Aunque mañana puede cambiar la
situación, las cosas están ahora de esta manera: Carles Puigdemont plantea a sus amigos, conocidos y saludados la
creación de un Consejo de la República (en Bruselas), elegido por una asamblea
de cargos electos, con poderes a todos los efectos, que le nombraría
presidente; que el Parlament de Catalunya le nombre, igualmente, presidente de
la Generalitat, al tiempo que dicho organismo debe aplicar las políticas que
decida el mentado consejo de la república. Unos propósitos descabellados, que
provocan, según se mire, estupefacción o
hilaridad. O ambas cosas a la vez.
Puigdemont parte de una lectura
truculenta de los recientes acontecimientos
catalanes: parece creer o finge creer que Cataluña es ya una república; que los
resultados electorales así lo avalan; y, finalmente, que su presidencia queda
legitimada por los votos. Es una construcción mental que se da de bruces con la
realidad. O, si se quiere, la distorsión de la realidad en su mente.
Naturalmente el problema no es sólo, ni principalmente, Puigdemont; el problema
es el círculo de allegados que, de manera granítica, le creen y le siguen. Con
la misma fe de los milenaristas medievales. En otras palabras, su Reino no es
de este mundo. Más todavía, siguen pensando que “su” fe mueve las montañas del
Estado y de la geo- estrategia global, de la misma manera que afirmaba aquel
garrulo que increpaba al tren: «Chifla, chifla que como no te apartes…». O de
aquel otro: «A mí, Sabino, que los arrollo».
La vieja política
profesionalizada ha hecho estragos. En todo caso era una política previsible.
Los artificios del hombre de Bruselas no es previsible. Actúa de manera
ciclotímica, ignorando –o fingiendo ignorar--
la fuerza del Estado. Ahora bien,
una cosa es clara en todo este grotesco zafarrancho: el hombre de Bruselas se
aleja cada vez más de las convenciones de la democracia. Un botón de muestra:
la supeditación del Parlament a una fantasmagórica asamblea de cargos electos. El
Parlament como si fuera una hijuela o una franquicia de los de Bruselas. Una violación en toda la regla de la
representación del Parlament.
En ese sentido, vale la pena señalar
esta novedad: derrotado y auto derrotado el procés
se está construyendo un nuevo itinerario, a saber: el legitimismo. Que podría
tener el siguiente lema: aut Puigdemont aut nihil (O Puigdemont o nada). El legitimismo como corpus usurpador de la
legalidad. Como acción confrontada con la legalidad.
En esas estamos; mañana ya
veremos. Ya veremos cómo sigue «la feria del disparate», que dice Joan Manuel Serrat.
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