«Hemos de defender lo nuestro y
a los nuestros». Se podrá decir más alto, pero no más claro. Me imagino que le
habrá caído una buena propina al escribidor de este apotegma por su concisión y
certera puntería. Es una frase que, pronunciada en Sevilla, nos retrotrae a los
tiempos de Monipodio.
«Lo nuestro» y «los nuestros» como símbolo de una praxis
rufianesca, como epítome de una concepción de la política. Es la voz de María Dolores Cospedal (sin
el hidalgo ´de´ que ella misma se atribuye sin que haya aparecido en el acta de
su árbol genealógico) ante sus parciales echándole un capote a la
fraudulentamente masterizada Cifuentes.
Cospedal (sin el ´de´ que sus
parciales le atribuyen), así las cosas, quiere matar varios pájaros de un tiro:
recuerda a los hermanos en Monipodio que el partido es una asociación de
socorros mutuos –hoy por ti, mañana por mí--; llama a sus conmilitones a tomar
los picos, palas y azadones para tapar el asunto; y, nos dicen algunas voces
insuficientemente valientes, que es un toque de atención a esos sectores del
partido que se sienten incómodos ante un putiferio tan caballuno.
Lo
nuestro son las
martingalas del partido. Los nuestros son los arquitectos que las
diseñan y la albañilería que las pone en práctica. Lo nuestro y los nuestros
es el ecosistema granítico, que estuvo basado en la utilidad de la impunidad.
Pero que ahora hace aguas y, por ello, exige la defensa resistente de una forma
de ser y, sobre todo, de actuar. Resistir es el mensaje cospedaliano, del Partido Popular y sus
circunstancias. Una resistencia adobada con el grito aguardentoso del «a mí, la
legión». Millán Astray de cuerpo presente
en la convención sevillana del Partido popular.
Me imagino la consternación en
las Cancillerías europeas ante el grito de Cospedal. Incluso podría ser
verosímil lo que se le atribuye a un mandatario alemán tras escuchar a la dama:
«A España no entregamos ni a Luis
Candelas».
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