Homenaje a Manolo Gómez Acosta, tras salir del hospital.
Primer tranco
Cuando los políticos hablan
desde el púlpito suelen acompañarse con una chuleta o guión para que el santo
no se les vaya al cielo. Una de las actividades de los escribas sentados es la
de proveer frases más o menos impactantes a los oradores, especialmente cuando
éstos tienen desde antiguo una cierta pertinaz sequía de sintaxis. Pero cuando
al orador no se la ha suministrado suficiente forraje se producen galimatías de
tomo y lomo. Aunque don Mariano,
actualmente de rajoy en funciones, se lleva la palma, hemos de convenir que no
es el único caso.
Ahora bien, en la última
aparición pública los escribas dejaron escrito en el chuletario de Mariano esta idea: que la jornada laboral acabe, por
lo general, a las 18 horas. No dijo por qué: los escribidores no argumentaron
ni entraron en otras consideraciones, tal vez pensando que Mariano no sería
preguntado sobre el particular o acogiéndose al célebre dicho «habló Blas punto
redondo». Y ahí quedó la cosa. Permitan la exhibición histórica del origen de
dicho refrán. En los tiempos
del feudalismo existía un señor de los de horca y cuchillo, llamado Blas, y que
se distinguía por su carácter avasallador y por la particularidad que había
tenido siempre, queriendo imponer su voluntad. Cuando dos de sus vasallos
tenían una cuestión, iban a resolverla ante su señor, y éste, como era natural,
fallaba a favor de una de las partes. La parte desairada protestaba casi
siempre, y el señor, indignado, ordenaba retirar al que protestaba, quien lo
hacía, diciendo entre dientes: «Lo dijo Blas, punto redondo.» Tras lo cual
seguimos con lo nuestro.
Segundo tranco
Me permito sugerir lo siguiente: el hombre que
fue de Pontevedra ha abierto sin querer un melón que estaba dejado de la mano
de Dios. Encarezco a los sindicalistas, a los analistas laborales y a los
aduaneros de las ciencias sociales a pensar en el detalle: Mariano saca del
archivador, aunque no sea su propósito, el jugoso tema de los tiempos de
trabajo, de su relación con los tiempos de vida, de la jornada laboral, y de su
vínculo con las condiciones y la organización del trabajo. Se trata de unos
asuntos que estuvieron, hace tiempo, en las agendas del sindicalismo
confederal. Por lo que con la excusa de que «Mariano habló», en vez de punto
final, hemos de contestar lo de punto y seguido.
Tercer tranco
O lo que es lo mismo: abrir una discusión no
exactamente sobre “la jornada laboral” sino sobre la esencia de la cuestión, a
saber, los tiempos de trabajo, su reordenación y su control. No se trata, en mi
opinión, de volver a la carga con la mitificación de una ley que resuelva esa
papeleta que, entiendo yo, ha sido una de las causas de la paralización y,
digámoslo claro, del insuceso del sindicalismo confederal en ese tema. Por
supuesto, no hay que descartar una ley. Pero esta debe ser –dispensen la
contundencia— la conclusión de un fecundo itinerario contractual que vuelva a
poner la organización del trabajo en el ecocentro de trabajo, cuya morfología
está en permanente cambio.
En suma, ¿quién nos iba a decir que los
escribas sentados de Mariano nos podían refrescar, involuntariamente, la
memoria sobre un tema que estaba durmiendo el sueño de nuestras dificultades?
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