Pedro Sánchez
ha asistido al reciente congreso del SPD.
Entre sus objetivos declarados figuraba una entrevista con la ministra de
Justicia de Alemania. Sin duda pretendía informarle del contencioso catalán y
del problema surgido tras la decisión del Tribunal Territorial de Schleswig-Holstein que no admite la tesis
principal del juez campeador acerca del delito de «rebelión» de Carles Puigdemont. No
hubo tal entrevista, de manera que podría calificarse el viaje de Sánchez como
un insuceso. Que nos da pie para meditar sobre algunas cuestiones no
irrelevantes.
Durante todo el litigio catalán, que sigue vivo
y coleando, no ha habido trabajo europeo (diplomático) por parte de las
autoridades españolas. Tampoco las organizaciones políticas anti secesionistas
han movido un dedo. Confiaron en la posición oficial de las instituciones
europeas y en las declaraciones de las autoridades de cada Estado nacional.
Incomprensiblemente olvidaron a la opinión pública. Es más, cada vez que el
gobierno español metía la pata perdía consenso. Por el contrario, el
independentismo catalán ha ido trabajando a la altura de sus posibilidades y,
en determinados momentos, podemos decir que le ha ganado la partida mediática
al hombre de Pontevedra y sus mesnaderos.
El independentismo ha desplegado un activo
apostolado europeo cuyo éxito (relativo, pero no insignificante) ha sido que
pareciera que hablaban y representaban a toda la sociedad catalana, que el
conflicto es entre (toda) Cataluña y no sólo el Estado, sino el pueblo de
España. Que se trata de una «cuestión democrática» entre una España que huele a
pies y (toda) Cataluña que huele a ámbar. La diplomacia española ha estado de
vacaciones, mientras los activistas independentistas estaban en el tajo,
contando con la presencia paroxística de un Puigdemont que lo mismo freía una
corbata que planchaba unos huevos.
Los covachuelistas de la Moncloa
sesteaban tranquilos sub arrendando sus responsabilidades a la Brigada Aranzadi. Y más
todavía, cuando los cuatro tenores
cantaban el cabaretero cuplé Soy el novio de la muerte,
el apostolado secesionista organizaba manifestaciones, actos en universidades y
ruedas de prensa en diversas capitales europeas. Y tres cuartos de lo mismo ha
ocurrido en los partidos: política de campanario frenéticamente impulsada por don Twitter. Y, lo que es
peor, organizando imprudencias y disparatadas medidas, que han provocado que se
empiece a mirarnos como la España de Merimée. O con los tintes negros del famoso Don Carlo, la gran ópera del maestro Verdi, que reflexiona sobre
el poder. La última: la orden del pintoresco Zoido (uno de los cuatro tenores) habilitando a
la policía la requisa de toda visible prenda de vestir de color amarillo en las
puertas del campo de fútbol el día de la Copa del Rey. Mohines de incredulidad
en las cancillerías europeas y carcajadas en las redacciones de los principales
medios. Una reacción lógica frente a la España cañí, regida por políticos que
están por debajo de la consideración de chusqueros. Señores: el teatro--circo chino de Manolita Chen era más serio
y profesional.
Apostilla.— Hoy empieza la
cuenta atrás. Dentro de un mes finaliza el plazo para formar gobierno en
Cataluña. El mango de la sartén lo tiene Puigdemont, cuyo reino no es de este
mundo. En eso hay plena coincidencia con el hombre de Pontevedra. También
Manolita Chen era más seria y profesional que ambos. Al menos nos enseñó el nacimiento del pelo.
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