La
delicadísima cuestión del indulto a los políticos presos independentistas está
trayendo de cabeza a una buena parte de la ciudadanía, aunque especialmente el
que más siente esa circunvalación es el gobierno de Pedro
Sánchez, que está siendo atacado por la cabeza, el tronco y las
extremidades. Por si faltaba poco para el temporal, Felipe González ha sacado la lengua a pasear.
Parto
de la frase final del billete del director de La Vanguardia, Jordi Juan, que
afirma: «Ojalá al gobierno de Pedro
Sánchez no le tiemble el pulso y sea capaz de llevar a feliz término las
medidas de gracia». Hoy mismo lo pueden consultar ustedes en el diario
barcelonés. Coincido con tan sensata opinión, que va en dirección opuesta a la mayoría
de los medios madrileños. En todo caso, el asunto está rematadamente mal.
En
primer lugar, el poder judicial parte de un constructo medieval que tanto
destrozo ha hecho en los cuatro puntos cardinales: «Fiat justitia et pereat
mundus». O sea, hágase justicia aunque el mundo explote. Es una actitud
severísima que, en anteriores ocasiones –pongamos que hablo del teniente
coronel Tejero—brillo caritativamente por su ausencia.
Entiendo
que esa costra togada opte porque políticamente –es decir, las consecuencias
del no indulto— las cosas sigan pudriéndose. A más degradación, mayor poder
político y simbólico tendrían los diversos sectores de esos estamentos
judiciales.
El
Partido Popular mantiene su actitud
cimarrona buscando todos los caminos y recovecos para quitarse a Pedro
Sánchez del camino. Y, a su vez, la menguada
Inés Arrimadas suelta
sus últimas bocanadas de oposición. A todos ellos se suma esas cáfilas de
primates, instalados en los medios orales, escritos y televisivos. Saben que
hay pienso a granel para dar y vender.
De
momento, sin embargo, el presidente de la Generalitat recién estrenado ha dicho
algo sensato: «cualquier medida que alivie el dolor será bienvenida». Así las
cosas, de la misma manera que, casi siempre, le hemos puesto como un pingo,
ahora no se nos caen los anillos afirmando que, hablando así, se va rebajando
los elevados grados de la olla a presión.
Una
olla a presión que atizan los hunos y los hotros. Felipe Gónzález se pone el
delantal y cocina un comistrajo contra el indulto. Él, el hombre de Estado. Y,
posiblemente, las vacas sagradas del felipismo volverán a dar la murga con su
enésima orza de los abajofirmantes.
Ni
que decir tiene que los políticos presos tampoco ponen las cosas fáciles. Y
peor todavía los incendiarios que llaman, ahora, a inspirarse en la experiencia
de la Irlanda de aquel meapilas Eamon
de Valera. Es decir, a tiro limpio y bombas a diestro y siniestro.
Vale
la pena el indulto, porque –en teoría--
rebajaría la tensión y, especialmente, sería una señal a importantes
sectores independentistas, hartos de tanta murga que no les lleva a ninguna
parte. Y, no se olvide, le quita pretextos a ese manicomio de Waterloo.
¿Que
el indulto huele mal? De acuerdo, por eso me tapo las narices. Pero es
preferible eso a que la situación sea definitivamente irrespirable.
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