lunes, 18 de junio de 2018

Reflexiones anejas a la negociación colectiva



Escribe Pedro López Provencio


Hará unos doscientos años que dio comienzo el sistema capitalista de producción y de comercialización que, con ciertas variaciones y adecuaciones, sigue vigente en la actualidad. Eso ha conformado, en gran medida, la sociedad que hoy tenemos.
Una de las características más importantes de este sistema es la dicotomía existente en el reparto de la riqueza que se crea. Entre los trabajadores que la producen y los capitalistas que se la apropian. Entre el salario de los que trabajan y el beneficio de los dueños del capital. Por eso el trabajador ha de trabajar más de lo que corresponde a la parte que se lleva, en forma de salario, para que el capitalista pueda llevarse la suya, en forma de beneficio. Sin perjuicio de que pueda haber capitalistas que también trabajen y se lleven una parte por eso y otra por el capital, no siempre desembolsado ni realmente existente.

No puede extrañar, por tanto, que ese reparto y la cantidad y la forma de producir los bienes y los servicios haya estado siempre en discusión. Al trabajador le puede bastar con un salario que le permita, a él y a su familia, una vida digna, acomodada a cada época, trabajando con fines económicos solo lo necesario, en condiciones satisfactorias, para conseguir sus propósitos económicos. Además del trabajo personal o familiar o con fines culturales y lúdicos. Sin embargo, el capitalista nunca le ve el fin al incremento de su beneficio. Por lo que procura que, una vez producida la riqueza equivalente al salario, se siga trabajando lo máximo, indefinidamente, al mínimo coste. Con la calidad mínima y la obsolescencia máxima aceptable por la clientela. Paliando la peligrosidad, la penosidad y la toxicidad que pueda existir en el trabajo solo cuando se ve obligado a ello, por la presión del Sindicato o el ordenamiento jurídico del Estado.

Como la ambición capitalista no tiene límite, se tiende a producir al máximo. Más de lo que se puede vender. Principalmente porque al no aumentar suficientemente los salarios éstos van perdiendo poder adquisitivo conforme aumentan los precios. La codicia es la guía. Que es contagiosa. Eso da lugar al incremento de los stocks de pisos, coches, etc., que, al acumularse sin reversión inmediata del capital invertido y sus intereses, dan lugar a la suspensión de la producción. Porque no se vende, dicen. Lo que es origen de las crisis periódicas que especialmente sufrimos y pagamos las clases trabajadoras. El desempleo masivo ayuda a que empeoren las condiciones de trabajo y mejoren los beneficios.

Para protegerse, oponerse y combatir este sistema, los trabajadores han utilizado diversos medios. Tratando de evitar la sobreexplotación. Medios que están cambiando al compás de la evolución y la presión capitalista. Me referiré solo a algunos, ahora que parece que se reanuda la negociación colectiva general en España y particular en Cataluña.

La cualificación de los trabajadores

Con la concentración de los trabajadores en fábricas y recintos propiedad del dueño del capital, se les pudo someter a la disciplina del patrón. Sin embargo conservaron una fuerza fundamental independiente: el saber hacer, la cualificación profesional. La promoción por el sistema de mérito y capacidad incentiva la adquisición de conocimientos y de experiencia en la profesión u oficio. Esto los hacía imprescindibles y aseguraba su continuidad y permanencia en la Empresa. También garantizaba su libertad, puesto que los conocimientos y la experiencia adquirida se podrían hacer valer en cualquier lugar que se precisase. Actualizaba la vertiente intelectual y cultural. Y mejoraba el estatus social y el salario. Pronto en la patronal fueron conscientes de esa fuerza y empezaron a idear los métodos para desposeerles de sus conocimientos o para hacerlos inocuos al funcionamiento de la producción. La fórmula magistral la encontró Frederick W. Taylor (1856-1915) con su principio de “el cerebro en la oficina y el brazo en el taller”. Llegando a hacerse típico aquello de “a usted no se le paga por pensar”. Todo lo que está sucediendo ya se inventó a primeros del siglo pasado. Lo demás es simple evolución y perfeccionamiento.

Empieza a ser una realidad palpable la culminación del sistema productivo para conseguir que cualquier persona, con una mínima formación unívoca, pueda ocupar cualquier puesto de trabajo. Conocimientos o formación superiores resultan superfluos e incluso contraproducentes. Con este sistema todos los trabajadores pasan a ser prescindibles en cualquier momento. La adaptación de cualquier persona a cualquier puesto de trabajo empieza a ser una tarea sencilla. La ergonomía la han pasado al baúl de los recuerdos. De lo que pudo haber sido y ya será difícil: el diseño de los métodos de trabajo de acuerdo con las aptitudes y características de los trabajadores. O mucho pugnan y perseveran las fuerzas sociales, empezando por los sindicatos, o pronto “el cerebro en la oficina” será el que diseñe los algoritmos en algún lugar privilegiado del planeta. Y todos los demás seremos “carne de cañón”. Auxiliares de los robots y otros artilugios automáticos teledirigidos a distancia. A lo que gusten mandar esos algoritmos, en un trabajo de mierda, precario y mal pagado. Algoritmos diseñados solo para alcanzar el máximo beneficio financiero.

Para fijar la desposesión de los atributos profesionales del trabajador se aplica la Valoración de los Puestos de Trabajo, que sustituye a la cualificación de los trabajadores en la asignación de los salarios. Por ahora con cierto disimulo para no crear alarma e introducirlo con calzador y vaselina. Pero en el XIX convenio Colectivo de la SEAT han desaparecido ya las categorías profesionales y a eso apunta el Convenio del Metal de Barcelona. Y desde hace años el de la Química. Así, por ejemplo, en los puestos de trabajo de Tenor y de Acomodador, en el teatro de la ópera, las personas que los ocupan podrán intercambiarse, siempre y cuando los medios electrónicos de la acústica lo disimulen y el público no sea capaz de apreciar la diferencia. A eso vamos. Si aplicamos la técnica VPT sin burdas manipulaciones, el puesto de trabajo de Acomodador puede que resulte de más valor que el de Tenor.

Ahora se va avanzando a pasos agigantados en otro invento. Explotar al trabajador sin necesidad de agruparlo. Se trata de que se autoexplote, sin los elementos solidarios que propicia la permanencia en edificios comunes y/o con vínculos colectivos. Desaparece el trabajador asalariado por cuenta ajena. Gracias a los sistemas “just in time” ya no se precisa la subordinación disciplinaria. Son los mismos equipos de trabajo los que pueden controlar la cantidad y la calidad. Así es factible la subcontratación y la externalización del trabajo en unidades, que han sustituido el vínculo laboral por la contratación mercantil. Los trabajadores ya pueden estar sometidos a sí mismos, para beneficio de quienes deciden los precios y controlan hasta la ganancia que pueden atribuirse. Estos otros se adornan con señuelos como la responsabilidad corporativa, la economía colaborativa, inclusiva, etc. Y establecen oxímorones ya comúnmente aceptados: empresarios subordinados y autónomos dependientes. Para facilitarles la adaptación se les proporcionan herramientas novedosas como el coaching, la inteligencia emocional, el liderazgo. No es necesaria la cualificación profesional, puesto que el diseño y la técnica se deciden en otro lugar, y el trabajo que se precisa es elementalmente repetitivo, automático y de simple vigilancia. Así la igualdad se alcanza a través de la entronización de la ignorancia profesional requerida, aunque se tuviere una superior.  La culpa del fracaso en la acción emprendedora recae en uno mismo. Si no tienes éxito es porque eres vago o torpe. No importa la valía personal, ni que un pez no pueda trepar a un árbol. Es el triunfo de los flautistas vendedores de humo. Lo que consigue que el autoexplotado en vez de revolucionario se convierta en depresivo. Y así se puede diluir la responsabilidad empresarial, que ya no se sabe dónde radica. Y se incremente el miedo y la incertidumbre entre la ciudadanía.

Todo ello, unido a la disminución de las horas de trabajo económico que posibilita la disrupción tecnológica, tendría que hacernos recapacitar. Por lo menos sobre el sentido del trabajo desde una vertiente filosófica. Sobre las modificaciones conductuales y psicológicas que podemos sufrir las personas. Así como los cambios sociales que propiciarán la ausencia de status profesional y la cantidad de tiempo dedicado al ocio. Para procurar que la sociedad que viene conserve sus características humanas y no sea diseñada por artilugios electrónicos contagiados de la estupidez egoísta de sus amos.

La asociación de trabajadores y ciudadanos

La asociación y la organización de los trabajadores han sido fundamentales para mejorar el reparto de la riqueza producida y las condiciones de trabajo. Sustituir al trabajador individual por el Sindicato en las relaciones laborales ha sido esencial para la prosperidad de la civilización europea y la creación del estado de bienestar. Insuficiente y en constante peligro de retroceso, pero aún cierto y real si se compara con otros lugares del mundo. La necesidad de que la organización de los trabajadores traspase las fronteras no es nueva. Pero es más necesaria por las renovadas condiciones en que se desenvuelve el capital ahora, ya casi exclusivamente financiero y sin limitaciones geográficas. En Londres, en 1864, se funda la Asociación Internacional de Trabajadores, AIT o primera internacional, que agrupó inicialmente a sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política de los trabajadores en Europa y el resto del mundo, para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. El asociacionismo obrero siempre ha sido atacado y entorpecido cuando no ilegalizado.

Hoy no es fácil encontrar la fórmula para conseguir una movilización potente de los trabajadores. Para que vuelvan a tener éxito en la acción reivindicativa y transformadora. Tampoco el sustrato ideológico suficiente ni la perspectiva política adecuada. Por eso hay quien tiende a enclaustrarse en sus respectivas naciones imaginadas por otros. Los convenios colectivos se negocian con enormes restricciones. Se cede en que la organización del trabajo siga siendo atribución exclusiva de la dirección de la empresa, sin convenir límite alguno. Y a veces parece que los incrementos salariales que se reclaman se justifiquen por la necesidad de incrementar el consumo. Que el Sindicato dedique importantes esfuerzos a proveer de algunos servicios accesorios a sus afiliados, a veces asustados y retraídos, es una labor meritoria aunque no suficiente. Y algunos asistimos impotentes y desconcertados a los cambios laborales, industriales y sociales que se están produciendo.

Porque no se percibe ningún debate trascendente sobre los efectos que pueda producir la revolución industrial 4.0, en la que ya empiezan a estar inmersos buena parte de la ciudadanía. Ni sobre la necesidad de regular y prevenir los posibles efectos adversos que puedan incidir sobre los derechos de los trabajadores, las relaciones laborales y la conformación de la sociedad. El empleo, la jornada laboral, la formación, la promoción, las condiciones laborales dignas, la seguridad en el trabajo, la protección social y el fortalecimiento del dialogo social. Ni tampoco parece que se reflexione sobre las posibilidades de éxito del concepto jurídico-político de “TRABAJO DECENTE” lanzado universalmente por la OIT a finales del siglo pasado y que hoy también parece olvidado. Es decir, la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres.

Pero, si esta visión pueda resultar pesimista, lo cierto es que la sociedad no se está quieta. Con una evidente falta de coordinación y de contraproducentes desencuentros. Efectivamente se observa que, además de los Sindicatos, están en marcha lo que se ha dado en llamar movimientos sociales, mareas, plataformas, ONG. Que luchan por reivindicaciones sectoriales, como el abuso de los bancos, el urbanismo, los ancianos, la sanidad, la enseñanza, los desahucios, los alquileres, el feminismo, las pensiones, los refugiados e inmigrantes. Consiguiendo importantes movilizaciones parciales y, por lo tanto, interesantes logros en sus pretensiones. Y si no parece posible, ni tal vez deseable, que toda esta variedad asociativa se una en una sola con los Sindicatos, sí que es necesario que dejen de ir cada una por su cuenta y se minimicen los enfrentamientos. Es preciso que se reúnan y puedan establecer unas tácticas y una estrategia común frente a un sistema que empieza a caminar automáticamente con el principal objetivo de beneficiar a unos pocos. Hay que prescindir del sexo de los ángeles, los tres pies del gato y, en la medida de lo posible, de los personalismos individuales y colectivos. Y el Sindicato debe evitar el peligro de convertirse en un gremio corporativo de trabajadores fijos en grandes empresas. Que está caducando. Por lo que habría que ver como se contempla todo esto en el marco de la negociación de los grandes convenios colectivos estatales y de comunidad autónoma.

El ahorro necesario y su uso

Sobrevivir adecuadamente en los tiempos de penuria o de infortunio, prevenir los riegos y cubrir los siniestros, precisa ahorrar una parte del salario. Con lo que paliar las consecuencias adversas. También las del desempleo, la enfermedad, la invalidez, la jubilación, la maternidad, la viudez, la orfandad. Una parte de ese ahorro se guarda individualmente y con la otra se contribuye al ahorro colectivo. Con las cotizaciones sociales es con lo que se abonan las pensiones. Y el pago de los servicios comunes se hace a través de los impuestos. Por eso el sostenimiento de la Seguridad Social y demás instituciones de previsión que tiene el Estado resulta imprescindible. Especialmente desde que se reconoce que la soberanía reside en el Pueblo del que emanan los poderes del Estado y éste pretende ser social y democrático de Derecho. También se ha conseguido que los ricos y los capitalistas aporten algunas migajas de sus beneficios. Cuando no evaden o defraudan a la Hacienda Pública.

Con insuficiencias y recursos económicos escasos, el sistema viene cubriendo en la actualidad buena parte de estas necesidades. Dependiendo de quien ocupe el Gobierno y tenga mayoría en el Parlamento. Sin embargo, estudiar las nuevas necesidades de financiación para estos menesteres empieza a ser urgente, así como el reparto de la riqueza producida entre los diversos actores y necesidades.

Porque, tal como van las cosas es de esperar que, conforme avance el proceso disruptivo que anuncian la automatización y la robotización, pueda producirse un aumento temporal del desempleo y de las complicaciones psicológicas. Especialmente si no se mantiene el poder adquisitivo de los salarios con la imprescindible disminución progresiva de la jornada laboral. La jornada convenida claro, pero especialmente la real. Evitando que pueda producirse una importante pérdida de los ingresos para la financiación de las pensiones y los servicios públicos. Es evidente que, en la medida en que el Estado es el responsable de asegurar el bienestar general, se verá obligado a incrementar la parte que se aporta correspondiente a los beneficios financieros. Ya que el sistema productivo en proceso de transformación o intensamente transformado favorecerá el aumento de la productividad y de los beneficios del capital.

Y porque buena parte de ese capital ha cambiado de propietario. Junto a los capitalistas tradicionales, que aumentan su riqueza y se concentran, han aparecido otros actores financieros. Los fondos de pensiones privados y los fondos de inversión. Que empiezan a tomar una posición dominante de ámbito mundial. Se forman con los ahorros individuales de cientos de millones de personas anónimas. Con nulo poder individual y totalmente ajenas a las decisiones que se toman en su nombre y con su dinero. Que, por ahora, suelen interesarse exclusivamente por la rentabilidad que puedan obtener y la seguridad de su inversión. Rentabilidad que para cada uno de ellos no llega ni al “chocolate del loro”. Estos enormes capitales comunes, los manejan unos gestores de fondos cuya preocupación principal es mantener la ilusión financiera de los pequeños ahorradores y las disparatadas remuneraciones que perciben por sus servicios.

Hoy día los grandes inversores mundiales representan el 1% de la población y utilizan en su beneficio su propio dinero. Más las ingentes cantidades de capital que representan nuestras pequeñas aportaciones a fondos y planes. Más un dinero inexistente: el fiduciario. Se presta, se invierte o se utiliza más dinero del que se tiene con respaldo efectivo. En la confianza de que se podrá cubrir, en su caso, porque no se espera que haya que desembolsar de golpe más de lo que realmente se tiene. Este atributo del Estado, es utilizado sin ningún pudor por bancos y otros actores financieros poderosos. Cuando el truco falla lo pagamos con el dinero de todos. A costa de la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales. Con el chantaje, además, de que se podrían perder las inversiones de los pequeños ahorradores en fondos y planes. Cuando sabemos que eso no se evita, recordemos las “preferentes”. O como algunos ancianos de Estados Unidos que, al quebrar su fondo de pensiones privado, se quedan sin pensión y se les puede encontrar trabajando de reponedores en los supermercados.

Por eso, mientras no se pueda cambiar el sistema capitalista, plantear en la negociación colectiva que son las clases populares, que en gran parte representa el Sindicato, las que aportan la mayor parte de los recursos financieros, podría mejorar la posición de nuestros representantes en la mesa de negociación. Me parece. ¿Y si alguien acometiese la labor de hacer conscientes a los pequeños ahorradores de cuál es su poder si se organizan y actúan en consecuencia?

17 de junio de 2018



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