miércoles, 27 de junio de 2018

Abrir el melón de la Constitución




El PNV ha puesto las luces largas. En concreto propone que se abra un proceso de reforma de la Constitución. La forma sería ésta: una Convención de estudiosos y especialistas en la materia elaboraría un texto indicativo que, posteriormente, sería la materia prima de una comisión parlamentaria creada ad hoc. Me parece una idea adecuada.

Muchas cosas han pasado desde la aprobación de la Carta Magna de 1978. Son las grandes transformaciones de la innovación y restructuración en un mundo global, los cambios en la estructura de la población, el ingreso de España en la Unión Europea y, sobre todo, la crisis territorial en España, que no es un problema técnico sino político. Político de gran envergadura. Todo ello ha llevado a nuestro país a un cambio de metabolismo que nada tiene que ver con la España de aquellos entonces.

Las derechas españolas nunca han visto con buenos ojos la reforma de la Constitución. Es el atávico miedo a lo nuevo y a sus consecuencias –en este caso--  en el reparto de poder. La izquierda mayoritaria tampoco se distinguió por sus simpatías sobre este particular. Asumió el contagio de las rutinas. Y las izquierdas que se autocalifican de alternativas siempre han creído que dicha reforma podría ser un nuevo terreno para levantar mejor sus cabezas. Pero ninguna de estas razones justifica, por si mismas, que se elabore una nueva Carta Magna. Tan sólo tiene sentido, en mi opinión, la que pueda relacionar las exigencias de las novedades y discontinuidades que se han dado en España con dicha reforma.

La Convención que propone el PNV no podrá evitar, ciertamente, determinados grados de politización partidaria. Pero, podemos suponer, que cada personalidad tendrá muy presente la salvaguarda del prestigio académico y el rigor de sus planteamientos. En eso hay una cierta diferencia entre el experto en la materia y el político (jabalí o no) que siempre estaría más dispuesto al barullo  que a un trabajo concienzudo.

El peligro de esta Convención es que acabe siendo una torre de marfil y se cueza en su propia salsa. Es un riesgo, naturalmente. Pero los riesgos, si se es consciente de ello, están para ser superados. Por ejemplo, a través de la conexión de la Convención con la sociedad.  En todo caso, el peligro no está en los riesgos sino en la cultura rutinaria de considerar que las cosas están dadas definitivamente y para siempre.

Una sugerencia en base a un ejemplo: las autoridades europeas encargaron a un grupo de expertos que redactara el texto de su Constitución. Entre los designados figuraba un sindicalista de mucho fuste, Emilio Gabaglio, que había sido presidente de la Confederación Europea de Sindicatos. Pues bien, ¿sería mucho pedir que Antonio Gutiérrez y José María Zufiaur formaran parte de esa Convención?

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