sábado, 29 de diciembre de 2018

Serrat: no es por el catalán, es una cuestión de dominio, de señalar a los ‘traidores’




Escribe Gabriel Jaraba

El hombre que interrumpió a Joan Manuel Serrat a medio concierto para reclamarle que cantara en catalán, cuando el artista estaba dando un recital monográfico sobre su disco Mediterráneo, una obra escrita íntegramente en castellano, debía de ser seguramente un despistado, como el propio artista dijo al reprenderle en público. Quizá sí, al no tener en cuenta la naturaleza del espectáculo al cual asistía. O quizá no.

Lo cierto es que el buen señor se sintió autorizado a exigir en voz alta lo que consideraba necesario, de acuerdo con esa mentalidad que quienes hemos trabajado de camareros conocemos bien: “Oiga, que yo pago, ¿eh?”. Sólo que en este caso la fuente de legitimidad asumida no era el pase por taquilla sino la razón patriótica: “En catalán, que estamos en Barcelona”.

En este tipo de cuestiones digamos lingüísticas –no lo son, se refieren siempre a otro asunto que no se osa confesar— Serrat lleva más mili que un veterano de Afganistán. Toda la historia de la nova cançó catalana está atravesada por la polémica en torno a la legitimidad de cantar en castellano además de en catalán. Tanto fue así que el asunto llegó a dividir el movimiento en dos bandos hasta el punto de que, ya a finales de los 60, se perdieron amistades o por lo menos el trato entre compañeros (cuando alguien se queja ahora de las enemistades en las familias por el asunto procesista me entra la risa floja recordando el fuego que se cruzaba entre cantantes por estos motivos en mis tiempos de comentarista musical en la prensa y la televisión, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra).

El precedente de Núria Feliu

Pero no fue el artista de la calle Cabanyes el primero en dar tres cuartos al pregonero en este asunto, sino Núria Feliu, ya en 1966 (antes del asunto de Serrat y Eurovisión en 1968) cuando la cantante de Sants, en el momento culminante de su primera carrera artística dejó la pionera editora discográfica Edigsa para grabar con la madrileña Hispavox en lengua castellana.

Con ello, Núria no sólo se beneficiaría de un mercado y un campo promocional de amplitud nada desdeñable, sino de la excelente y rara calidad en la época de la dirección musical de Rafael Trabucchelli y los estudios de grabación de Torrelaguna, Su opción le mereció ser abucheada en público por los antecesores del espectador del otro día que confundió Mediterráneo con Cançó de matinada. A la artista le gritaban por la calle “!venuda!” señoras que hoy no desentonarían en el sector ANC de las manifestaciones, con un furor que ya ejercía la identificación de traidores que disfrutamos hoy día.

Nihil novum, pues: la cosa viene de lejos y responde a una práctica persistente. En la primavera de 1967, Joan Manuel Serrat dio su primer concierto en el Palau de la Música Catalana y, según acaba de recordar Maruja Torres en Twitter, un sector del público abucheó a una cantante que apareció en la primera parte del concierto como telonera. Era Jocelyne Jocya, pionera de la cançó en la Catalunya francesa junto a Jordi Barre. La cantante fue censurada por los espontáneos porque había interpretado una canción en francés. El propio Serrat salió en defensa de Jocelyne ante el público, indicando que la artista, muy famosa en los circuitos comerciales de su país, cantaba habitualmente en francés y que precisamente había grabado un disco en catalán como muestra de apoyo a la cançó y para ostentar su origen rosellonés.

El ‘roc a la faixa’

Más tarde le tocaría al mismo Serrat lidiar con las acusaciones de defección, aunque el asunto de su negativa a cantar en castellano en Eurovisión trastocó un tanto los argumentos posibles. El éxito mundial del artista y su arrolladora calidad taparon muchas bocas a partir de entonces, pero la tradición es la tradición, y la del roc a la faixa (estar a la defensiva, guardarse una piedra en la faja) es muy estimada.

Con Guillermina Motta pudimos advertir que la censura aparentemente espontánea por cantar en castellano no era, o no únicamente, como un servidor sostiene, lingüística sino otra cosa: al declararse socialista ya desde la época del Moviment Socialista de Catalunya de Joan Reventós y Raimon Obiols empezó a ver cómo se trazaban cinturones sanitarios en torno suyo. No bastaba con ser fiel a una sola lengua: ser un renegado –y uso la palabra tal como la oí repetidamente en aquel tiempo— dependía también de otras circunstancias.

Y es por esa razón que aún hoy día se siguen haciendo ascos a Serrat. No porque no cante en catalán, que canta, escribe y pronuncia mejor que quienes le gruñen, sino porque es socialista, porque no es independentista y porque se niega a plegarse al diktat de los hunos porque antes se negó a hacerlo al de los hotros. Tuvo que exiliarse –de veras— en 1975 al protestar, en voz alta y con Franco vivo, contra los fusilamientos de antifascistas en septiembre de aquel año. Y porque el roc a la faixa puede estar guardado durante décadas hasta que sea el momento de sacarlo de nuevo.

Se ve por ahí abominando de Serrat a mucha gente que ni siquiera había nacido cuando el artista dio a la nova cançó la mayor difusión que nunca un elemento cultural catalán –si hacemos abstracción de Pau Casals—había obtenido en el panorama internacional. Fue Serrat quien llevó la lengua catalana a todos los rincones de España, además de América latina, haciéndola interesante y agradable a oídos de quienes nunca la habían escuchado con atención, antes de que los hotros aprendieran a echar sal en los surcos que el cantante (perito agrónomo diplomado) aró.

Exiliado en América, siguió trabajando cada día en lo suyo y cuando regresó no reclamó distinción alguna ni a los de esto ni a los de aquello. Incluso quienes, desde el monolingüismo cantor más estricto y que tan duramente le criticaron en su momento (con razones culturales y políticas sólidas y no con desplantes, por cierto) empezaron a mostrarle un evidente respeto. Pero, repito, los reproches que se puedan hacer a Joan Manuel no son por motivos lingüísticos sino partidistas, y por otras razones aún peores.

Una cuestión de poder

El reproche lingüístico, como he dicho, no lo es por razones idiomáticas, culturales y ni siquiera patrióticas, lo que daría espacio a un jugoso y quizás áspero debate, pero debate de ideas, al fin y al cabo. El reproche permanente, que tenemos documentado desde hace años y se extiende hasta ayer mismo, es un acto de marcar terreno: ellos y nosotros, los nuestros y los que no son de los nuestros. Y no sólo eso, que no es poco: es señalar que nosotros no sólo somos diferentes, sino que somos únicos: “nosaltres sols”. Y para ser “nosaltres sols” sólo podemos serlo de una sola manera.

No se construye así ni una nación ni una patria, y si se quiere construir de este modo un Estado es a costa de destruir la nación, que por definición es todos, de todos y de los todos diferentes entre sí. El reproche y la apelación al “nosaltres sols” es la llamada a sacrificar la nación en aras del Estado, un destino que no deseo ni a mis peores enemigos.

Hay algo, sin embargo, más prosaico e incluso cutre en el fondo de todo eso. Quienes marcan terreno lo hacen para establecer su dominio sobre otros, así es desde el paleolítico superior. Cuando Serrat incorporó el castellano a su repertorio musical (no cambió de lengua, sino que incorporó otra nueva, entiéndase) pasó a otra editora discográfica para emprender en mejores condiciones la carrera profesional que le llevó a triunfar en el mundo con un repertorio propio, original e innovador.

Ello supuso abandonar los condicionamientos de los círculos de activismo cultural nacionalista de la época gestionados por los Torra del momento, que eran tan voluntaristas como reductivistas y, sobre todo, como bien sabemos quiénes hemos trabajado en ellos, agudamente tacaños. ¿Sabía el lector que la propuesta inicial de los asesores de la discográfica catalana con la que Serrat se estrenó era que se diera a conocer con un disco de versiones de… Charles Aznavour? La intención de Serrat de cantar en castellano en Eurovisión se debía, precisamente, a esta necesidad de abandonar aquel lecho de Procusto.

Pero que no teman los partidarios de la lógica del “nosaltres sols”: el roc a la faixa sigue en pie. Ahora le toca al presidente Josep Tarradellas ser apedreado, también décadas después de no ser “dels nostres” y de no estar entre nosotros: el reproche no es para él, que ya no lo percibe, sino un aviso para todos. Porque no es la lengua sino el poder, el dominio, como tan crudamente acaba por demostrar el hecho de que también a Raimon le alcanzaron las pedradas cuando discrepó de los designios que se le quisieron imponer, Y eso que Raimon fue el líder de la bandera monolingüe a ultranza en la cançó. Un ejemplo más de la crueldad de la lógica del poder y no de la cultura.

No, no era una razón lingüística, era una cuestión de mando. El espectador de marras no le pedía a Serrat una canción, sino que se arrodillara, A él, que siempre ha vivido de pie desde que tenía veinte años.



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