domingo, 5 de noviembre de 2017

Supongamos que nada impide la celebración de elecciones autonómicas




Supongamos que nada impide la celebración de las elecciones autonómicas catalanas previstas para el 21 de diciembre. Y, nuevamente, supongamos que, con más o menos dificultad, se forma govern. Haya o no novedades, es preciso –y, sobre todo, urgente--  que la nueva dirección política e institucional de Cataluña se plantee, por dificultoso que pueda parecer, la normalización gradual de la vida del país. Es obligado construir un nuevo recorrido. No podemos seguir como hasta ahora; ni Cataluña ni toda España pueden aguantar un clima de tensión tan sostenido como el actual.

Este fin de semana, sin ir más lejos, se han dado dos situaciones graves en la comarca del Maresme: un mitin de Ciudadanos es reventado por un grupo de independentistas en Llavaneras; y un piquete de ultras, con la bandera del aguilucho, obligan a gritar ¡Viva España! a quienes se cruzan en su camino; un caballero se niega y le propinan una descomunal paliza, en Mataró. Nuevamente los hunos y los hotros exhibiendo unas chocantes virtudes teologales. Dos sucesos que pueden repetirse en otras ciudades. Lo que va rematadamente mal puede agravarse, dijo alguien.

Pues bien, pasemos este trago como podamos, y con cierta paciencia esperemos el momento de las elecciones autonómicas. No con un escepticismo al por mayor sino al detall. Dejemos, pues, que todo el mundo se desfogue verbalmente y, sin llegar a las manos, aguardemos el momento electoral. Oiremos de todo en do mayor o en re sostenido. A menos capacidad de argumentación, más chillerío. Paciencia, nuevamente mucha paciencia.

Ahora bien, es exigible a todas las fuerzas políticas en litigio electoral que, tras los comicios, se pongan de acuerdo –real o fingido--  en normalizar la vida del país. Y, sobre todo, el nuevo Govern, sea cual fuere, proponga un proyecto de sosiego. No se exige que se comporten como Hermanitas de la Caridad, simplemente que se comporten como actores de normalización del país. Si esto es mucho pedir, que Dios nos coja confesados.

Chillen ahora todo lo que quieran. Llámense de todo mientras tanto. Incluso sería normal que el hombre de Bruselas siga alocadamente dándole a la madre de todos los twitters. Pero, cuando se abran las urnas y salga lo que salga, es la hora de la negociación y de los pactos por imperfectos que sean. Y, en especial, encontrar la salida imperfecta entre el govern de Cataluña y la escribanía del hombre de Pontevedra. ¿O acaso quieren los romanos y los cartagineses que esto acabe como aquellas novelillas de don Marcial Lafuente Estefanía en las que no quedaba ni el apuntador?  


Ahora, metafóricamente, fuego a discreción. Después, el renacimiento. Eso sí, todos con esparadrapos, pero al menos con la idea de construir gradualmente algo que valga la pena. Sabiendo, aviso a navegantes de cabotaje, que el fermento escatológico del independentismo tiene los siglos contados. Los siglos, no los años.   


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