domingo, 20 de mayo de 2012

LA COMPETENCIA ENTRE DERECHAS E IZQUIERDAS




En esta conversación se comenta la segunda parte del capítulo 6 del libro La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo:  CAPÍTULO 6 (2) DE LA TRANSICIÓN "AL SOCIALISMO" A LA TRANSCIÓN A LA "GOBERNABILIDAD"




Querido Paco, releyendo este capítulo me han entrado ganas de volver a estudiar el famoso libro del maestro Pietro Ingrao, Las masas y el poder, que publicó Crítica-Grijalbo en aquel lejano 1977, traducido (de manera deficiente) por Ricardo Pochtar, el Enviado de Umberto Eco en la Tierra, que nos dejó a todos embobados con su bellísima traducción de El nombre de la rosa. Te aseguro que tengo ese ingrao en la mesita de noche. Mira por tus estanterías a ver si lo tienes. En caso contrario, como posiblemente esté descatalogado, con mucho gusto te lo prestaré la próxima vez que nos veamos. 

Entre nosotros, viejo amigo, no se puede hablar más claro de lo que hace Trentin en relación a una serie de problemas que tenía la izquierda en aquellos tiempos y, al no haber sido resueltos, han llegado, agrandados, hasta nuestros días. Pero antes me permito una hipótesis acerca de por qué la izquierda política, la que se reclamaba “del movimiento obrero”, fue más sensible a una serie de emergencias (ecologistas, pacifistas, feministas) y poco o nada con la que apostaba por la democratización de la organización de la empresa. Entiendo que, desde la óptica tradicional, los primeros formaban parte de la política de alianzas; en cambio, los segundos interferían el papel del partido-guía, la prevalencia de papá-partido como sujeto de grandes reformas o de reformas a secas. Digamos que, también en la estrategia de la “transición”, la naturaleza del partido lassalleano era una pieza clave ¡faltaría más!

Aquella sordera de la izquierda provocó dos cosas de gran importancia. Una, el acelerón que se dio en toda Europa en los movimientos sindicales a la búsqueda de su independencia con relación a sus respectivos partidos; otra, el acelerado trote de la izquierda mayoritaria (la comunista fue desvaneciéndose) hacia ese territorio que describe Trentin: la competición entre derecha e izquierda se convertirá cada vez más en una competición entre dos hipótesis de gobernabilidad de lo existente.  Y así ha ido ocurriendo para desgracia de las izquierdas. Que cada vez más se han contagiado de “la blanca palidez de las derechas”.     

En ese sentido, no parece sorprendente que, por ejemplo, todo el debate de los socialistas –por ejemplo, en las páginas de El País— tras la derrota aplastante de Zapatero (en las autonómicas, municipales y generales) ninguno de los escribidores haya mencionado el carácter de esa competición. Como, por otra parte, tras dicha debacle los socialistas, en un recurrente acto de atrición, insistan ahora en que son la izquierda. Bueno, un matiz: los socialistas catalanes se acogen al matiz estético del nou PSC, recogiendo el eslogan de Tony Blair del new Labour.  Recuerdo la retranca de Trentin aquí en Barcelona cuando me decía: “Es que el new-new-new Labour…”. Cada vez que mencionaba a Blair le añadía otro new más, hasta el punto que empecé a sospechar que  Bruno podía ser de Granada. Por aquello de la malafoyá, que como tú sabes es un sarcasmo que pincha como la piel de un higo chumbo. Saludos desde la talabartería, JL  


Habla Paco Rodríguez de Leca   

Lo que propone Trentin, querido José Luis, es muy parecido a lo que Marx afirmaba haber hecho con Hegel y Feuerbach: volverlos del revés para dejarlos con los pies en el suelo y la cabeza en alto. Porque las ideologías de la transición nos han dejado, disculpa el chiste, con los pies fríos y la cabeza caliente. Contra todas las previsiones, la empresa fordista se ha colapsado mientras que el ejército sigue estando donde estaba. La izquierda vincente ha pasado por el gobierno sin dejar huella y se ofrece todo lo más como recambio válido para luchar contra la crisis desde presupuestos distintos, sí, pero en cualquier caso asumibles por la derecha. En un contexto en el que la primera preocupación de unos y otros es calmar a los mercados embravecidos, tratar de introducir cambios en el gobierno de la empresa suena a provocación insensata a los poderes fácticos.

Justamente provocar a los poderes fácticos es lo que está haciendo en la calle el movimiento del 15-M. Y no es de recibo que el movimiento sindical se sitúe de espaldas a algo que se mueve tan próximo a su sintonía. Conviene establecer vasos comunicantes de dentro afuera de la empresa, y de fuera adentro, y remover cerrojos para abrir las puertas de las empresas a la democracia.

Trentin relata que en los años setenta la izquierda recogió las reivindicaciones más crudas y urgentes del feminismo y el ecologismo y las incorporó a su ideario. Pero lo hizo «en busca de una alianza contingente con estos nuevos sujetos emergentes en vez de cambiar de raíz el fundamento de la estrategia de la transición.» El objetivo de alcanzar el gobierno siguió primando sobre el de cambiar la sociedad. La prueba fue que no se escucharon otras voces (la de Trentin entre ellas, la de Ingrao, la de Bertinotti también si mal no recuerdo) que señalaban la posibilidad de cambios «incluso radicales» en la organización de las empresas, en las políticas industriales y en la organización de la sociedad civil.

Esa puede ser la clave que permita desbloquear la situación actual. Los recelos se han multiplicado; los reflejos defensivos de quienes temen perder lo poco que les queda, también. Costará generar confianza y credibilidad. En la línea de unas ideas que has formulado tú en distintos foros con una insistencia admirable y machacona, pienso que una manera de lograrlo sería un gran movimiento unitario de fondo entre los sindicatos mayoritarios. A calzón quitado. Empezando por plantearse su arraigo y su forma de representación en los centros de trabajo, y su legitimación, para abordar luego el diseño de una estrategia conjunta de intervención en los temas de la organización del trabajo y de la contratación. Y poniendo en conexión fluida ese conjunto de reflexiones con lo que se mueve fuera, para ir definiendo de forma conjunta y consensuada los rasgos salientes de un modelo de sociedad a defender entre todos.

En ese esquema también tienen un papel importante que jugar los partidos de izquierda, por supuesto. Serán ellos los que lleven ese proyecto consensuado de sociedad más libre e igualitaria a la batalla política; a ellos les corresponderá proponer cambios reales, estructurales, en el gobierno del país y del más allá del país. Pero habrán de hacerlo sin introducir vetos, distingos ni prioridades que no sean las establecidas en diálogo permanente con el abajo; y sin intentar hegemonizar y dirigir el proceso desde sus estados mayores.

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