Los socialistas nunca tuvieron
un partido a su izquierda con tanta fuerza parlamentaria como ahora con
Podemos. El PSOE estaba acostumbrado a un partido-competidor débil y sin
posibilidad de ser su alternativa real. Ahora aquella vieja relación de fuerzas
ha cambiado profundamente. Ambos se encuentran en una feroz competencia que no
parece de utilidad para los intereses materiales de la ciudadanía. Es más, sus consecuencias parecen claras: la
debilidad de ambos partidos y la frustración de amplios sectores sociales que
ven que, con la que está cayendo, la derecha no sólo no retrocede sino que
repunta. Ciertamente, cada una de ellas endosará a la otra las culpas a su
competidora como mero elemento de propaganda de cara al electorado. Ni siquiera han sacado lecciones del brutal
enfrentamiento entre CC.OO. y UGT a finales de los setenta y principios de los
ochenta. Menos todavía han aprendido hasta qué punto fue fértil la
reconsideración de aquella áspera pugna intersindical.
Es lógico y legítimo que cada fuerza
política mire por sus intereses. Y es normal que se libre una fuerte disputa
entre quienes pugnan por tener la mayoría del espacio de la izquierda. El
problema es el carácter de la confrontación y el diapasón que va adquiriendo.
Uno y otro se caracterizan, grosso modo, por considerar que la vida de uno es
la muerte del otro: «mors tua, vita mea», de origen medieval. Las consecuencias
que la izquierda ha cosechado con tal práctica son sobradamente conocidas; los
perdedores siempre han sido las capas populares y especialmente los
trabajadores y sus familias.
Sin embargo, no se escarmienta.
Porque, en palabras de Luciano Lama, que fue
secretario general de la CGIL, «el enfrentamiento en la izquierda se teoriza,
mientras que la unidad se hace». Quede
claro: ni Lama, ni nadie con tres dedos de frente está hablando de una unidad
de acción abstracta o, peor aún, sin contenidos claros. Tampoco de la unidad de
acción que desdibuje los perfiles de nadie. Es la unidad de acción, que parte
de la personalidad de cada cual y establece las zonas de confluencia de los
diversos. Su contrario es la exhibición barroca de la reyerta, la exclusiva
auto referencialidad de lo propio. Se
trata de un estilo que está calando incluso en el interior de cada
organización.
Los recientes acontecimientos
están exasperando todavía más la sistemática confrontación entre el PSOE y
Podemos. Llueve sobre mojado y no parece que la cosa tenga visos de escampar.
Porque, entienden unos y otros que la lucha por la hegemonía en la izquierda se
ventila con ese mors tua, vita mea. Porque el problema de fondo es la
impotencia de ambas formaciones en elaborar un proyecto de regeneración de la
vida política del país con un trayecto gradual; un proyecto de robustecimiento
de la sociedad; un proyecto de transformación y humanización del trabajo. Ni el
PSOE ni Podemos tienen ese proyecto. Ni siquiera una insinuación de proyecto.
Un proyecto, en definitiva, acorde con las gigantescas transformaciones,
que están en curso desde hace tiempo.
Mientras no lo tengan estarán dándose mamporros hasta la extenuación. A mayor
gloria de las derechas económicas y políticas. Y para desgracia del objeto de
la política, que no son los políticos sino la ciudadanía.
En ese sentido la moción de
censura que auspicia Podemos, y todo lo que la rodea, es una anécdota. Todo lo
importante que se quiera. Pero una anécdota. Lo que va de veras no es esa
contingencia, sino el cainismo mutuo, basado en la desubicación de ambas
formaciones de este paradigma de reestructuración y reconversión de la economía
en un mundo globalizado. Lo que indica que no estamos en una época de cambios,
sino en un cambio de época.
Así las cosas, todo seguirá más
o menos igual hasta que se entienda que el problema no es quién tiene la
hegemonía en la izquierda, sino la
necesidad de la hegemonía de la
izquierda. De toda la izquierda. No de
una parte de ella contra la otra.
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