no hay que
confundirlo, ¡ojo!) con el totalitarismo. El todalitarismo (meterse en todo)
sería introducirse en todos los resquicios de la vida institucional para –lo
diremos con suavidad terminológica-- no
perder comba: es el bastardo acaparamiento de las instituciones.
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