martes, 3 de abril de 2018

Los Comités de Defensa de la República




Los Comités de Defensa de la República --¿de qué República, pregunto?--  son la expresión de un doble fracaso: el del procés en particular y el de la política en general.  El secesionismo exhibía la protesta pacífica y una característica abierta, es decir, no clandestina. Los Comités de Defensa de la República –de la república imaginada en el colodrillo de sus activistas— es un movimiento que combina la organización clandestina con las posibilidades legales que emanan de la Constitución y el Estatut. Se nutren de los extrarradios de cada fuerza política independentista, sin excepción. Su objetivo es impedir drásticamente cualquier intento de arreglo entre las fuerzas independentistas que pueda ser entendido como posibilista y pragmático para salir del gran embrollo. No se trata, pues, de influir además en el Parlament de Catalunya sino de dictarle sus decisiones sobre la base de la acción física y su repercusión mediática. En suma, son la quintaesencia –es decir, lo más puro y acendrado del independentismo. La técnica de los CDR se inspira en la llamada propaganda por el hecho o propaganda por el acto, que  es una estrategia de propaganda  basada en el supuesto de que el impacto de una acción genera más repercusiones, obtiene más relevancia y, por tanto, es mucho más eficaz que la simple palabra para despertar las energías rebeldes del pueblo. Así pues, la propaganda por el hecho implica predicar con el ejemplo. Su puesta en práctica buscaba elevar un conflicto latente al grado de conflictividad explícita, generando un elevado grado de incertidumbre social que obligase a la mayoría a salir de su indiferencia y adoptar posturas distintas para resolver el conflicto.

Esquerra y las diversas variantes neo convergentes afirman machaconamente que son pacíficos. Pero hasta la presente nadie ha llamado la atención a los CDR. Y quienes se han atrevido, desde esas tribunas, a decir algo se han limitado a usar el «empacho de retórica», del que ya alertaba Gaziel, que utilizaban antaño un buen número de dirigentes políticos catalanes. Ni siquiera la irritante expresión de «compañeros que se equivocan», (compagni che sbagliano), según decían algunas almas de cántaro italianas a finales de los años setenta del siglo pasado.  Una explicación de este silencio afectuoso hacia los CDR lo da Andreu Claret, ponderado analista de lo que está pasando en Cataluña: «Los líderes independentistas están convencidos de que la movilización de los CDR les permite levantar la moral de los fieles».

O sea, podemos llegar a esta conclusión: los actos de violencia de los CDR sirven para que los pacíficos sigan ejerciendo de tales. Algo chocante. Tan chocante como la relación entre la caja de cerillas y los gambullos de leña.

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