Nota aclaratoria. Javier Aristu, tras la manifestación del 11 de septiembre en
Barcelona, me envió un correo planteándome una serie de inquietudes. Le propuse
abrir una conversación particular
sobre el particular. Sobre el particular y todo lo que, desde hace tiempo, le
rodea. Lo más probable es que esta conversación tenga varios capítulos o
trancos. Empezamos ahora con la primera carta de Javier Aristu.
Querido
José Luis:
Me
parece estupenda la oferta que me haces de mantener un diálogo en la distancia
a través del correo electrónico y nuestros respectivos blogs sobre las
consecuencias que se derivan de esta última Diada del 11 de septiembre
en Cataluña. Digo “diálogo en la distancia” de forma física o territorial, que
no cultural o ideológica. Creo que tú y yo venimos de la misma cultura - tú más
obrera y constructiva, yo quizá más especulativa-, aquella de los años sesenta
y de la oposición a la dictadura. Tú, habiendo formado parte como dirigente de
aquel proyecto extraordinariamente atractivo y ejemplar que fueron las CC.OO.
de Cataluña y el PSUC de principios de los setenta; yo, participando de otro
modo en la alternativa democrática desde el comunismo español de entonces. Digo
de entonces porque, como quizás tendremos ocasión de hablar, lo de ahora, en tu
tierra y en la mía, poco tiene que ver con lo que fue. No valoro, de momento;
simplemente describo.
Lo
de tu tierra y la mía es un decir. Tú participas de esa cultura mestiza
que posiblemente es de lo mejor que ha dado Cataluña en la segunda mitad del
siglo pasado. Mestizo en Barcelona significa que eres del sur y eres catalán.
Creo que tu seny se equilibra perfectamente con el talante granaíno.
Has llegado a ser una persona clave en la vida social y política catalana
porque aprendiste eso de la integración enriquecedora y has pasado a formar
parte del pueblo trabajador catalán (“aquel que vive y trabaja en Cataluña”, se
decía). Si me permites una anécdota personal te diré que en la actualidad vivo
esa experiencia de la integración enriquecedora, ahora podríamos decir también
que “problemática” en su sentido más pleno. Mi hija lleva ya más de ocho años
en Barcelona. Allí terminó la carrera, allí empezó a trabajar de profesora y
allí continúa de momento. Decidió que, frente a lo que muchos amigos andaluces
piensan, debía aprender y dominar el catalán si quería formar parte de ese
mundo. Sacó su certificación que le permitirá en el futuro optar a un puesto
público en Cataluña, si quedan puestos públicos en los próximos años. Añora
mucho su ciudad de Sevilla, echa de menos la vida social en la calle, el clima
y el talante humano de su ciudad natal, a pesar de no ser precisamente una
“sevillanita confesa ni cofrade”…
…pero
ella no fue a la manifestación del pasado 11 de septiembre porque no se veía
formando parte del programa independentista. Sin embargo ha ido a todas las
anteriores donde se ha reivindicado un programa alternativo a la crisis
económica, por el empleo juvenil, contra las leyes del gobierno del PP.
Gritando sus eslóganes en catalán, como está mandado en las Ramblas. Ahora le
toca ir a Madrid este 15 de septiembre, con colegas ingleses y alemanes y con
una pancarta en catalán: así es la realidad de hoy, plural, mestiza, coloreada.
Pero
yo te quería hablar en esta primera carta del desconcierto que ha supuesto para
muchos de nosotros que siempre hemos creído en la especificidad catalana, en el
sentido nacional de Cataluña, el programa que ha sustentado la masiva salida a
la calle de cientos de miles de catalanes. Independencia era el eje duro de la
manifestación. ¿Independencia de Cataluña como respuesta a la crisis que nos
embarga? Hay que reconocer que la profunda quiebra de la cohesión social que
vive nuestro país (me resisto a utilizar la palabra estado), o si quieres la
sociedad española, ha sido metabolizada por las vanguardias nacionalistas (de
derecha pero ¿también de izquierda?) en el objetivo beatífico de la
independencia. Así, se nos cuenta, sólo desde la independencia tendrá solución
la crisis social y económica de Cataluña. ¿Será que la sociedad catalana ha
cambiado tanto en estos treinta años –como nos dice Ramoneda- que ya no podemos
entender esta movilización? ¿Estamos ya fuera de los parámetros intelectuales y
culturales que sostiene a esta nueva sociedad catalana?
Hablan
de una nueva transición, esta vez en Cataluña. Aznar ya dijo aquello de la
segunda transición para, entre otras cosas, intentar liquidar el estado
autonómico y el consenso político. Hoy estamos en esa fase: por un lado,
Esperanza Aguirre habla ya sin rubor de la revisión de la organización
territorial del Estado, propugnando la modificación del actual modelo de Estado
autonómico. Ya sabemos lo que quiere decir viniendo desde donde viene el
mensaje. Por otra, Mas, Durán y otros señeros catalanistas hablan primero de la
opción “pacto fiscal” y luego de “que Cataluña necesita un estado”,
es decir, independencia en roman paladino. Leo en este momento unas
palabras que tu presidente de la
Generalitat acaba de dictar en una conferencia en Madrid (hoy
13 de septiembre): “Creo que se está produciendo entre Cataluña y España lo
mismo que entre la Europa
del norte y la del sur. La
Europa del norte se ha cansado de la Europa del sur. Y la del
sur se ha cansado de la del norte por sus formas. Creo que entre Cataluña y
España también hay una fatiga mutua. Cataluña se ha cansado de no progresar y
España de la forma de hacer de Cataluña. En Cataluña se cree que se aporta
mucho y no se la respeta. Y España cree que Cataluña siempre pide y siempre se
queja” (El País digital)
Tengo
que decirte, José Luis, que me causa risa, aunque no estén los días para
ello, eso de hablar de naciones como si fueran personas: “La Europa del norte se ha
cansado de la Europa
del sur”. “Cataluña se ha cansado de España”. Sólo falta que nos hablen de
bodas, bodorrios y divorcios y el problema estará resuelto. No, sabemos
perfectamente que la actual crisis de construcción europea no es un problema de
culturas nacionales, de peculiaridades de raza o de pueblos. No es una división
entre luteranos y católicos, entre productores del norte y vagos del sur.
Sabemos que Europa sufre hoy la síntesis de diversos bloqueos, por un lado el
económico como resultado de la crisis concreta que se ha producido a partir del
desarrollo del actual capitalismo financiero y, por otro pero no menos
importante, la crisis de un modelo político. Es como si Europa se hubiera
quedado gripada en el cambio de marcha. Cada vez más vuelve a resurgir el
debate del federalismo europeo. De una dinámica intergubernamental que ha dado
resultados concretos sobre todo en liberalización de mercados y moneda única,
es urgente y necesario pasar a una dinámica federal, es decir, donde los
ciudadanos europeos tengan que participar y tomar decisiones y donde la
construcción de ese desiderátum llamado Unión Europea sea cosa de las
sociedades, de sus ciudadanos. Pero este debate puede sacarnos del que habíamos
decidido acometer, el de Cataluña en el devenir de España y de Europa. O a lo
mejor no, si trasladamos el esquema federal a nuestras fronteras. De ese modo
tendríamos que resucitar aquellas propuestas de los años setenta, la España federal, sólo que
esta vez a la luz de la experiencia de los años de funcionamiento del estado de
las autonomías, modelo por otra parte no muy distante del federal. Quiero decir
que posiblemente hoy la lectura federalista en España no trataría sólo de cómo
dar más poder y competencias a Cataluña frente a España sino de cómo se debería
reorganizar el poder económico y el estatal –es decir, el llamado “gobierno
central”- en una nueva estructura de poder que significaría más poder a los
entes federados y más poder a los ciudadanos. En definitiva, aligerar el estado
de La Moncloa
y potenciar el estado distribuido de forma concertada y federada.
Por
eso, termino esta primera misiva con la idea de que creo que es posible y
necesario combatir el independentismo desde opciones y posiciones que no vienen
de la derecha pepera sino precisamente de las más dinámicas reservas
espirituales de la izquierda. A pesar de que hoy, la izquierda partidaria, aquí
y en gran parte de Europa esté bajo mínimos.
Como
dice vuestro gran poeta Miquel Martí i Pol:
No és gran cosa, ja ho sé. El món, em diuen,
segueix sent inhòspit, però jo
persevero tossut: no col.laboro.
Seguiremos
hablando, José Luis. Mientras, recibe un caluroso abrazo,
Javier
1 comentario:
Espero con esperanza -¡coño, me ha salido una redundancia!- la respuesta. Cuando uno atiende a las razones por las que se le impelía, durante semanas, a ir -el verbo elegido no lo es al azar- recuerda con pasmo una: "Espanya ens roba!". Lo sorprendente del caso es la incapacidad manifiesta de la izquierda -de buena parte de ella- de sustraerse a dicha lógica. Hay algo -no todo, pero algo fundamental sí- de revuelta de contribuyentes en todo esto.
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