La consulta a las bases de los
partidos y movimientos sociales es una de las novedades que se debe valorar. De
un lado, porque introduce elementos de participación y, de otro lado, limita el
monopolio del grupo dirigente de la asociación que lleva a la práctica tal
hecho participativo. Pongamos que hablo de las dos recientes consultas: la del
Partido socialista y la de Podemos.
Ahora bien una ´técnica´ de este
calibre, a la luz de estas dos experiencias recientes, merece algunas
consideraciones para que la consulta no aparezca como la crónica de un
resultado anunciado de antemano. A los efectos de lo que queremos exponer es,
de momento, irrelevante que este ejercicio de participación tenga carácter
vinculante o consultivo. Este ahora no es el tema. La cuestión es el formalismo
en sí de la consulta. O, por decirlo de manera coloquial, si la consulta se
convoca y realiza a estilo compadre o tiene el debido rigor en su recorrido.
Así pues, la consulta debe
tener, fijados de antemano: 1) el quórum indispensable para ser validada; 2) la
publicidad claramente expresada donde las diversas opciones puedan ser
defendidas, esto es, el sí, el no y la abstención; 3) una pregunta o preguntas claramente expresadas, y 4)
el sistema de recuento de los consensos o desacuerdos expresados. Posiblemente
sean necesarios otros requisitos. Pero, de entrada, estas cuatro condiciones me
parecen indispensables. La ausencia de uno de éstas calificaría dicha consulta
como de «estilo compadre».
Digamos, pues, que las
convocatorias del PSOE y la de Podemos se aproximan a ese estilo compadre.
Pues, hasta donde sabemos, no se ha normado la posibilidad de que las voces
críticas pudieran ejercer su derecho de hacer campaña en contra de los
planteamientos expresados en la convocatoria. Así las cosas, ambas consultas se
han distinguido por tener este garbanzo negro. Y sacamos una primera y
provisional conclusión: este estilo --¿intencionadamente atropellado?-- no prestigia, no garantiza que la consulta
sea un estilo de mayor amplitud participativa. Es, simplemente, una técnica de
oclocracia aparentemente campechana que, sin dar gato por liebre, transforma
una gallina en un pavo real.
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