Los Comités de Defensa de la República --¿de qué
República, pregunto?-- son la expresión
de un doble fracaso: el del procés en
particular y el de la política en general.
El secesionismo exhibía la protesta pacífica y una característica
abierta, es decir, no clandestina. Los Comités de Defensa de la República –de
la república imaginada en el colodrillo de sus activistas— es un movimiento que
combina la organización clandestina con las posibilidades legales que emanan de
la Constitución y el Estatut. Se nutren de los extrarradios de cada fuerza
política independentista, sin excepción. Su objetivo es impedir drásticamente cualquier
intento de arreglo entre las fuerzas independentistas que pueda ser entendido
como posibilista y pragmático para salir del gran embrollo. No se trata, pues,
de influir además en el Parlament de Catalunya sino de dictarle sus decisiones
sobre la base de la acción física y su repercusión mediática. En suma, son la
quintaesencia –es decir, lo más puro y acendrado del independentismo. La
técnica de los CDR se inspira en la llamada propaganda por el hecho o propaganda por el acto, que es una
estrategia de propaganda basada en el supuesto de que el
impacto de una acción genera más repercusiones, obtiene más relevancia y, por
tanto, es mucho más eficaz que la simple palabra para despertar las energías
rebeldes del pueblo. Así pues, la propaganda por el hecho implica
predicar con el ejemplo. Su puesta en práctica buscaba elevar un conflicto
latente al grado de conflictividad explícita, generando un elevado grado de
incertidumbre social que obligase a la mayoría a salir de su indiferencia y
adoptar posturas distintas para resolver el conflicto.
Esquerra y las diversas
variantes neo convergentes afirman machaconamente que son pacíficos. Pero hasta
la presente nadie ha llamado la atención a los CDR. Y quienes se han atrevido,
desde esas tribunas, a decir algo se han limitado a usar el «empacho de
retórica», del que ya alertaba Gaziel, que
utilizaban antaño un buen número de dirigentes políticos catalanes. Ni siquiera
la irritante expresión de «compañeros que se equivocan», (compagni che sbagliano), según decían algunas almas de cántaro
italianas a finales de los años setenta del siglo pasado. Una explicación de este silencio afectuoso
hacia los CDR lo da Andreu Claret, ponderado
analista de lo que está pasando en Cataluña: «Los líderes independentistas
están convencidos de que la movilización de los CDR les permite levantar la
moral de los fieles».
O sea, podemos llegar a esta
conclusión: los actos de violencia de los CDR sirven para que los pacíficos
sigan ejerciendo de tales. Algo chocante. Tan chocante como la relación entre
la caja de cerillas y los gambullos de leña.
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