No
hace ni cuarenta y ocho horas que los augures pronosticaban nuevas elecciones
generales en otoño. El nuevo desencuentro entre Sánchez e Iglesias conducía,
según los mentideros mejor informados, a dicha repetición. Ahora, los mismos
mentideros apuntan un rayo de esperanza: Sánchez aceptaría en el gobierno a
miembros de Podemos, pero no a Pablo Iglesias. Es un caramelo envenenado que
sitúa al dirigente podemita ante una difícil opción. Si dice que no, y hay
repetición de elecciones, aparece como responsable; si acepta la oferta admite la
humillación política que se le hace como dirigente político, cosa que le
perseguirá toda la vida.
Pero
también Sánchez tiene un problema: si finalmente admite --a regañadientes o
no-- la presencia de Iglesias en el gobierno es de cajón que se ha bajado los
leotardos. En resumen, si es verdad lo que chamuyan los mentideros –mejor o
peor informados— o Pablo Iglesias sienta
sus reales en el Consejo de Ministros o no hay investidura. Y si tiene cartera
ministerial o uno u otro han cedido.
Llámenme
ingenuo pero tiendo a estimar (al menos en este momento) en que primará el
sentido común. Que todo indica que habrá investidura próximamente y que los
equipos de ambos dirigentes usarán la magia de la palabra y convertirán el agua
de carabaña de lo que han dicho en vino de Jerez o en vinillo de Rioja. La
política en su versión cuántica puede hacer esos milagros.
Y
si no hay investidura, ¿qué? Ya se verá.
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