El
gasolinero de cabecera del independentismo catalán, vecindario político de Junts per Cat, es Joan Canadell, un pintoresco empresario que, de la
noche a la mañana, ha adquirido una cierta nombradía. Su principal característica
es que se trata de uno tío echao p´alante.
(Es una especie hoy abundante en Cataluña compensando lustros de sobriedad y austeridad
aparentemente calvinista). Siempre se le
había adscrito a la cáfila de los más exaltados y –ahora con ciertos matices— no
defrauda a sus más allegados.
La
otra noche en TV3 mostró su más acrisolada
bipolaridad mental. De un lado, aplaude el pacto de gobierno entre ERC y Junts;
de otro lado, sigue con el hacha en la mano proponiendo destrozos al por mayor
y detall.
Este
Canadell necesita un cierto periodo de sosiego para que sus negocios –de gasolineras-- levanten el vuelo. La caja requiere un tiempo
para hacer negocio. Ahora bien, el mentado gasolinero sabe que el cuerpo le pide
a una considerable parte de la audiencia televisiva más de lo de siempre. Por
lo tanto, para más adelante –afirma desparpajadamente—volveremos a la
declaración unilateral de independencia. Dentro de año y medio o algo así. Y
como a él mismo el cuerpo le pide más madera recuerda que Irlanda consiguió la
independencia con muertes y toda la pesca. Telepatía con aquel amortizado Toni Comín que, tiempo ha,
dijo tres cuartos de lo mismo: de los cristianos fundamentalistas también nos guarde
Dios. Canadell y Comín, los penúltimos macabeos de Cataluña.
Pues
bien, la otra línea paralela del contexto nos dice: «Madrid tiene el doble de
trabajadores en banca y seguros que Barcelona y en total Madrid desde 2009 gana
empleos mientras que en Cataluña se pierde un 20 por ciento».
Y
lo peor es que Aragonès
García sigue enviando dobles mensajes a la economía: gestión pragmática,
con la mano diestra; culminar la independencia con la siniestra mano. Con el hacha a media altura y en diferido.
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