Nota editorial. He pedido la palabra en el debate que se desarrolla en los
siguientes trabajos: 1) SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte), 2) SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte),
3) SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix
responde a Riccardo Terzi, 4) DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de
Lecea con respuesta de Isidor Boix) y TODOS LOS LÍMITES DEL SINDICATO. (LUCIANO GALLINO TOMA LA
PALABRA) Sabemos que nuestro
amigo peruano Carlos Mejía tiene pedida la palabra, su intervención se publicará
cuando nos lleguen sus notas. Mañana interviene el profesor Antonio Baylos.
José Luís López Bulla
Alguien dijo que las grandes organizaciones tienen una «tendencia
natural» a su autoconservación de manera burocrática y las pequeñas caminan con
cierta frecuencia a la grupusculización. Riccardo Terzi reflexiona sobre lo
primero, partiendo de un estudioso en la materia como Robert Michels, al hilo
de la convocatoria del congreso de su organización, la CGIL. Comoquiera que el ensayo
de nuestro amigo italiano va más allá de la CGIL (sobre la que ahora no tengo los necesarios
elementos de juicio), me permito intervenir de un modo general.
Me parece evidente que esa «tendencia natural» a la autoconservación
burocrática (Isidor Boix apunta con atinado realismo que sería suicida que las
organizaciones no conservaran su organización) guarda una relación estrecha con
la naturaleza de sus estructuras. Esto es: la formación de los dirigentes a
todos los niveles; los mecanismos de promoción de los grupos dirigentes; la
capacitación de todos individual y colectivamente; la relación entre
representantes y representados; los niveles de participación –o, si se
prefiere, de hechos participativos-- que
promueve la estructura… Y la praxis que todo ello pone en funcionamiento.
Séame permitido un inciso: damos por sentado que las organizaciones
sindicales tienen un funcionamiento democrático que emana de sus normas
estatutarias y de sus usos y costumbres. Pero no es de «democracia» de lo que
estamos hablando, que damos por supuesto. Estamos refiriéndonos a qué tipo de
democracia (participativa o no) existe, por lo general, en el sindicalismo. Lo
que viene a cuento porque es notorio, en lo que atañe a este debate, que desde la democracia también se va a la
burocratización.
Me gustaría incorporarme al debate que ha abierto Riccardo Terzi que ha
seguido con las valiosas aportaciones de Isidor Boix y Paco Rodríguez de Lecea,
dos sindicalistas con los que da gusto conversar y debatir.
Mis reflexiones, como queda dicho más arriba, nada tienen que ver con
el congreso de la CGIL
sino con algunas cuestiones que he abordado en otros momentos, aunque ahora
vienen aguijoneadas por las aportaciones del amigo italiano. Se refieren a los
siguientes aspectos: la participación en el sindicato y la convivencia (¿o es
conllevancia?) del sindicato y la política. Vayamos por partes.
Primero. El sindicalismo es esencialmente en el centro de trabajo un sujeto
más o menos próximo a los
trabajadores; sin embargo, fuera de la empresa la cosa parece cambiar
radicalmente. El problema, no obstante, es que el «sujeto próximo» puede ser un
sindicato de-los-trabajadores o un
sindicato-para-los-trabajadores. No
se trata, por supuesto, de un gratuito juego gramatical; es una cuestión de
fondo. Un sindicato de los
trabajadores siempre se legitima desde abajo; un sindicato para los trabajadores se autolegitima a sí mismo y entiende la
participación de los trabajadores como un estatuto concedido a utilizar
esporádicamente. Digamos que ambas opciones son legítimas, aunque las
dimensiones de uno y otro cambian de cualidad, son diferentes.
De la lectura reposada del ensayo de Terzi se infiere que el autor, sin
decirlo, opta por un sindicato de los
trabajadores. Esta es mi opción. Ahora bien, necesitamos un argumento que lo
justifique. El mismo Terzi apunta en esa dirección con claros acentos que
recuerdan, como ya ha advertido Paco, a nuestro común amigo Bruno Trentín: «cada vez más la empresa tiene necesidad de la contribución
activa y de la responsabilidad creadora de los trabajadores, porque es lo que
exigen el nuevo nivel de las tecnologías y los más avanzados sistemas de
organización del trabajo».
Pues bien, si la empresa necesita ese tipo de trabajador, es de cajón
que el sindicato lo necesite tanto o más. Máxime cuando el sindicato, en tanto
que agrupación de intereses, nace (o debería nacer) en el interior del centro
de trabajo, siendo ahí donde radica su alteridad
propositiva frente a lo que el mismo Terzi señala: «el modelo totalmente
autoritario que somete el trabajo a una posición de total subalternidad, con un
ataque sistemático a todo el conjunto de derechos individuales y colectivos».
Es la paradoja que Trentin ya señaló en no pocas ocasiones en su celebrado
libro (como olvidado por tantos) La ciudad del trabajo, izquierda y
crisis del fordismo: necesidad de las potencialidades del
trabajador y negación de su condición de ciudadano en el interior del perímetro
de la empresa. Sin embargo, tal vez no sea una paradoja, pues es bien sabido
que las clases dominantes se reservan el acceso a los lugares de cristalización
del conocimiento nuevo, incluso corriendo el riesgo de que ese monopolio del
conocimiento nuevo (y, por tanto, el rechazo al conocimiento de los de abajo) les sea contraproducente como
interferencia a su poder.
El sindicato de
los trabajadores quiere que sus afiliados tengan una ciudadanía plena en su
interior. Mientras que el en el sindicato para
los trabajadores los afiliados estarían en una especie de moderna «servidumbre
voluntaria» en los términos que, para otros asuntos, relató Etienne de La Boétie. Avancemos ,
pues, por este camino.
La ciudadanía plena del afiliado en su sindicato
precisa, en mi opinión, de nuevos condimentos. Para mi paladar, lo primero es
plantear que la soberanía de la
acción sindical reside en el conjunto de la filiación y no en los (siempre
necesarios e imprescindibles) grupos dirigentes. Es más, dicha soberanía no va en detrimento de los
atributos de los grupos dirigentes o estructuras, sino que más bien la legitima
y refuerza. Es el nexo cotidiano entre legitimidad de origen y legitimidad de
ejercicio. Lo segundo sería fijar mediante reglas, obligatorias y obligantes,
algo así como el «estatuto de la participación» como desarrollo normativo de lo
que hemos dado en llamar soberanía.
De esta manera nos alejaríamos de un feo vicio del sindicato para los trabajadores: en determinadas
ocasiones basta que se pongan de acuerdo Pedro y Pablo para hacer o no hacer
una determinada acción sindical, mientras que para otros asuntos se exige un
baño democrático.
Entiendo que el problema no está, como afirma Terzi,
en situar el «baricentro» en la base, sino en situar la soberanía en el
conjunto de la afiliación y en las normas que regulen la participación de los
inscritos en el sindicato y, en su caso, en el conjunto de los trabajadores. Ahora
bien, que el baricentro esté en la soberanía no implica, a mi juicio, negar la
responsabilidad de los grupos dirigentes, ni mucho menos revisitar la famosa
campaña de Mao: «apunten contra el Cuartel general». Un sindicato refundado no puede
desdeñar a los grupos dirigentes, legitimados desde su origen y en su
permanente ejercicio. La clave está en las normas que regulan la soberanía;
unas reglas que deben dejar claro también las funciones de los grupos
dirigentes y el terreno en el que no pueden decidir: aquí no reza para todo el
principio de que quien puede al más, puede al menos; estamos hablando de la
existencia de lo que Norberto Bobbio llamó el terreno de lo indecidible.
Segundo. Riccardo Terzi nos propone una nueva
relación entre sindicalismo y política. A tal fin, parte de una consideración
básica que parece estar asentada en el sindicato, aunque yo diría que no
definitivamente: «Mi tesis es que
puede evitarse la perspectiva de una decadencia general si los dos campos, el
social y el político, se organizan en una relación de total autonomía, sin
superposiciones ni invasiones de un campo en el otro», explica Riccardo. De
«autonomía» que nosotros, españoles, decimos independencia. Por cierto, hay que
recordar a nuestros amigos italianos que Giuseppe Di Vittorio utilizó este
término, «independencia sindical» en una rara ocasión: en una postal de
felicitación de Navidades a Palmiro Togliatti como respuesta a otra del
dirigente comunista donde le recordaba la primacía del partido. Una extraña
manera ésta de felicitarse en las Pascuas de esta manera.
En todo caso, tiene
interés que Terzi afirme que «el concepto mismo de «autonomía» aparece como
insuficiente, y se configura más bien como una especie de “alteridad”», una
relación entre las dos esferas, no como signo de complementariedad sino de
exclusión y conflicto». Leamos detenidamente: nuestro amigo italiano nos
propone pasar de la autonomía a la alteridad. Que yo interpreto de la
siguiente manera: de la alteridad del sindicato surge la independencia. Ahora
bien, si he entendido bien: ¿por qué dar por sentado que dicha independencia
conlleva, naturalmente, la exclusión
y el conflicto? Damos por hecho que
la alteridad del sindicato puede llevar a un conflicto con la política,
ejemplos hay a espuertas. Pero, también es verdad, que uno (el sindicato) y
otro (la política) pueden compartir, desde la autónoma e independiente
personalidad de cada cual, diversamente unos determinados objetivos que
favorezcan la tutela y promoción de los intereses del conjunto asalariado y de
la población.
Mi punto de vista es
que nada impide que ambos compartan diversamente
unos determinados objetivos. Diversamente
quiere decir: cada cual con sus propios planteamientos, medios e instrumentos;
cada cual asumiendo que los partidos tienen un objetivo inmediato: la
representación en clave política para acceder a la guía institucional del país.
Una cosa es la independencia del sindicalismo que, por definición, rompe con la
vieja correa de trasmisión y, también, el sucedáneo de «partido o gobierno amigo»,
y otra cosa (bien distinta) es la renuncia a compartir diversamente con la
política una serie de objetivos. Esto es lo que o bien no parece claro en Terzi
o yo no he sabido encontrarlo en su ensayo.
Es hora de acabar:
entiendo, como Paco Rodríguez de Lecea, que esta «provocación» de nuestro amigo
Riccardo es una notable aportación al sindicalismo, que va más allá del próximo
congreso de la Cgil. Los
sindicalistas no deberíamos echar en saco roto lo que expresa e insinúa este
sindicalista que tiene fama de incómodo.
Por ello es recomendable leer a Terzi despaciosamente y, sobre todo, no
achacarle cosas que no dice y ni siquiera sugiere.
Queridos amigos
Riccardo, Isidor y Paco: no me gusta la expresión «base ideológica» que
utilizáis en la discusión. Acordaros de la diatriba del barbudo de Tréveris:
«la ideología es la deformación de la realidad en la mente», de un lado; y la
más atinada formulación del amigo sardo, Antonio Gramsci, que prefería el
concepto de «praxis». Lo que viene a cuento por los matices y contramatices de
lo que plantea Terzi, esto es, de la influencia exterior de la “ideología” en
el sindicato. Dice Paco que esa base ideológica «contra lo que piensa Isidor, no desciende al sindicato desde el mundo de
la política…», después aclarada por el mismo Isidor. Pues claro que, en no
pocas ocasiones, viene de la política. ¿Será necesario recordar hasta qué
punto, ahora sin ir más lejos, están apareciendo brotes de nacionalismo, en sus
diversas variantes, en determinadas organizaciones sindicales, provinentes de
una extraña relación entre sindicato y política?
Pide la palabra Paco Rodríguez de Lecea
Muy bueno lo tuyo. A efectos hipertextuales,
sospecho que el énfasis de Terzi en relación con el rechazo entre política y
sindicato viene de la situación de ruptura en que se encuentran las centrales
italianas, toda ella derivada en efecto de ideologías que descienden al
sindicato desde el mundo de la política. Riccardo pide romper de forma drástica
con esa dinámica y construir una “ideología” sindical propia, y no predicada
desde las alturas sindicales (las “poltronas”, que decían los zorrocatas) sino
elaborada de abajo arriba y, se supone, a través de diversas síntesis (tema al
que aludía Isidor: hay dos momentos de síntesis, un en el interior del
sindicato a partir de las diferentes experiencias puestas en común, y otro en
la propuesta que el sindicato hace al mundo exterior de la política; en esta
segunda síntesis, el sindicato, dice Terzi, debe esforzarse en proponer
prioridades que, teniendo un origen “de parte”, contengan unos objetivos lo más
generales y asumibles para la mayoría. Con ello trata de volcar en su favor la
correlación de fuerzas, pero su planteamiento es propio, genuino, no tomado en
préstamo de nadie (malament si no es así). Imagino que Isidor no se sintió
demasiado cómodo, como me pasó a mí, al emplear en ese sentido el término
“ideología”, porque los dos hemos leído con devoción al barbudo de Tréveris;
pero era la expresión de Terzi, y no se nos cayeron los anillos por elucubrar
sobre ella. “Praxis” habría sido perfecto, porque además recoge de forma muy
plástica la forma como se genera y se desarrolla esa concepción e
interpretación del mundo. Saludos, Paco.
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