Nota.
Nuestro amigo Antonio Baylos toma la palabra y, desde su blog, interviene en el
debate que nos traemos entre manos. Mañana intervendrá el sindicalista peruano
Carlos Mejía.
En
el blog hermano Metiendo Bulla se han ido sucediendo una serie de
intervenciones a propósito de un texto de Ricardo Terzi sobre sindicato y política que han
vertebrado un debate central en estos momentos (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/12/sindicato-y-politica-el-debate.html ). Isidor
Boix, Paco Rodriguez Lecea y
el propio webmaster Jose Luis López Bulla han ido desgranando una serie de
aportaciones a mi juicio fundamentales a un debate que en el interior del
sindicato se ha desarrollado en el ámbito de la Fundación 1 de mayo en
el 2011, pero que requiere una actualización ante el curso de las cosas en el
sur de Europa o si se quiere, ante el gran proceso termidoriano que está
llevando a cabo la gobernanza monetaria europea (*).
El
texto de Terzi tiene mucho que ver desde luego
con las relaciones entre la CGIL
de Camusso y el Partido Democrático en el
gobierno de amplios acuerdos con la derecha y la demolición de una posible
alternativa de centro izquierda a través de la victoria electoral de Bersani. Los nuevos tiempos que surgen – a
los que se ha referido en el mismo blog Luciano
Gallino (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/12/todos-los-limites-del-sindicato-luciano.html)
- plantean grandes interrogantes a una relación sindicato – partido que se
reduplica de forma también difícil entre la que establece la FIOM-CGIL con una
izquierda deletérea y el espacio político-democrático de los movimientos y de
las personalidades.
Pero
este anclaje italiano de la contribución de Terzi no impide ver en sus palabras un
discurso “acerado” y sugerente para nuestra realidad sindical y política, como
han insistido los participantes en el debate. Por mi parte, solo algunos
añadidos colaterales al eje del mismo, casi una glosa a algunos aspectos, que
parten de la directa relación que esta problemática plantea con la de la
reformulación de la noción de representación de los trabajadores como grupo o
clase social, tradicionalmente escindida en representación sindical y política,
que desemboca en una larga reflexión que ya a finales de los años 70 se
estabiliza en torno a la noción de autonomía del sindicato respecto del partido
político.
En
la noción de representación es clave, como diría Umberto Romagnoli, definir quien representa a quien. En
esa conexión el representado es la persona que trabaja y, desde las premisas
culturales italianas, que se afilia al sindicato que le representa. También esa
es la aproximación de López
Bulla, y me parece que coincide con la cultura dominante en el sindicalismo
confederal, que ha prescindido de los problemas de adherencia entre trabajadores en movimiento, en una dialéctica de la unidad y la pertenencia voluntaria a la
organización sindical que gobierna ambas.
Esa
persona trabajadora, para la que el sindicato debe ser un “sujeto próximo”, es
el referente de la acción del sujeto colectivo, pero en la medida en que se
integren en la organización de éste, constituyen el fundamento de la validez y
de la legitimidad de las reglas y directivas que el sindicato efectúe. En ese
sentido la “soberanía” sindical es equivalente al goce de una ciudadanía plena
de sus afiliados en su interior, lo que requeriría un más amplio desarrollo de
un posible “estatuto de la participación”. Todas éstas son las conclusiones –
propuestas de López Bulla que “aguijonean” y provocan un
desarrollo del “derecho a decidir” en el seno del sindicato de extraordinario
alcance.
Esto
plantea sin embargo problemas de articulación muy fuerte – que requieren sin
duda “síntesis” sindicales virtuosas no siempre fáciles de conseguir – entre la
estructura organizativa sindical, fuertemente enraizada en el fordismo como
estructura de orden y en la burocracia de tipo weberiano como referencia
cultural. Es decir, la estructura sindical alude a un sistema organizativo
empresarial que se ha transformado de manera decisiva, fragmentándose,
dislocándose, compartimentando la toma de decisiones en función de una
externalización de funciones bajo un poder unificado. El sindicato no ha
acoplado su ordenación interna a este cambio cada vez más decisivo de la
organización post-fordista, que ha fragmentado asimismo a las personas que
trabajan, precarizando su empleo y devastando identidades laborales en sujetos
débiles y exánimes, privados de derechos. El tipo ideal del trabajador
sindicado, que desempeña un trabajo con iniciativa, cualificado y formado,
ideológicamente orientado, es negado por una realidad – y una normativa – que
en la crisis hace de éste un sujeto precario, discriminado y mal remunerado en
una situación de explotación extensa de la que culpabiliza a las instituciones
reguladoras del estado y del mercado.
Y
en ese punto, a mi juicio, se produce la convergencia de dos elementos también
resaltados por el escrito de Terzi y sus dialogantes. De un lado, la
eficacia sindical, su capacidad para obtener resultados tangibles para los
trabajadores y trabajadoras como “barómetro de su utilidad”, es la condición de
su legitimidad e influye de manera directa en su capacidad para “involucrar” a
los trabajadores que forman parte del sindicato en una acción que obtenga
resultados favorables o correctos a través del conflicto y del acuerdo como
resultado del poder contractual del mismo. Resultados que deben ser sin embargo
ser generales, extendidos al conjunto de los trabajadores. Por lo que la
eficacia debe ser general y la valoración de la misma no sólo la
realizarán los afiliados sino el ámbito colectivo de referencia. En el proceso
actual de desconstitucionalización del trabajo que sufrimos en España, uno de
los ámbitos centrales de referencia es el de la interlocución política. Y en
este dominio, la eficacia sindical es nula si se interpreta como capacidad para
obtener resultados apreciables para las relaciones laborales.
Y
aquí interviene el segundo elemento, la relación viciada entre los trabajadores
– afiliados y no – y la política entendida como un espacio de corrupción y de
ineficiencia en donde se aprecia una clamorosa crisis de confianza. A lo que se
une ciertamente una cierta hostilidad hacia el “verticismo” sindical como
prolongación de la desconfianza hacia el proyecto del sindicato como sujeto político. La consideración negativa que
entre muchos trabajadores tiene lo que se denomina el “oficialismo” del
sindicalismo confederal, ha permeado de manera muy intensa a la base social de
éste, posiblemente porque estamos en una situación de “cambio de época” muy
clara, en la que no se aprecia la capacidad de los sujetos políticos y sociales
de explicitar un proyecto que tenga la fuerza moral y política para organizar
una respuesta fuerte y colectiva que construya un bloque de dignidad y una
posibilidad real de reforma. Los intensos procesos de movilización social que
se están desarrollando se encuentran al final bloqueados por la dificultad de
expresarse a través de un sujeto político cuyo proyecto tenga visibilidad y
verosimilitud, y el sindicato no puede, por su propia relación medios / fines,
sustituir este bloqueo. Paradójicamente, entonces, en vez de resaltar y
desarrollar su posición de autonomía con un proyecto político propio que se
podría definir desde el espacio de la producción y del territorio en su
vertiente local-global, se renacionaliza y se empequeñece, asimilándose a
posiciones partidistas que dificultan su comprensión como representante
“general” del trabajo.
La
vía virtuosa por el contrario debería ser, en efecto, la de construir
hegemónicamente la centralidad del trabajo en la vida política y el sistema de
derechos que explica la ciudadanía cualificada en el mundo de la producción,
extendiendo esta aproximación a otros sectores sociales a la vez que se impulsa
la movilización en torno a ese eje, interviniendo asimismo en los “lugares
estratégicos” de la producción. Aunque ello implique una reflexión
imprescindible sobre la eficacia de las formas de acción “clásicas”, las
prácticas sindicales efectuadas y la revigorización del poder contractual del
sindicato. Como en los viejos tebeos, à
suivre, amables lectores y lectoras, y felices fiestas navideñas.
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