martes, 5 de enero de 2016

Traidores a porrillo en Cataluña




“La CUP ha enterrado el proceso y se alinea con el españolismo”. Josep Huguet, presidente de la Fundación Josep Irla, de ERC, pidió “memoria de elefante para recordar a los mezquinos”. La más contundente fue Pilar Rahola, que dio por hecho que la CUP es un instrumento de los servicios secretos españoles: “Los agradecimientos por el no de la CUP hay que mandarlos al CNI. No os equivoquéis de dirección” (1).  Algo no funciona adecuadamente en las cabezas de Huguet y Rahola.

De tener razón ambos personajes nos encontraríamos ante algo de lo que no teníamos noticia: Cataluña es el país del planeta con más «mezquinos» y «traidores» por metro cuadrado. Sobre todo, de traidores a la patria, sea esta lo que fuere. Una patria que hoy se encuentra enzarzada en una metafórica guerra civil entre las diversas familias del soberanismo, en la que cada facción se autolegitima como la única santa y apostólica propietaria de unas esencias sempiternas, como la única dueña del proyecto salvífico de la nación. Es la práctica del guerracivilismo grupuscular.

En esa práctica no se concibe el disenso, ni el pluralismo. Lo que importa es quién tiene el monopolio del amedrentamiento a través de la pena de twuitter y otros mecanismos mediáticos. Por lo general, sus estridentes voceros son lo que, en tiempos antiguos, se conocía como pequeñoburgueses, según nos ha recordado recientemente Antoni Puigverd, una voz todavía respetada por la secta de los Adoradores del Nombre. Ninguno de ellos ha sido llamado a capítulo por el derrotado rey Arturo, incapaz de sacar su espada, Excálibur, del fondo del peñasco.

Así las cosas, nos atrevemos a formular esta hipótesis: con esta rauxa (rabia) pequeñoburguesa sólo se construye un descomunal follón, un pandemónium miserable, no un país. El lema de estas cohortes está claro: «Hágase la bronca».  Aunque, de momento, la bronca es de unos pocos contra otros pocos.


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