Nota editorial. Nuestro amigo Javier Terriente es el
autor de dos entradas tan importantes como (1) En la
izquierda. ¿Es necesario un nuevo sujeto político? y 2) En la izquierda. ¿Es necesario un nuevo sujeto
político?. Por eso, tras las elecciones europeas, nos dijimos que
Terriente debería seguir dándole vueltas al magín. Y lo ha hecho.
Escribe: Javier Terriente
Las primeras palabras de Pablo Iglesias nada más
conocerse los resultados de las Europeas, dan una idea bastante exacta de lo
que significa y pretende esta novísima fuerza política: “No podemos estar
satisfechos con el resultado porque mañana seguirá habiendo desahucios”… “Podemos
no nació para jugar un papel testimonial sino que nació para ir a por todas”…. Quiere
esto decir que ha irrumpido en el panorama político no para apropiarse de un reducido
espacio a perpetuidad, que le permita convertirse
en un leal instrumento auxiliar de tal o cual fuerza política bajo el signo de
la auto complacencia, sino que aspira expresamente, desde el mismo acto
fundacional, a gobernar en una suma de muchos y distintos; no de cualquier manera
o a cualquier precio. Su propósito es hacerlo mediante nuevas alianzas políticas
y sociales que trascienda a los partidos, e impulsar un proceso constituyente hacia
una nueva democracia política, económica y social. Para Podemos, la proyección
democrática marca una nueva manera de ser y de hacer política.
Estamos, pues, ante una fuerza que nace con una
clara voluntad de gobernar (“sustituir a la casta”) y lo expresa sin complejos como
un proceso lógico, indispensable y posible, que pondría freno al sufrimiento de
tanta gente; mañana ya es tarde. Una lectura apresurada de semejante desafío podría
confundirlo con una vana ilusión o una grosera concesión electoralista impropia
de la izquierda pura, pero, en realidad,
se trata exactamente de lo contrario: la degradación del sistema en todas sus
dimensiones, al despojarlo de su antigua capacidad de tutela hacia los más
desfavorecidos, exige respuestas inmediatas que la izquierda institucional ha
sido incapaz de atender. En resumen, si “las masas no pueden esperar”, Podemos y
sus potenciales aliados deben actuar con prontitud si no se quiere correr el
riesgo de que se abra un abismo insalvable entre la política y los ciudadanos que
conduzca a la dictadura. De ahí que sea fundamental contribuir a una alternativa
colectiva de amplio espectro democrático que permita alcanzar el gobierno y,
además, urge a hacerlo, siendo lo inmediato una oportunidad para acelerar los
cambios.
Una de las razones de la irrupción de Podemos ha
sido la idea-fuerza de que la utopía es un sueño verosímil que se construye día
a día en la vida cotidiana. El llamamiento a la solidaridad, al sentido
cooperativo, a la participación democrática y el activismo individual y
colectivo para alcanzar metas superiores, valores rescatados de las mejores
páginas del movimiento obrero y progresista y motor de los nuevos movimientos
sociales, ha convertido en protagonistas a centenares de miles de ciudadanos anónimos
que no quieren dejar de serlo. Podemos les ha facilitado la oportunidad de que
cada uno se sienta indispensable en la tarea de cambiar el curso de las cosas.
Las elecciones europeas han demostrado que hay vida
más allá de los partidos tradicionales de la izquierda y que la política no es
patrimonio exclusivo de ellos. Constreñirla a ese ámbito ha sido sin duda uno
de sus mayores errores. Hasta ahora, las opciones electorales estaban
mediatizadas por la “utilidad” del voto y la resignación existencial a la hora
de decidirlo. Un halo de fatalidad recorría los colegios electorales. El
descrédito de la “política realmente existente”, ha creado la percepción de que
los problemas diarios de la gente no encuentran en ella las soluciones que
demandan. Tanto más, si la actividad de los partidos se reduce a la mera acción
electoral e institucional y a la selección endogámica de sus representantes y cúpulas
dirigentes. Parece como si la sociedad real se hubiera vuelto invisible salvo
en la retórica de las campañas y el
papel de los programas. De ahí el relativo éxito de una determinada corriente
de opinión, deudora de antiguas certidumbres, según la cual el 15 M o las Mareas, aunque merecedores
de apoyo puntual, solo reflejaban intereses parciales, sectoriales, más o menos
corporativos, o eran flor de un día; en todo caso, estaban condenados a la
esterilidad política y se les miraba con recelo como potenciales competidores. Mientras
tanto, desde hacía bastante tiempo, la política verdadera se había trasladado
desde las instituciones a la calle, el mejor laboratorio de ideas y de
proyectos de los últimos años. Una vez allí instalada, maduró en un sin fin de
iniciativas que ahora rebotan alzando el vuelo hacia el parlamento europeo. Eso
significa que el tiempo de los partidos de corte clásico ha entrado en una fase
de agotamiento (López Bulla y Amén).
De hecho, PP y PSOE, han sufrido un fuerte descalabro e IU, en el mejor de los
escenarios posibles, no ha alcanzado ni
de lejos sus objetivos electorales. En cambio, una nueva formación, Podemos, con
cuatro meses de existencia, descalificada de todas las maneras imaginables, se
ha convertido en un invitado inesperado... e indeseado.
Antipolítica
y política democrática.- Sin duda, las élites europeas han querido
legitimarse trucando las propias reglas de funcionamiento de la UE a través de la aprobación
con fórceps del Tratado de Lisboa. En un ejercicio de prestidigitación inaudito
han dado carta de naturaleza a la usurpación del proyecto social europeo a manos
de la Troika , el
BCE y Alemania. Hasta parece natural que las decisiones económicas y
financieras sean tomadas por un pequeño grupo de funcionarios llegados de las
grandes corporaciones responsables de la crisis. Queda claro que esa dinámica
infernal ha servido de coartada para intentar desmantelar el Estado social de derecho
en toda Europa, con matices distintos pero con un común denominador: la quiebra
completa de los derechos y de los avances sociales, sin excepción. No resulta
extraño en absoluto que la antipolítica haya hecho su aparición como un
fenómeno de masas. Más aun, cuando la conversión de la socialdemocracia a la fe
neoliberal y el declive o desaparición de los PC ha llevado a la izquierda a sucesivas
derrotas que han acabado por eliminar obstáculos a la expansión de corrientes
xenófobas y neofascistas. Sin embargo, lo que aquí podría haber sido una tormenta
perfecta para el avance de fuerzas de extrema derecha, no ha acabado por
materializarse. En parte porque cohabitan en el PP, pero también porque el
deterioro de la política y de las instituciones centrales del Estado no se
interpreta mayoritariamente como una enfermedad congénita del sistema
democrático en general (fascismo), sino como un hecho excepcional que afecta a este sistema concreto por dejar de
ser suficientemente democrático y social, a esta política y a estos políticos
por sus infamantes e incondicionales servidumbres, y porque conforman un
régimen blindado y autosuficiente de mutua ayuda que les garantiza la continuidad
en la alternancia de poder.
Afortunadamente en nuestro caso (Grecia en parte), esta
visión crítica, que no nihilista, del devenir de la política ha constituido el
sustrato de una amplísima rebelión en defensa de la democracia política y de
los derechos sociales y económicos, de la dignidad frente el poder arbitrario y
los privilegios de las clases dominantes, del plurinacionalismo frente al centralismo
jacobino conservador, y del laicismo frente al nacional-catolicismo rampante. De
ese modo, la presencia activa, consciente y organizada de los ciudadanos y
trabajadores en las calles y plazas ha supuesto, en ausencia de otros
instrumentos políticos e institucionales, el auténtico contrafuerte, el dique todavía
frágil del “no pasarán” a los desmanes de la Troika y de las élites europeas y al avance de la
antipolítica. Ninguna profesión, clase, categoría social, edad, nacionalidad o
condición ha quedado indemne de los recortes ni al margen de los protestas. En este sentido, Podemos ha sabido reflejar
el sentir general de las asambleas del 15 M , las Mareas, las reivindicaciones de los
trabajadores, de los Afectados por las Hipotecas, del movimiento ecologista y
feminista, de los inmigrantes, de los mayores… dando por sentado que sus
derechos, todos, son igualmente importantes y representan un todo indivisible
desprovisto de cualquier orden jerárquico. Probablemente este sea uno de sus
mayores aciertos.
Nace
una nueva “cosa” política.- Es evidente que el trastrocamiento del mapa
electoral tiene bastante que ver con el punto final de un modo de hacer
política y de los modelos tradicionales de partido. Con todas las cautelas, habría
que señalar que la fuerte contestación
social de estos años ha ido gestando la necesidad de otra política y la
formulación de nuevas alternativas. Una diversidad de nuevos sujetos sociales
han ocupado, sin proponérselo, el vacío político producido por la retirada de
los partidos de su espacio natural: la plaza pública. De este modo ha ocurrido un
fenómeno inesperado. Ya no son los partidos quienes marcan la agenda social,
son los movimientos quienes determinan la política y la agenda de los partidos.
Sin duda, Podemos expresa una negación de los
comportamientos y de las conductas habituales de los partidos, aquellos que afirman
en los programas y en las campañas lo que niegan con los hechos, utilizan la
política como una forma de ascenso social, cuando no de enriquecimiento,
justifican lo innombrable, y mienten y mienten sin descanso hasta la
extenuación. Y a su vez, plantea la exigencia moral de que la política sea un
ejercicio coherente, transparente y se guíe por normas democráticas. Esa ruptura
de la dicotomía forma/contenido, entre métodos de organización y decisión y contenidos
programáticos, apunta a un hecho radicalmente nuevo respecto a la política tradicional:
la forma, el método, es a su vez fondo y contenido, o lo que es lo mismo, no
hay política democrática posible ni creíble si no se sustancia en formas,
métodos y comportamientos colectivos e individuales democráticos.
No parece equivocado afirmar, finalmente, que
Podemos constituye una nueva formación política en construcción situada en las antípodas
de la política habitual. O mejor, puede estar llamada a ser el embrión o la
levadura de lo que en un futuro próximo sería un nuevo sujeto político, una nueva
“cosa” original donde confluyan partidos, sindicatos, movimientos,
organizaciones, personas…, en diferentes grados de participación, desde abajo, sin
límites preestablecidos.
La opción de refugiarse en el gueto de la izquierda
puede ser tentadora, pero superar los viejos y muy respetables esquemas de la
izquierda histórica, aunque se trate de un asunto complejo, será clave para
aglutinar a todas las fuerzas y ciudadanos posibles en una gran plataforma de
iguales, en condiciones de abrir un proceso de refundación democrática. Ante sí,
Podemos tiene una tarea ingente: organizarse construyendo esa otra “cosa”.
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