miércoles, 21 de noviembre de 2018

Esa ley ignominiosa. Los partidos se retratan impúdicamente


Los mosquitas muertas de la llamada nueva política y los graníticamente viejunos se han puesto de acuerdo en el texto que renueva la  Ley de Protección de datos. Con nocturnidad silenciosa y alevosía otoñal. Ayer se aprobó por unanimidad. Cuando las cámaras, Parlamento y Senado, son un hervidero, una zahúrda de alto voltaje, la discusión de esta ley se ha desarrollado con hermandad franciscana. Por lo demás, ya es chocante que la prensa y los tertulianos huelebraguetas nada hayan dicho sobre el particular. Han estado distraídos en otros menesteres.

Ayer se aprobó por unanimidad la expansión del control de los partidos sobre la ciudadanía. Quienes decían que venían a renovar la política han caído en brazos de sus corporativamente intereses creados. Sin duda es un triunfo, y no menor, de los partidos de siempre. Se ha aprobado la invasión de la actividad política partidaria en los chismes tecnológicos que, como nueva ortopedia, tenemos a nuestra disposición.

Edwar Coke, un abogado que fue juez y más tarde parlamentario, es recordado por una cita: «La casa de un inglés es para él como su castillo». Lo dijo en tiempos antiguos y convulsos. Daba a entender que el domicilio es inviolable. No es este, sin embargo, el carácter de esta ley. Oído al dato: «Los partidos políticos, coaliciones y agrupaciones electorales podrán utilizar datos personales obtenidos en páginas web y otras fuentes de acceso público para la realización de actividades políticas durante el periodo electoral».  Un texto de abre la veda a una invasión no deseada.

Mi castillo, así las cosas, ya no tiene el famoso cartel de «reservado el derecho de admisión». Ahora es como una taberna donde puede entrar cualquier partido político, coalición y agrupación electoral sin pedir permiso. Sin, ni siquiera, dar los buenos días. La nueva política ha perdido el acné juvenil y la vieja consolida sus poderes de siempre.

«Stalin lo ve todo, camarada», afirmaba un personaje de la novela Vida y destino, de Vasili Grossman. No, no era verdad. Stalin no lo veía todo. Lo que sabía era lo que le decían centenares de miles de estalinillos. Ahora, con esta ley ignominiosa, los partidos lo pueden ver casi todo. Inquietante.

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