La
democracia tiene instrumentos legales para combatir el racismo y la xenofobia.
La lucha contra esa lacra es, por lo general, contundente. Ahora bien, todavía
hay sectores sociales, cuantitativamente no irrelevantes, militantemente
racistas y xenófobos. Lo que la ciencia ha demostrado como infundado e
indocumentado, el mundo de determinadas creencias admite acríticamente a pies
juntillas: si la ciencia –como demostró la doctora Rita
Levi--Montalcini, premio Nobel, de Medicina 1986— afirma que «sólo hay
una raza, que es la humana», ahora hay quien ideológicamente afirma de la
«etnia sueca», y pronto oiremos referencias a la etnia alsaciana y en la ermita
de san Jarando cada santico exhibirá la supremacía de su etnia particular.
Me
ha producido una profunda tristeza el reportaje de hoy en La Vanguardia,
«Quiero un médico sueco—sueco». Rechazo total a los profesionales de color
obscuro, tiznado o gris. Color de ´Omo´, aquel jabón que «lava más blanco».
Me
encuentro en unos momentos emocionales en los que la tristeza casi se ha
comido, en este tipo de asuntos, a la indignación. Recuerdo una conversación,
la última, que tuve con Manuel Azcárate mientras
volábamos en un puente aéreo Madrid – Barcelona o Barcelona – Madrid, ahora no
sabría decir. Eran momentos muy duros para Manolo: había sido separado del
partido en el que había militando toda su vida y acababa de publicar sus
memorias, ´Derrotas y esperanzas´ en
la editorial Tusquets. El viejo comunista, amendoliano hasta los párpados, me
dijo que tenía un miedo tremendo a que el fundamentalismo reapareciese en la
escena. No pude –más bien no supe— llevarle la contraria. Me quedé sin palabras
ante la tristeza que trasmitía aquel león del comunismo español, del comunismo
de los sueños, no del de las pesadillas.
El
reportaje de La Vanguardia muestra a las claras la dramática patología de un
sector, minoritario pero relevante por su militancia, de la sociedad sueca.
Algo había leído de esos comportamientos en las novelas de Henning Mankell (con el policía Kurt Wallander como protagonista)
que a algunos nos alarmó. Yo sospeché estúpidamente que ´aquello´ era un recurso literario. Leí con ojos
pitañosos.
Sí,
la democracia tiene instrumentos para combatir los comportamientos racistas y
xenófobos. Y debe quedar señalado que no son pocas las reacciones solidarias
con las víctimas del odio. Pero cabe preguntarse si la lucha cultural y
política contra esa lacra es lo suficientemente densa y pedagógica para reducir
la influencia del odio. Porque ahora, a diferencia de los tiempos de Manuel
Azcárate, la xenofobia y el racismo cuenta con instrumentos de poder tan
significativos como los partidos de ese jaez. Y, a más a más, con el tipo de
relaciones políticas que las derechas
tienen con esos partidos ultras. Chocante: esos partidos de la derecha
europea –en España, las gentes de Casado--
que optan por los ultras en vez de la voz con punto de vista
fundamentado de Rita Levi—Montalcini. Esas derechas que se doctoran en tabernas
y tabancos porque no dan la talla para hacerlos en los centros académicos.
Por
último, les ruego lean atentamente y tomen nota de la lección magistral de la
doctora Levi—Montalcini: ´Solo existe una
raza, la humana´ en https://www.lainsignia.org/2008/julio/cul_005.htm
“Quiero un médico sueco-sueco” - La Vanguardia
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