jueves, 17 de mayo de 2012

UNA REFERENCIA A LOS INDIGNADOS

Conversación entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor. Se comenta la primera parte del capítulo 6 de “La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo” de Bruno Trentin, que se encuentra en el siguiente link:   CAPÍTULO 6 (1) DE LA TRANSICIÓN AL "SOCIALISMO" A LA TRANSICIÓN A LA "GOBERNABILIDAD"


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Querido José Luis,
Una confesión preliminar: no me siento muy seguro de acertar en lo que escribo a continuación. Esto es una conversación reposada y desinhibida. Apunto cosas y hago afirmaciones que pueden parecer rotundas, pero no lo son. Espero que tú pongas las salvaguardas, las correciones y los matices pertinentes a lo que propongo –soy consciente– muy en ‘crudo’.

Empiezo. En varias ocasiones en el texto de este capítulo Trentin define la cuestión de la transición al socialismo como ‘ideología’. Ignoro (pero me figuro) la intención concreta con que lo hace, y el alcance que él pretende dar a la palabra: me limito aquí a señalar el dato.

Hubo, dice Trentin, dos ideologías o concepciones distintas de la famosa transición: las socialdemocracias del norte de Europa, con un criterio práctico, situaron la batalla de la organización del trabajo, la protección del trabajo asalariado y los servicios sociales, ya antes del ‘cambio cualitativo’ decisivo que ellos también situaban en el momento de la expropiación democrática de los bienes de producción para poner en pie una sociedad socialista. Fueron ellas las que sentaron con sus reivindicaciones las primeras bases del estado del bienestar, antes incluso de la teorización de Keynes.

En cambio, tanto los partidos socialistas como los comunistas de los países del sur de Europa tendieron a elaborar ‘vías’ de avance basadas en etapas compartimentadas con mayor rigidez: 1) acumulación de fuerzas dentro del bloque de progreso formado por la clase obrera y sus aliados (partidos de masas, y no de vanguardias); 2) conquista pacífica y democrática del gobierno; 3) control progresivo y transformación democrática de todos los aparatos del estado (judicatura, policía, ¡ejército...!), y no sólo el ejecutivo; y finalmente 4), expropiación de los medios de producción, y transición a la sociedad socialista. Después de Suresnes, los socialistas retiraron de su programa máximo esa última fase. En la propuesta, muy refinada, que recibió el nombre de ‘eurocomunismo’, se previeron ritmos diferentes y peculiaridades de país a país, en función de las características sociales y culturales de cada cual, y se dibujó un socialismo de arribada sustancialmente distinto del de los países soviéticos. Pero el fondo de la ‘ideología’ de la transición no varió.

Soy consciente de estar hablando de antiguallas. Nadie es perfecto, según argumentó Billy Wilder. O como dijo Sancho Panza, somos como nos echaron al mundo nuestras madres, y aun algunos bastante peores. Así veíamos entonces las cosas. En alguna ocasión más o menos próxima espero que se produzca una nueva brega con Don Renegado y sus adláteres, y las izquierdas de nuestro país o de otros vecinos avizoren cuartas o quintas vías más certeras que las dos primeras, ya agotadas, y que las terceras, que han sido un fiasco monumental.

Pero vamos a la objeción principal de Trentin, la que habrá de tenerse en cuenta en el diseño de futuras vías. En Italia, y también en nuestro país, los programas rígidamente compartimentados hacia el socialismo colocaron los cambios estructurales relacionados con la organización del trabajo en una etapa tardía del itinerario previsto, poco menos que en el momento de la transición final. El orden señalado fue: primero el estado y luego la sociedad civil. En las primeras fases esos cambios ‘no tocaban’, sólo figuraban en el orden del día la batalla salarial y la batalla más amplia de la redistribución, como elementos desestabilizadores del capitalismo y aglutinadores de fuerzas de progreso con la mira puesta en la conquista del gobierno.

En la base del análisis que se hacía del comportamiento del modo de producción capitalista quedó incrustado un prejuicio ideológico. No se estimó (a pesar de la existencia de pruebas en contrario) que fueran a producirse variaciones ni cambios significativos en las coordenadas básicas de ese modo de producción; y además, predominaba la convicción de que el progreso de las fuerzas productivas había de conducir derechamente al socialismo. El capitalismo avanzado, decíamos entonces, conllevaba ya elementos de socialismo implícitos; ergo, no era conveniente intervenir en ese ámbito hasta llegado el momento de apartar al conductor y tomar el volante para conducir el vehículo de la economía hacia el final feliz de la emancipación humana.

Y hubo en ese análisis otro error aún, que señalaba el otro día con agudeza Ramon Alós. Dando por sentado que el fordismo-taylorismo sería la fase más avanzada del despliegue de las fuerzas productivas del capitalismo, se simplificaron las complejidades de la realidad concreta y se ‘taylorizó’ a todos los trabajadores, uniformizando de golpe su situación diversa, sus expectativas y sus reivindicaciones. Ese pecado original tuvo después consecuencias. Las sigue teniendo.

  
Querido Paco:


Dices que eres consciente de que estás hablando de “antiguallas” en eso de la transición al socialismo. No lo comparto. Permíteme, antes de entrar en ello, una pequeña digresión. ¿Estaríamos hablando de “antiguallas” si debatiéramos sobre el fascismo y recordáramos la famosa polémica entre Togliatti y Thorez, que tuvo lugar a principios de los años treinta? Yo creo que no. Pues igual te digo: no estás hablando de cosas viejunas. Por lo siguiente: tanto la vía rupturista de los partidos comunistas como la gradualista de los socialdemócratas nos han dejado una serie de secuelas en la relación entre política y economía y, en consecuencia, tanto en el carácter del Estado de bienestar como en los contenidos de las políticas contractuales del sindicalismo confederal, empezando por la negociación colectiva. Aunque la vía socialdemócrata parece definitivamente archivada y la comunista se ha ido a tomar por saco nos encontramos, sin embargo, en que la forma de actuar de las izquierdas políticas y sociales siguen haciendo lo mismo que cuando estaban en los carriles de sus respectivas vías. Con una ausencia: nadie plantea el socialismo como horizontes lejanos.

Yo entiendo que las izquierdas, políticas y sociales, deberían buscar el acomodo –desde su propia alteridad al sistema y cada cual con su personalidad y objetivos--  entre política y economía, entre proyecto y reivindicaciones. Y, desde ahí, recuperar –no digo aquellas vías al socialismo--  sino, en principio, la idea del socialismo. Admito que alguien me diga: “hay cosas más urgentes del ahora mismo”. Tal vez, pero una cosa es cierta: tú y yo, ahora, tenemos todo el tiempo de mundo en nuestra condición de jubilados para –además de acudir a las manifestaciones, pegar carteles, repartir octavillas, ir de piquetes— debatir sobre estas cuestiones. Y, si nos sobra tiempo, pegar la hebra sobre las batallas de los ciompi en la Florencia medieval allá por los años mil trescientos y pico cuando aquella crisis que dejó la ciudad hecha cisco.   





Paco, entiendo que Trentin utiliza la expresión “ideología” en aquella acepción que le dio nuestro abuelo, el Barbudo de Tréveris, en su polémica con Feuerbach: la deformación de la realidad en la mente. De donde podemos inferir que las diversas vías de transición al socialismo eran construcciones, concebidas como “ideologías”, como algo inventado a palo seco. Y, así las cosas, las izquierdas se vieron sorprendidas por una serie de cosas como, por ejemplo, la emergencia de nuevas subjetividades en el mismo cuerpo de las clases trabajadoras y la “ruptura feminista”; la aparición en la sociedad civil de nuevas demandas que se escapaban de las lógicas del conflicto distributivo


Pues bien, ahora estamos viviendo la emergencia de un nuevo movimiento, también de naturaleza trasversal, que recorre una serie de países no sólo europeos y americanos sino también africanos: los indignados. Que de manera original afrontan la naturaleza y los efectos de estas democracias envejecidas con planteamientos políticos de nuevo estilo y con reivindicaciones que, por decirlo con Trentin, se escapan de las lógicas del conflicto distributivo. No lo comentamos en nuestra agradable sobremesa en Sant Pol de Marx, acuciados como estábamos en darle una buena salida a la edición digital castellana de La città del lavoro.

Lo cierto es que, al principio, el movimiento del 15 M cogió a contrapié a las izquierdas políticas españoles y a un buen cacho del sindicalismo confederal. No te puedes imaginar hasta qué punto esa emergencia ha provocado perplejidades e incomprensiones en gente tan bragada como amigos nuestros, sindicalistas, que llevan ciento y la madre de conflictos bajo sus espaldas. En un principio fueron los celos: “¿qué se han creído estos que salen ahora?”. Y sorprendidos por el lógico desparpajo de todo lo que aparece de repente contestaban: “pero si nosotros llevamos cuarenta años en la batalla, ¿qué nos van a enseñar ahora?”. He hablado mucho de esto con nuestro Eduardo Saborido que tiene una idea de lo más lúcida al respecto, y me cuenta que por allá se ha enfrentado a algunos amigos, sindicalistas, tan celosos como los que yo me encontré por aquí.  Que incluso han olvidado la exagerada filotimia comisionera de la que siempre hicimos gala los sindicalistas de nuestra generación: “aunque se moje, Comisiones no se encoje”, respondíamos airados cuando la lluvia quería deslucir nuestras manifestaciones.

Es más, con quienes he discutido sobre ese epifenómeno de los indignados, mis interlocutores eran más exigentes con éstos  que con nosotros en nuestros primeros andares e incluso con ellos mismos, en estos tiempos de ahora. Por cierto, no me resisto a darte una sorpresa: he encontrado más prevención entre los sindicalistas más jóvenes. Algo chocante.

Ayer, comiendo con Miguel Helecho y Manolo Híspalis, el primero dijo: los indignados están en la calle y los sindicalistas en el centro de trabajo, así es que están obligados a entenderse. Manolo y yo le aplaudimos a rabiar en medio de la sorpresa de los comensales de la mesa de al lado. 

Te saludo, desde la mañana fresquita de Pineda de Marx.  JL


Habla Paco  


Salvando un malentendido. No, no iban por ahí los tiros, querido José Luis. Coincido plenamente, creo que lo he expresado así en nuestros anteriores desahogos, en la urgencia de revisitar la cuestión del camino hacia el socialismo. Con aviso incluido al conde Lucanor: «Quien no cata los fines, fará los principios errados.»

Cuando he definido como “antiguallas” las anteriores vías, cuando me asaltó de pronto la sensación de estar metiendo la pata en un terreno pantanoso y ser injusto con toda mi generación, incluida mi propia persona, es cuando escribí negro sobre blanco las etapas de avance que enunciábamos, y trompeteábamos con jactancia, en su momento. Sigo solicitando excusas si ando equivocado y perdido por los cerros de Úbeda, pero mi sensación, reafirmada por la lectura de Trentin, es que en el itinerario que nos marcamos entonces situamos la reforma democrática del ejército (¡del ejército!, me admiro en mi comentario) en un momento anterior a la reforma de la empresa taylorista. Hasta ahora mismo, cuando lo escribí, no había caído en la cuenta de tal circunstancia. Y me pregunté, y te pregunto: ¿fue ciertamente así? Porque la cuestión da un colorido bastante siniestro a la calificación de ‘ideología’ con copyright del Barbudo en la que Trentin insiste media docena de veces, evitando con elegancia ir más allá y meter el dedo en el ojo de nadie.

Me apunto por lo demás a la observación del doctor Helecho sobre el movimiento del 15-M, y la aplaudo como tú sin reservas. Un saludo también a Eduardo Saborido. Creo que los veteranos ociosos estamos quizá más predispuestos a escuchar lo nuevo que surge, que las personas metidas hasta el cuello en las dificultades de todos los días. Pero unos y otros estamos condenados a hacerlo. Amén.
Saludos, Paco.




1 comentario:

Simon Muntaner dijo...

¡Qué gusto da leeros, amigos! ¡Y qué capacidad de sugerir temas decisivos! Ambos me recuerdan el verso de TOMAS SEGOVIA: "buscan el limpio decir de un arte de decir / donde escuchar la voz de un arte de vivir". Abrazos desde Aix en Provence