martes, 29 de mayo de 2012

SINDICALISMO DE TUTELA, SINDICALISMO DE TRANSFORMACIÓN




Nota editorial. La conversación sobre el libro de Trentin, La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo, entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor, versa sobre el CAPÍTULO 7 (3)  Del “salario político” a “la autonomía de lo político” (Tercera parte) 




Querido Paco, hasta donde hemos comentado el libro de nuestro amigo Bruno Trentin podemos sacar una primera conclusión: no es gratuita la insistente machaconería del autor en torno a las cuestiones de la organización del trabajo y su polémica con los detractores de que el sindicato interviniera en ese terreno. No se dirigía a los intelectuales que esquemáticamente podríamos denominar izquierdistas, también dirigía sus dardos contra el grupo dirigente del PCI –dirigido por Berlinguer-- que, con la excepción de Ingrao, sólo estaba interesado en el conflicto tradicional (horarios y reducción de la jornada) y veía como herejía que la acción sindical rebasara esos límites; tres cuartos de lo mismo podríamos decir del Partido socialista italiano. Por no hablar de la cultura dominante en la CGIL y el resto de las organizaciones sindicales italianas. Por cierto, es necesario recordar que Togliatti nunca vió con buenos ojos el planteamiento de Giuseppe di Vittorio con aquel proyecto del Piano del Lavoro, cuyo objetivo iba más allá de las iniciativas y prácticas sindicales tradicionales. Lo que me trae a la memoria el ninguneo que el Partido Comunista de España hizo del camachiano Plan de solidaridad contra el paro y la crisis. Más allá de las limitaciones y lagunas de este proyecto que intentó poner en marcha nuestro Marcelino Camacho, lo cierto es que el partido --¿te acuerdas, Paco?— nunca estuvo por la labor. Comisiones, de esa manera, podía entrar en un itinerario que se saliera de los modelos canónicos en que papá-partido había decidido confinarle.

Comoquiera que nuestros amigos italianos del sindicalismo dieron de lado las reivindicaciones sobre la organización del trabajo y otras anejas; y, dado que nosotros en España, nunca lo abordamos, hemos consolidado un sindicalismo de tutela, ¡lo que no es poca cosa! No sólo no es poca cosa sino que, incluso, es necesario que lo sea todavía más “de tutela”. Pero no es de transformación del trabajo. Y, entiendo yo, esta es una de las limitaciones que tenemos. Más todavía, una de las gangas que los sindicalistas de nuestra generación hemos dejado a los que nos siguieron. Pero que éstos mantienen no como ganga sino como un tesoro. Así pues, del sindicalismo de tutela (que no es poca cosa) se desprende el conflicto de tutela, pero no el conflicto por la transformación del trabajo. 

Entiendo que no tiene nada de sorprendente la convergencia de “los izquierdas” con los grupos dirigentes de la izquierda en torno a la inmutabilidad sagrada del taylorismo. Todos los que se salieron de esa órbita eran vistos como sospechosos: desde la Luxemburgo hasta Trentin pasando por Karl Korsch, por no hablar de la “loca” (según un intemperado Trostky) de Simone Weil. También en la bondad del taylorismo coincidieron los dirigentes soviéticos con aquel perillán de Louis-Ferdinand Céline (como lo oyes, Céline) que partía de la lúcida y cínica afirmación de que el taylo-fordismo configuraba una selección natural entre las personas y, por tanto, era el instrumento ideal de gobierno de la fuerza de trabajo en una sociedad totalitaria.

Tal vez pueda parecerte una “fuga hacia delante”, pero entiendo que una de las formas de salir de esta vorágine contra reformista en la que estamos es a través de un proyecto sindical (preferentemente unitario) que sitúe los temas de la organización del trabajo como eje central de las reivindicaciones con la mirada estratégica de la salida gradual del taylorismo. Lo que no quiere decir, ¡dios me libre!, de abandonar la acción de tutela y el conflicto distributivo. Pero, sólo en este terreno (el del conflicto distributivo) la carga sobre Sísifo siempre tendrá más toneladas y la cuesta siempre está más empinada.

Por cierto, una prueba de que estamos en condiciones de apuntar a reivindicaciones que vayan más allá del tradicional conflicto distributivo nos la proporciona la huelga recientísima de las enseñanzas en toda España. Una movilización oceánica. Esta mañana, cuando compraba el pan (yo estoy a lo que me manden) las señoras comentaban la huelga en Pineda de Marx. Lo cierto es que ha sido la huelga con mayor seguimiento de las que ha realizado la enseñanza. Y donde en mi opinión han estado más presentes los vínculos entre el carácter defensivo (contra los recortes) y la enseñanza pública y de calidad. Por cierto, navegando por Internet me he podido dar cuenta del alcance, digamos geográfico, de la movilización. Lo que me lleva a esta consideración: parece que la disputa por la objetividad de la huelga se ventila entre los convocantes y los poderes públicos en las ciudades importantes, especialmente Madrid y Barcelona. Y nadie de los nuestros hace la necesaria ostentación de que en León y Tudela, en Cuenca y Ciudad Real, y no sigo para no aburrirte había, como diría nuestro inolvidable Tito Márquez “una nube de criaturas” haciendo huelga y en las manifestaciones. 

Dispensa que insista sobre el uso social de las conquistas. Dices atinadamente que   “la utilización que cada trabajador concreto hace de esas nuevas posibilidades [las que abren las conquistas] queda fuera del radio de acción del sindicato”. Por supuesto, el sindicato no es un Savonarola que pretenda moralizar y encorsetar la vida del prójimo. Pero yo iba por otra vereda más cercana, por ejemplo, a lo siguiente: es un dato inobjetable que una parte muy substancial de la reducción de los tiempos de trabajo se ha rellenado con las horas extras. Entonces, algo tendría que haber dicho el sindicato en torno a ello, porque nuestra orientación –equivocada o no— iba en otro sentido. Que el interés sea sociológico me parece evidente. Pero me imagino que para una vida buena. Comoquiera que no me tengo por un monje urbano no hace falta que diga que estoy por el esparcimiento e, incluso, por la diversión, incluido el hecho de, si se tercia, ver cómo se tiran Josep Fuentes (de Lemmerz) y Manolo Ramos (de Telefónica) desde un aeroplano en paracaídas. Hasta el mismo Trentin, afamado alpinista, usaba su tiempo libre para tan inquietante actividad. Bueno, ya hablaremos sobre el asunto. En resumidas cuentas, ¿qué impide que el sindicalismo sepa de cuál es el uso social de sus conquistas?

Mientras tanto, vuelvo a alzar mi copa por el éxito de la huelga de la enseñanza. JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea.

Querido José Luis, antes de entrar de nuevo en el hilo de nuestros comentarios, me adhiero con gusto a tu saludo a la movilización de la Enseñanza. Los motivos de júbilo son claros: lo que arranca con esa huelga multitudinaria no es una lucha meramente defensiva, ni salarial, ni distributiva: sino que los enseñantes mismos, en cuanto que protagonistas y responsables principales de la tarea que tienen encomendada, reclaman un modelo propio y alternativo de enseñanza pública y de calidad, contrapuesto a la visión grotesca que se empeñan en defender el ministro Wert y los responsables autonómicos del asunto.

Me disculpo, de otro lado, por no haber entendido de primeras tu apunte sobre el uso social de las conquistas sindicales. Veo que el quid está en la llaga abierta en la que insistía (supongo que sigue insistiendo) en poner el dedo Javier Sánchez del Campo: el sindicato logra muchas conquistas que luego se pierden por falta de control. Como no hay un seguimiento adecuado de su cumplimiento, muchas veces los beneficiados se desentienden de esas mejoras o, aún peor, como en el caso de la reducción de horario, las revierten a prácticas contrarias a los principios que guiaron la lucha por esa mejora. No descarto volver sobre el tema después de alguna reflexión, y siempre habida cuenta de la tesitura con la que estamos dialogando sobre estos asuntos: o sea, desparpajadamente, para decirlo contigo. Bien arrellanados en nuestros sillones de mimbres ya algo desvencijados, un paypay en la mano y el botijo rezumante al alcance, resguardados de este curioso solito de finales de mayo detrás del quicio de una puerta abierta de par en par a la calle mayor de la gran ciudad de Parapanda, por donde discurre bulliciosa la realidad delante de nuestras narices.

Vengo a dar ahora en Ingrao. Trentin lo cita en esta parte del capítulo séptimo, y explica cómo su teorización, mediados los años setenta, de una ‘socialización de la política’ fue calificada por algunos como propia de ‘anime belle’. Con una ironía negra de intención bajuna, preciso.

En el libro que me prestaste el viernes pasado (Pietro Ingrao, Las masas y el poder. Crítica, Barcelona 1978, traducción de Ricardo Pochtar), he reencontrado el escrito ‘La nueva frontera del sindicato’, aparecido en Rinascita en enero de 1975. En el capítulo correspondiente del libro, hay abundantes subrayados tuyos. Creo recordar que yo manejé en tiempos una fotocopia del mismo texto en italiano, y también la cubrí de rayas, notas y signos de interrogación y de admiración. Revisitado el texto, me aparece una primera perplejidad: ¿qué estilo es ese? Copio al azar el inicio de algunos párrafos: “No debemos ignorar los problemas y las tensiones...”, “Sería necio disimularse las graves dificultades...” “No hay que sorprenderse demasiado...”, “No se trata de extender unos ‘reglamentos’ exteriores; pero no menos claro...”, “Esta pregunta no es tan formal como parece...” Da la sensación de que el autor se apresura a cada momento a colocar una negación o una precisión cautelar delante de cada afirmación concreta, más pendiente de los reproches que se le podrían hacer que del desarrollo de su argumento. El artículo es una apoteosis de lo perifrástico. Ingrao podría haber escrito, por ejemplo: “Nadie lo bastante agudo debería dejar de advertir, con introspección no exenta de prudencia, la súbita rigidez que se impone a mi apéndice digital...”, donde nuestro Paco Puerto expresaría con desgarro: Mira cómo se me ha puesto el deo.

Para mí que el estilo es en este caso un indicio claro de incomodidad. E imagino por qué. Conlleva un mandato de la dirección del Pci que incluye también, dicho con una palabra que sueles utilizar, un cogotazo. Un cogotazo envuelto en un mensaje expresado en positivo (la socialización de la política), pero un cogotazo doloroso. Veámoslo:

«... En ese retorno al pansindicalismo convergían (y a veces se entrelazaban) un obrerismo palingenésico de ‘izquierda’, que redescubría la fábrica y consideraba que era posible resolver en su interior el problema de la revolución y del poder, y un interclasismo corporativo, que mezclaba doctrinas anglosajonas y sociología católica, y apuntaba a una liquidación de la democracia representativa en favor de una relación ‘a tres bandas’: sindicatos, empresarios y Estado [...] ¿Cómo puede el nuevo sindicato asumir todas las implicaciones que entraña la lucha en favor de un nuevo tipo de desarrollo, y entrar en el terreno de una proposición general y ‘estatal’, sin convertirse en un partido tout court?»(Pág. 123)

Donde pone ‘palingenésico’ (he tenido que mirarlo en el diccionario), pon ‘redentor’, y te queda claro todo el cuadro. No se concreta, ni se da ningún nombre, pero la acusación es demoledora. Es la acusación del partido-guía que quiere en sus manos todo el control, todo el poder de decisión en un momento en que está proponiendo, al estado clientelar de la vieja maquinaria politiquera democristiana, un envite crucial: modernización de los aparatos de estado y extensión de las libertades y de la democracia representativa, a cambio de una ‘adecuación’ de los trabajadores a la maquinaria productiva del capital. O sea, a la epifanía del taylorismo.

Vuelvo al texto de Ingrao. Después del palo, la zanahoria sabiamente presentada:

«En síntesis: la autonomía del sindicato se defiende hoy, no con la autosuficiencia autárquica, con la separación respecto de las fuerzas políticas, sino organizando en cambio la confrontación con las mismas en todo el arco del país, en toda la gama de las asambleas electivas, encontrando en esta nueva dialéctica el espacio para darle al sindicato un horizonte que no sea sólo ‘redistributivo’ y que sin embargo mantenga la inmediatez reivindicativa que le es propia. Pero esta es una salida que no puede pesar sólo sobre las espaldas del movimiento sindical, sino que depende también de la capacidad de los partidos con base popular para liquidar realmente cualquier clase de integrismo, cualquier tentación de ‘colateralismo’ y de ‘correas de transmisión’...» (Pág. 130)

En síntesis: una nueva relación entre sindicato y partido, una colaboración basada en la confluencia de propuestas y de discursos, una socialización de la política. Más de veinte años después, Trentin respondió con precisión demoledora a las acusaciones injustas resumidas en el primer párrafo citado, y agradeció a Ingrao su estímulo a definir para el sindicato una nueva frontera con un horizonte ‘no sólo redistributivo’.

Hubo posiciones bastante más cerradas que la de Ingrao en aquel debate. Las citas y las argumentaciones desarrolladas a lo largo del capítulo nos permiten calibrar la dureza de la batalla. Aquí en España tuvimos, por lo que recuerdo, algunos retazos de bronca más o menos asimilables a esa polémica, pero en tono mucho más amortiguado. Los sindicatos y los partidos ‘con base popular’ bastante teníamos, a partir de 1975, con los esfuerzos por salir a la luz y conquistar una visibilidad suficiente en el panorama rocambolesco de la transición democrática. Y la llegada de una izquierda, la socialista, al gobierno en 1982, ocurrió después del sofoco, o la laminación, de la oposición interna, incluida la sindical, y sin otro horizonte que el de la economía de mercado y el gobierno de lo existente. Saludos, Paco
    

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