Homenaje a Joan Manuel Serrat
El abrupto choque entre el
nacionalismo de Estado y el nacionalismo catalán es, ante todo, la expresión
principal de que la política española está desubicada – al margen, se
diría-- del gran proceso de
transformación y cambio del actual paradigma de la globalización. Es
ciertamente una lucha por el poder en clave parroquiana, de campanario hemos dicho en otras
ocasiones. Se podrá revestir como se quiera dicho litigio, usando metáforas y
retóricas más o menos altisonantes, pero en el fondo todo se reduce a una pugna
en los pequeños espacios, cuyos confines ya son irrelevantes en la situación
actual: el gigantesco proceso de reconversión y reestructuración de los poderes
económicos, políticos e institucionales.
Que la derecha política y sus
franquicias sean (o se disfracen de) nacionalistas tiene una cómoda
explicación. La supeditación a la economía realmente existente, que es global,
hace que la política se parezca a la rosa de Alejandría: “colorada de noche,
blanca de día”. Que en el nacionalismo hegemónico se traduciría así:
nacionalista de día, prótesis ancilar del neoliberalismo global por la noche.
Lo que, en el fondo y dado la supeditación de esa política a los poderes
fácticos de la economía, tiene su propia, aunque indeseable lógica. Ahora bien,
que la izquierda siga siendo nacionalista –entendido este concepto como
desubicación de los grandes procesos de globalización y no sólo en el más
publicitado caso catalán-- tendría otra
explicación.
Parece oportuno que echemos mano
del maestro Pietro Ingrao, recientemente
fallecido. Traigo a colación su conferencia en la Institució Valenciana
d´Estudis i Investigació (Valencia, 8 de Noviembre de 1989) Vecchia e nuova sinistra (1). Habla
Ingrao: “Las izquierdas europeas –todas, sin exclusión alguna-- en el curso de este siglo han vivido una
época de ‘nacionalización’, de enraizamiento en en la especificidad de los
diversos Estados nacionales europeos. Las izquierdas habían sido acusadas,
durante un largo tiempo por la derecha de ser a-nacionales o incluso de anti
nacionales. En consecuencia, acción de
las izquierdas --desde Francia a Suiza,
desde Italia a Alemania y España-- se
orientó fuertemente a reivindicar y definir el papel nacional del movimiento
obrero, a insertar su batalla en la forma históorica del Estado nacional”.
Si he comprendido bien a nuestro
amigo italiano, podría sacar la siguiente conclusión: la potente ofensiva
mediática de la derecha hizo recular a todas las izquierdas –“todas, sin
ninguna exclusión”-- al campo de la
‘nacionalización’ del movimiento obrero tanto en su vertiente política como
sindical. Una nacionalización que, bien pronto se vio, fue en detrimento del
internacionalismo, a pesar de que Karl Marx
había hablado, largo y tendido, de la interdependencia de la economía: el legendario
“proletarios de todos los países, uníos”, quedó como un hemistiquio en la
praxis de las izquierdas que saltaron de la ‘nacionalización’ al nacionalismo,
entendido éste como el enclaustramiento en las fronteras de cada país. La
solidaridad internacional con la República española y, después, con el Vietnam
fueron excepciones gloriosas que no contradicen lo anterior. Dicho con cierta crueldad: es como si la nacionalización fuera algo respetable y
el internacionalismo fuera cosa de
los destripaterrones. O, según otras versiones, el nacionalismo es cosa de
patriotas sedentarios, mientras que el internacionalismo es el alma de los
apátridas errabundos.
Andando el tiempo se produce un
proceso de desubicación política de la izquierda con relación a los grandes
cambios que se van operando en el mundo. De ese retraso ya nos previno Palmiro Togliatti en su Testamento de Yalta. (Siento no haber encontrado el texto en internet, así es que remito al
lector al viejo libro que publicó ERA en 1964, Escritos Políticos, de Palmiro Togliatti, con prólogo de nuestro Adolfo Sánchez Vázquez). En pocas palabras: se nos viene avisando
desde hace demasiadas décadas.
Sin embargo, estos avisos –y
otros posteriores— no hicieron efecto en nuestras testarudas izquierdas
europeas. Que, cada vez más, se empeñaron en consolidar su praxis, cada vez más
nacionalista. Hasta que el conjunto de las crisis de 2008 –y las
anteriores-- nos pilló sin plumas y cacareando
que es la impotencia de ese infatigablemente inútil del gallo de Morón. En
pocas y pobres palabras: ante cada crisis, las izquierdas han querido
intervenir con los obsoletos instrumentos del campanario; por eso, de cada
crisis la izquierda ha salido cada vez más demediada. Y tan calvas y romas están
las izquierdas europeas que todavía no hemos oído nada que valga la pena sobre,
es un ejemplo entre tantos, el escándalo de Volskswagen. Esta es una referencia directa a la
vieja política, pero lo es así mismo a la autoconsiderada nueva política. Que está
desubicada, igualmente, de los procesos de la reestructuración económica,
social y política. Lo que explicaría, pido disculpas por mi atrevimiento, que
el fenómeno Podemos siga siendo una incógnita. Mejor
dicho, que su predicamento inicial no siga en ascenso.
Decía Ingrao en su charla
valenciana que “es necesario salir de un razonamiento económico solamente
nacional para conducir una lucha a nivel europeo (…) puede parecer difícil,
pero ya no podemos razonar en base a parámetros de intereses y reivindicaciones
exclusivamente nacionales”. Y yo añadiría: nacionales en el sentido viejo de la
expresión como en el no menos viejo del nacionalismo. Casi tartamudeando me atrevería a insinuar
esta reflexión: hasta la presente nadie –de la vieja y nueva izquierda-- ha caído en la cuenta (o, al menos, así me lo
parece) de la aparición, tiempo ha, de una “contraconstitución” europea que
está haciendo añicos el texto constitucional de 2004. Son las directivas,
circulares y toda una serie de disposiciones burocrático-administrativas que
matizan o, según el caso, cercenan derechos y poderes democráticos apuntando
claramente contra el llamado modelo social europeo. Vale la pena recordar hasta
qué punto las izquierdas, políticas y sociales, estuvieron distraídas tras la
aparición del Libro verde del Derecho del Trabajo europeo a finales de 2006,
que ya anunciaba los futuros desaguisados (2).
De ahí que un lúcido Antonio Lettieri afirme que “las consecuencias más
graves tienen que ver con la cara que permanece en la sombra; nos referimos a
los profundos daños infringidos a las estructuras democráticas en cada país.
Grecia hace explícito lo que antes estaba oculto” (2). No obstante, la vieja y
la nueva izquierda parecen coincidir en la común distracción de lo que está
comportando el movimiento contra-constitucional.
De donde llegamos a otra
conclusión: la desubicación de las izquierdas, viejas y nuevas, está
conduciendo no sólo al debilitamiento de la representación política, sino a una
ineficaz representación y a la consolidación de la auto referencialidad: una y
otra dejan de ser sujetos extrovertidos que miran exclusivamente el patio de su
casa, que es particular como todos los demás.
Tengo para mí, sin embargo, que
ese callejón tiene salida. A saber, 1) la inserción de las izquierdas –viejas y
nuevas-- en el mundo de las grandes
transformaciones de época que se están operando, de los grandes acontecimientos de hoy; un ejemplo inmediato:
discutir en España y Europa qué ha pasado en Volkswagen, de qué manera impedir que ésta
–aprovechando que el Llobregat pasa cerca de la Seat— haga un brutal estropicio con los
trabajadores, catalanes, navarros y europeos. 2) convertirse en sujetos plenamente
europeos y no en diferido. 3) compartir diversamente –cada cual con sus
códigos, responsabilidades y objetivos--
con los movimientos sociales que, a su vez necesitan transformarse
también, un paradigma común de tutela y promoción de los derechos e intereses
de la ciudadanía. Y 4) convertir su tradicional pugna, basada en “mors tua vita
mea”, en una acción de emulación. Justamente lo contrario, por ejemplo, de los
zurriagazos que se propinan desde la noche de los tiempos y que recientemente
se ha reeditado confusamente por dos jóvenes echaos p´alante –uno con mochila, otro en mangas de camisa-- en
nuestro país.
¿Que es poca cosa?
Probablemente, pero en tal caso pongan ustedes algo de su parte. Vale.
(1)
Pietro
Ingrao. Interventi sul campo. (CUEN,
sin fecha).
(2)
José
Luis López Bulla. Otra reflexión sobre el
Libro verde: http://firgoa.usc.es/drupal/node/36492
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