Los
demógrafos de toda condición afirman que cada doce meses que pasan somos un año
más viejos. Ignoro cómo califican eso que los antiguos llamaban «ley de
vida». Pues bien, lo uno y lo otro queda
fijado en esa convención de las pirámides de edad que, en un abrir y cerrar de
ojos, nos dan cumplida información del estado de la cuestión.
De lo
anterior podemos sacar una primera conclusión (tal vez estremecedora para
algunos), a saber: cada doce meses, también, los sindicalistas tienen un año
más. Lo que requeriría una atenta reflexión de quienes están ocupados
preferentemente en las cosas organizativas, vale decir, en la representación
externa del sindicato y en la estructuración interna de la organización. Lo que
es esencial para el proyecto, entendiendo por tal «el programa-que-se-organiza»
tanto hacia fuera como en el interior de la casa.
Así las
cosas, parece conveniente que los sindicatos dispongan de una información veraz
de los grupos de edad (etarios) de sus respectivas estructuras. Lo es tanto
para el presente como, en especial, para el medio y largo plazo. Y, a partir de
ahí, sacar las debidas conclusiones de trabajo. Si el sindicato, hablando en prosa, es también una agrupación
de intereses es de cajón que esté interesado en saber cómo está conformada su
representación, ya que está comprobado empíricamente que el carácter de ella
indica qué tipo de tutelas propone y a qué colectivos se dirige.
Si
dispusiéramos de un estudio solvente de la pirámide de edad estaríamos en
condiciones de saber qué relación existe entre población asalariada y población
sindicada; qué relación hay entre representación exterior erga omnes y el conjunto de los asalariados; qué relación existe
entre comités de empresa y dicho erga omnes.
Naturalmente todo ello por grupos etarios y sexos. Porque ello nos daría una
idea, no de la fotografía sino de la diapositiva (o película, mejor) de cómo van cambiando las
cosas cada año que pasa.
Es cierto,
hay algunos estudios al respecto, algunos de ellos muy valiosos. Por ejemplo,
las investigaciones que hicieron en su día Ramon Alós, Pere Jódar, Joel Martí,
Antonio Martín, Fausto Miguélez y Oscar Rebollo en La transformación del sindicato: estudio de la afiliación de CC.OO. de
Cataluña (Viena Serveis Editorials, 2000). Dichos autores, reputados
científicos sociales, son gente que conoce el paño. Pero dicha investigación
–pormenorizada donde las haya— data del año 2000. Se infiere, pues, que mucho ha llovido desde
aquellos entonces en los campos de Parapanda. Por lo tanto, en estos últimos
trece años, muchos de los encuestados entonces ahora, como dice el tango, «con
el paso del tiempo platearon su sien». Y, si las cosas son de este modo (y no
de otro), no hay más remedio que variar la tradicional contabilidad
organizativa para convertirla en potentes instrumentos de adecuación a la
realidad de los representados.
Hemos dicho
más arriba que desde 2000 mucho ha llovido en Parapanda. Citaremos tan sólo las
que más convienen a lo que estamos tratando: la estructura del empleo, las
crisis desde hace cinco años, la desvertebración del mercado de trabajo y los
nuevos agentes y movimientos sociales en presencia. Las preguntas que, como
mínimo, me hago son: ¿en qué interfiere todo ello a la percepción que se tiene
del sindicalismo por parte del mayoritario conjunto de la población no
afiliada? ¿qué merma –si este es el caso—ha sufrido el sindicalismo en
capacidad de control, poder e influencia en el último periodo, a pesar del
gigantesco proceso de movilizaciones en curso? Y en todo ello, si es el caso,
¿qué responsabilidad tienen el carácter de la representación y la
forma-sindicato? Vale.
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