Nota. Nuestro amigo Carlos Mejía continúa la discusión que hasta ahora
he tenido las siguientes intervenciones: SINDICATO Y
POLÍTICA (Primera parte),
2) SINDICATO Y
POLÍTICA (Segunda parte), 3) SINDICATO Y
POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi, 4) DEBATE
«SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de Lecea con respuesta de Isidor
Boix), 5) TODOS LOS
LÍMITES DEL SINDICATO. (LUCIANO GALLINO TOMA LA PALABRA), 6)
SINDICATO Y
POLÍTICA: EL DEBATE SUSCITADO POR RICCARDO TERZI (O como ve un servidor las
cosas), y 7) HABLA ANTONIO
BAYLOS. DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA».
Carlos
Mejia
Hace una década atrás, cuando en
Perú tratábamos de explicar las ventajas del diálogo social era inevitable
referirse a las relaciones laborales en Europa. La experiencia de los
sindicatos europeos que mediante grandes acuerdos nacionales lograban
establecer pactos sociales en temas para nosotros inimaginables, era un motivo de interés y curiosidad. Y más
cuando todo esto lo hacían lúcidas dirigencias sindicales en una mesa de
negociaciones mientras la masa afiliada esperaba en casa o en el taller.
Viendo ahora la situación laboral y
social de esa misma Europa uno no puede dejar de preguntarse por dónde andarán
dichos pactos y acuerdos. Queda claro que el juego social construido alrededor
del viejo estado benefactor ha concluido. Lo que era sólido nuevamente se
desvanece. De amplias certezas pasamos a múltiples incertidumbres.
En ese trance, el movimiento
sindical europeo se ha radicalizado. Probablemente más en las bases y menos en
las alturas como es habitual. Pero hay un cambio importante allí. ¿Cómo
explicarlo y entenderlo? El artículo de Ricardo Terzi que el compañero López
Bulla ha traducido es un buen intento por responder tangencialmente a esta
pregunta. La discusión surgida luego con los agudos aportes de nuestro amigo
Isidor Boix y otros sindicalistas europeos me parece imprescindible para todo
aquel que ande interesado en el mundo del trabajo y sus derroteros.
Son temas importantes para
nosotros, aquí en latinoamérica, porque nos permiten comparar experiencias y
especialmente las respuestas europeas a problemas muy similares. Me permito,
pues, tratar de apuntar algunas ideas y más que nada preguntas, todas siempre
con el buen ánimo que hay entre tripulantes del mismo barco, más allá que
tengamos lugares diferentes en el mismo.
Sin
burocracia no hay democracia
Efectivamente, para el sindicalismo europeo el
tema de la burocratización es fundamental. Terzi, comparte la mirada pesimista
de Michels sobre el impacto que tiene la lógica burocratica en instituciones
que buscan el cambio. Las grandes burocracias que pueden convertirse en
oligarquías sindicales, con lo que eso implica en conservadurismo y
autojustificación. Su respuesta es clara y contundente: la cruzada anti
burocrática y el poder sindical desde abajo.
Dos atingencias Una primera considerando desde Perú, -donde
sólidas y fuertes burocracias son tan escasas como un buen vino-, es que toda
institucionalidad democrática descansa en un aparato burocrático como nos lo recuerda
Weber. En el sindicalismo andino no existen grandes burocracias sindicales,
pero no por eso tenemos una mejor democracia sindical. Sino todo lo contrario.
Como señala Isidor, no se trata solamente de seguir las demandas de una
asamblea. Las democracias plebiscitarias trasladadas al mundo sindical resultan
inestables, veleidosas y proclives a la fractura.
Frente al centralismo Terzi señala
un mayor poder de los mandos sindicales de abajo, con mayor autonomía y
libertad. En el sindicalismo
andino, a diferencia del europeo, los
líderes locales tienen una amplia autonomía. Pueden firmar convenios colectivos
de ámbito de empresa y algunas veces hasta de sección de empresa. El colectivo
de un taller se autorepresenta muchas veces. Esa cultura de “sindicato de empresa”
lo que nos ha traído es cacicazgos locales muy fuertes. Muchos de los cuales
cumplen a cabalidad con representar los intereses de los colectivos que los han
elegido. Pero nada más. Y e, proceso de
cambio y recambio, no es una fiesta, precisamente.
Asimismo, es mucho más difícil
construir una lógica institucional nacional cuando tienes una miriada de
liderazgos locales, todos autónomos y compitiendo entre ellos. En esa lógica
concuerdo con Isidor que no basta ir por una crítica a todo centralismo, sino
es necesario discernir aquello que debe descentralizarse y aquello que no.
Toda
ideología tiene rostro, brazos y piernas
El otro gran tema es el de la
ideología. Tema sensible pues alude a los vínculos entre política y lo
sindical. Terzi registra por un lado el mayor juego político que adquiere el
sujeto sindical. Frente a esto, anota la necesidad de un ideología, más allá de
lo que se entienda por ella. Pero a la vez nos recuerda aquello que tanto nos
costó aprender allá y acá: las lógicas diferenciadas y autónomas entre lo
político y lo sindical.
Es claro que nadie pretende
regresar a las viejas y fallidas costumbres de las “vanguardias
autoproclamadas”, pero también resulta claro que ni Terzi ni Isidor disponen de
una alternativa real para articular lo político y lo sindical. Isidor entiende
la ideología sindical como un doble “proceso de síntesis”. Bien. Muy de
acuerdo. Pero no debemos olvidar que dichos procesos implican personas reales,
con biografías muchas veces no sólo sindicales. No se trata simplemente de una suma de
experiencias, pues toda síntesis implica una reflexión previa que articule la
diversidad en una estructura. Algo que probablemente tiene relación con lo que
Gramsci llamaba “intelectual orgánico”. Un colectivo que puede moverse tanto en
la política como en lo sindical.
El celo europeo por separar a los
políticos, de los sindicalistas pierde sentido cuando cruzas el Atlántico. En
América latina, el traslape entre direcciones sindicales y políticas es mucho
más amplio y consistente que en Europa. Evo y Lula son buenos ejemplos. Estas
experiencias ciertamente tienen sus propias tensiones, pero han logrado un
cambio sustancial en la correlación de fuerzas de sus respectivos países. Las
relaciones entre PIT CNT y el gobierno del Frente AMPLIO EN Uruguay puede ser
otro ejemplo en positivo. Ciertamente, en Europa también hay cambios. Tengo la
impresión que hace una década hubiera sido imposible ver a un dirigente
político de IU afiliarse públicamente a CCOO y ser bien recibido. Sin embargo,
el año pasado en una ceremonia pública Cayo Lara recibe de Fernández Toxo el
carnet de afiliado a CCOO. ¿Son estos cruces los que debilitan la autonomía de
lo sindical? No lo creo.
Al final, la pregunta de cómo
encontrar una acción sindical que tenga incidencia en la política sin ser
subsumida por ésta sigue pendiente. En la zona andina no tenemos tampoco
respuestas. El actor sindical tanto allá como acá, ni es ni dispone de una
vanguardia, una locomotora o un timonel. Se parece cada vez más, a un surfista,
que va aprovechando las diferentes olas que encuentra, sin poder encauzarlas ni
dirigirlas, pero con algo de suerte avanza entre ellas.
Postdata
a la luz del texto de Baylos (1)
Luego de leer el texto de Antonio
Baylos, me quedan claras muchas cosas y surgen nuevas preguntas. El tema de la
eficiencia, por ejemplo. Tengo la impresión, que tanto Terzi como los demás
participantes del debate, ponen el énfasis en los resultados materiales de la
acción sindical. Y esto resulta claro cuando provienes de una cultura sindical
como la europea cuyo estado de bienestar se ha construido bajo esta lógica de
eficiencia. Pero el propio sujeto sindical puede construir diferentes escalas
de valores para establecer lo que es importante en cada coyuntura. Es decir,
esta aprehensión por un tipo específico de eficiencia es el reflejo de
presiones concretas de sujetos concretos. Para explicarlo en términos muy
sencillos: dentro del sujeto sindical existen diferentes “idiomas”. Los
afiliados o representados hablan el idioma de los resultados concretos. Y está
bien que así sea, pues constituye el motor principal de la acción sindical. Los
representantes, necesitan dominar este idioma para poder comunicarse con sus
representados, pero entre ellos su idioma es el de los “valores”, es decir, el
de la ideología en un sentido amplio y no partidista.
Por estos lares, donde ejercer la
representación sindical tiene más de riesgo que de privilegio, resulta más
transparente esta distinción. Una huelga es un buen ejemplo para ilustrar las
diferentes escalas de valores o de “idiomas”. Para los representados, el éxito
de la misma se mide –como es lógico y sensato- por los resultados “materiales”.
Resultados que muchas veces pueden expresarse en un valor monetario. Para los
representantes, este logro es igual de importante, pero no es el único. Cosas como “fortalecer
la organización”, “ejercicio de
solidaridad”, “compromiso militante”,
no son solo palabras o frases de un volante, es una ideología que se expresa en
acciones concretas de personas reales que consideran que hay algo más
importante que unas monedas más.
Pondríamos, entonces, dos maneras
de entender la eficacia de una huelga.
Tanto por sus resultados materiales
o monetarios, en el idioma de los representados; y por sus resultados
“simbólicos” en el idioma de los representantes.
En este tema, tengo la impresión a
partir del texto de Baylos, que probablemente junto a la crisis de
representación sobre la que discutimos, es necesario darle algunas vueltas en
el caso de Europa, a la crisis de representatividad. La distancia “social” que
se va construyendo entre representantes y representados es un proceso
inevitable en toda sociedad más o menos compleja. Offe ya explicó este proceso
tanto para la socialdemocracia y los sindicatos alemanes. La democracia
competitiva de partidos y la gestión de las demandas del trabajo van creando un
cuerpo especializado de representantes que es socialmente diferente a los
representados.
No se trata simplemente que los
“dirigidos” desconfíen de los “dirigentes”, se trata que los representantes se
han enajenado frente a los representados. Y aquí nuevamente necesitamos una
teoría que explique estos procesos. ¿Puede una élite económica y socialmente
representar con transparencia los intereses de un sector social diferente?
Tengo la impresión que no basta hacer un acto de fe y confianza. Me queda
claro, que salidas del tipo “revolución cultural” o de espíritu anarquista poco
pueden aportar frente a ley de hierro de Michels. Se trata de pensar en diseños
institucionales que garanticen continuidad y cambio, representatividad y
representación.
Hace unos años, en América latina
con el apoyo entusiasta de CCOO estuvimos discutiendo sobre la autoreforma
sindical. Ahora con la crisis y otros cambios ese tema ha quedado algo
relegado. Tal vez sea necesario retomarlo.
(1) HABLA ANTONIO
BAYLOS. DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA».
Radio Parapanda. Isidor Boix en Nuevas incursiones en las relaciones entre SINDICATO y POLITICA
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