domingo, 27 de mayo de 2012

BALBUCEOS SOBRE EL USO SOCIAL DE LAS CONQUISTAS




Donde conversamos sobre el CAPÍTULO 7 (2) Del "salario político" a "la autonomía de lo político" (2) mi amigo Paco Rodríguez de Lecea y un servidor de ustedes.



Querido Paco, en este capítulo al igual que en los anteriores  nuestro amigo italiano insiste en, digamos, el carácter inseparable de las transformaciones de la organización del trabajo y la influencia de ello en la “sociedad civil”. Desde ese esquema –y habiendo comentado ya la influencia del taylorismo y del fordismo en la sociedad, que ha sido motivo de nuestras conversaciones— hace tiempo que vengo devanándome los sesos sobre un asunto que considero de gran interés: el uso social de las conquistas que ha llevado a cabo el sindicalismo confederal desde hace muchas décadas.

Por más vueltas que le dé siempre acabo estancado y no tengo manera de avanzar. Hace un par de años publiqué en el blog un artículo y cometí la imprudencia de añadir, al final del articulillo, un socorrido continuará.  Pero sigue resistiéndose a salir a la superficie.

Me refiero a lo siguiente: ¿qué uso social se hace de las conquistas relativas a la reducción de los horarios? ¿qué uso social se hizo de los incrementos salariales cuando estos tenían un cierto empaque? ¿qué uso social de otros bienes democráticos? Lo cierto es, querido Paco, que la reducción de los tiempos de trabajo no se ha visto acompañada de un uso que haya favorecido a la cultura, al menos como la concebían nuestro abuelos anarco-sindicalistas con su planteamiento famoso de la jornada de los tres ochos: 8 horas para trabajar, 8 para las relaciones interpersonales y 8 para el descanso. Y, tengo para mí, que los hasta hace poco incrementos de los salarios no han conllevado un temperado uso en los poderes adquisitivos. La pregunta inquietante es: ¿determinado uso de ciertas conquistas sociales puede conllevar paradójicamente a vaciar de substancia tales conquistas?

No estoy diciendo que el sindicalismo debe ser el sujeto principal de la “reforma de la sociedad civil”. Aunque sí soy del parecer que –en la parte que le corresponda--  debe compartir ese paradigma con las fuerzas de izquierda y los movimientos progresistas. Tampoco sé cómo traducirlo de manera concreta. O sea, que sigo tan empantanado como hace años. ¿Cuándo hablamos de ello?  Te saluda desde esta machadiana tarde lluviosa en los cristales de Pineda de Marx. JL 


Habla Paco Rodríguez de Lecea.

La cuestión que propones, querido José Luis, acerca del uso social de las conquistas arrancadas por los sindicatos, es curiosa e intrigante, pero poco significativa desde el punto de vista político, por lo menos según yo lo entiendo. Me explico. El trasfondo de la acción sindical es conseguir mejoras en las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. En las condiciones de vida, en el sentido de que la reducción de la jornada y el aumento del salario no sólo afectan al trabajo mismo, sino que ofrecen al beneficiado posibilidades de enriquecer su tiempo de ocio y por tanto su vida en general.

La utilización que cada trabajador concreto hace de esas nuevas posibilidades queda fuera del radio de acción del sindicato (por lo menos de su acción directa; sí puede ser un motivo sugerente para la reflexión). El interés del tema es sobre todo sociológico: cuando se produce un alza general de los salarios, ¿aumenta el índice de lectura, o bien aumenta el consumo de bebidas alcohólicas, o bien ambas cosas y en qué proporción? ¿Cómo emplean tendencialmente los trabajadores su tiempo libre en las áreas urbanas y/o rurales?

En una sociedad diversificada como la nuestra, el abanico de posibilidades es muy amplio. Recuerdo haber conocido a compañeros de trabajo aficionados a la parapente y al trekking, y a uno que llegó a las semifinales de un campeonato de España de ping-pong. Enrique Domínguez salía corriendo de su empresa gráfica, Grafesa, para atender en su despacho del sindicato las consultas de los afiliados, y de ahí corría al trozo de tierra que cultivaba detrás de su casa, en el Baix Llobregat, y aprovechaba las últimas luces del día para escardar o plantar alguna hortaliza.

Siempre cabe, desde luego, la posibilidad de un mal uso de las conquistas sindicales; de un uso antisindical, inclusive. Es un elemento de preocupación, como tú dices. Pero no veo cómo se puede atajar esa posibilidad si no es con la insistencia machacona en la educación, la formación permanente y el estudio.

Vuelvo a Trentin, y a este capítulo séptimo. Ya había percibido que al apuntar a Tronti nuestro autor disparaba por elevación contra instancias más, ¿cómo decirlo?, encopetadas. El desarrollo del capítulo lo deja claro. A partir de 1972 se produce una quiebra profunda entre la línea estratégica del Pci y la de la Cgil: son muchas las voces, dentro de ésta, que reclaman entrar en la discusión, más allá de las cuestiones salariales, del ‘núcleo duro’ de la organización del trabajo. La dirección del partido las llama al orden con una tremenda severidad, critica esa pretensión, la ridiculiza incluso, habla de ‘pansindicalismo’. En último término, afirma la primacía indiscutible de lo político sobre lo económico, y reclama para sí la centralidad de las decisiones.

Hablas de Amendola. 1972 es el año en que Enrico Berlinguer asciende a la secretaría general del Pci, y 1973 el de la oferta de un gran compromiso histórico a la Democracia cristiana. Corrígeme si me equivoco. Pienso que es de eso de lo que está hablando Trentin; y de lo que ocurrió cuando se antepusieron los pactos de gobierno a las transformaciones sociales.

Sin acritud, sin denuncias, sin gestos grandilocuentes de acusación. Lo que Trentin propone, lo que hemos de retener, son las posibilidades de explorar en el futuro una vía diferente: construir en primer lugar una alternativa sólida, consensuada, bien pensada y madurada, para la sociedad civil. Y sólo luego de haber completado ese trabajo, o esa ‘etapa’, ir con decisión al asalto del gobierno respaldados por la fuerza de una mayoría convencida y de un programa creíble. Saludos, Paco


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