jueves, 5 de abril de 2018

El máster, ese obscuro objeto del deseo




Escribe Strómboli

No hay político que se precie que no exhiba un máster. Unos lo obtienen a la remanguillé, otros siguiendo las convenciones académicas. En todo caso, máster y twitter son los elementos que pretenden distinguir a no pocos exponentes de la mal llamada clase política. Sin ninguno de los dos el político se siente demediado. Máster y twitter son, pues, los objetos –obscuros o no--  del deseo del político. En todo caso, parecería que tener el titulillo es una especie de moderna distinción del nutrido pelotón de los torpes. Oiga, el político que no tenga un máster cree que puede ser considerado como un zote de grado medio. Y el que no luzca su propio twitter entiende que puede ser censurado como precario de ideas. De ahí que se haya creado una incipiente industria de escribidores de tesinas de fin de máster. Esto es, gente avispada –cuarentona por más señas--  que redacta por encargo las tesinas que convencionalmente se exigen a los examinandos.  Son lo que, en literatura, se conocen como negros. Es la neo picaresca española postmoderna. Es una actividad legal siempre y cuando siga puntillosamente las reglas fiscales de Cristóbal Montoro.

A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta del siglo pasado no existían los máster. Ni tampoco la obsesión por abrillantar la carrera académica de cada quisqui. Justamente lo contrario. Pongamos que hablo de Santa Fe, capital de la Vega de Granada. Su alcalde, un novísimo ricachón, alardeaba de que apenas sabía leer y escribir, pero que sabía de números más que quien los inventó. Doy fe de que era verdad. Tenía en su cabeza todos los entresijos de su enorme patrimonio.

Pues bien, nuestro alcalde tenía que pronunciar un discurso con motivo de un aniversario del descubrimiento de América. Meses antes le enseñaron a leer mejor. Y un escribidor local le escribió la perorata. Pero no le dijeron nada sobre los números romanos. De manera que, en un momento dado, habló del Emperador  Carlos Uve. Estaba escrito Carlos V. Estupefacción general, inicio de toses sospechosamente sobrevenidas. Nuestro alcalde repitió jupiterinamente: «Sí, Carlos Uve, ¿estamos?». Y nosotros aplaudimos a rabiar. Cosas que pasan por no haber hecho un máster.

Su señora esposa tampoco hizo ningún máster. Se cuenta fidedignamente –yo mismo lo escribí en mi libro Cuando hice las maletas— que, visitando en el Museo del Prado con don Antonio Gallego Burín, éste le preguntó qué cuadro le había gustado más de todo el museo. La señá R, alcaldesa consorte, le señaló uno del italiano Mantegna. Gallego Burín, director general de Bellas Artes, le preguntó por qué. Y ella: «Pos mira, Antoñito, porque es tan chiquitillo que se le puede quitar el polvo muy fácilmente. No como ese tan grande y con tanto palitroque». (Se refería a Las Lanzas, de Velázquez). Lo dicho: la señá R tampoco tenía ningún máster.  



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