El diario El País titula
desparpajadamente: “El Gobierno restaura el orden constitucional en Cataluña”.
Vale, pero ¿y lo otro? Lo otro es la
convivencia, la estabilidad, el orden cívico? Mucho me temo que,
desgraciadamente, la aplicación del 155 –de máximos-- será más desestabilizador, si cabe.
Posiblemente la reacción del independentismo paroxístico será más virulenta.
Eso no le importa al diario. Una cosa es predicar y otra, bien diferente, las
consecuencias de la homilía. En pobres palabras, seguirá el ball de bastons en la calle y,
presumiblemente, en la gran mayoría de los recovecos de la administración
intervenida.
De momento, la aplicación del
155 redimensiona las relaciones entre fuerzas políticas que han estado entre
Pinto y Valdomoro. Pongamos que hablo de los Comunes
que darán su apoyo al independentismo; pongamos que me refiero al Partido Nacionalista Vasco
que hará tres cuartos de lo mismo; pongamos que me refiero a otro cierre de
filas en el interior del independentismo. En resumidas cuentas, el carácter
intimidatorio del 155 tendrá unas consecuencias concretas poco amables para
quienes lo han puesto en marcha. Frente al lema de los hunos (“A mi, Sabino,
que los arroyo”) estará la reacción de los hotros (Perdidos por perdidos, al
río). Y entre Sabino y el río continuará la bronca. A saber, no sería de
extrañar que aparecieran nuevas convocatorias de aturades de país (huelgas patrióticas), ahora no subvencionadas. Y
tampoco sería de extrañar que la casa sindical
recibiera más presiones, internas y externas, para sumarse a una huelga
general.
¿Qué salida, dice usted? La que
propone un, a veces, volcánico Jordi Ribó i Flos.
Este veterano sindicalista, en algunas ocasiones capaz de ponerle bridas a
su fogosidad formal, recomienda, quizá comiéndose la uñas, lo siguiente: que Puigdemont, que todavía tiene tiempo hasta la sesión del Senado, disuelva el Parlament de Catalunya y convoque elecciones autonómicas. Realismo
sobriamente expresado. Es, por supuesto, una solución imperfecta para un
presente y un medio plazo imperfectos. Desde mi chamizo sostengo la propuesta
del anciano sindicalista.
Naturalmente es una propuesta
que tiene una virtud (también imperfecta): que el tiempo ofrezca una solución
menos imperfecta. Eso sí, tiene un inconveniente, a saber, que las cosas vayan
arreglándose. Porque si entra el elefante en la cacharrería los estropicios
serán considerables. Cosa que es sabida desde, por lo menos, el cabo de Creus
hasta el de Trafalgar.
Jordi Ribó, genio volcánico y
figura ponderada. Las hechuras de aquel sabio sindicalista de la empresa Tagra,
Manuel Sousa, en
ocasiones volcánico también y, simultáneamente, contractualista que enseñaba que con las cosas de comer no se
juega.
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