Sabemos
que la diplomacia vaticana es una de las más sofisticadas del mundo. Veinte
siglos la contemplan para lo poco bueno y lo mucho malo. Por eso, somos del
parecer que el ex abrupto de Renzo Fratini,
alto funcionario de la Iglesia y Nuncio en España, no es un pronto, un calentón
de boca. Lo que no quita que sea un acto extremadamente cobarde por parte del
funcionario que horas más tarde su jubilaba.
Efectivamente,
sorprende que las declaraciones de Fratini («No ayuda a vivir mejor recordar
algo que ha provocado una guerra civil») con motivo de la exhumación de Franco,
hayan sido pronunciadas por un diplomático en el ejercicio de su cargo,
rompiendo todas las normas de las relaciones entre Estados. Una injerencia en las decisiones españolas, y más
concretamente del Parlamento español. Una injerencia que, como hemos dicho
anteriormente, es cobarde pues se pronuncian horas antes de la jubilación del
funcionario.
Aquí
hay gato escondido. Esto no es sólo, con ser grave, una intromisión en los
asuntos de un país soberano. Aquí huele a cuerno quemado. Concretamente, ese
rejón se dirige contra el papa Francisco y, con
toda seguridad, forma parte de la conspiración de una parte muy influyente de
la Curia y sus terminales en los estados nacionales con la ayuda de algunas
cancillerías europeas. Sin ir más lejos, la italiana.
La
vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, le ha
llamado la atención al caballero ensotanado. No obstante, su reacción merece un
comentario. Cuando Calvo plantea, como reacción a la incontinencia de Fratini,
que estudiará la eliminación de los privilegios fiscales de la Iglesia no nos
parece un argumento lógico, porque los privilegios deben eliminarse tanto si
Fratini dice pitos como si dice flautas. En resumen, la igualdad ante la ley
nada tiene que ver con el nivel de ultrancismo del Nuncio. Y tres cuartos de lo
mismo podríamos decir en torno a la eliminación de esa antigualla que es el
Concordato.
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