Nota. Sigue la
conversación que ha abierto Javier Aristu publicada simultáneamente en 1. UNA
CONVERSACION SOBRE CATALUNYA y en Una conversación sobre
Cataluña. 1 Ahora le
toca a un servidor.
Querido Javier:
Parece obvio que la gigantesca manifestación del 11
de septiembre en Barcelona es la expresión de un estado de cosas que viene de
tiempo atrás. Por lo demás, tan importante acontecimiento sitúa las cosas de
una manera matizadamente diferente de cómo estaban las cosas: el
independentismo catalán no es ya un dato periférico en la sociedad catalana.
Una primera aproximación a explicarnos ese elemento es el siguiente: no es la
oposición quien lo lidera políticamente sino el sector mayoritario del
principal partido del govern, esto
es, el amplio grupo soberanista probablemente mayoritario ya en todos los
intersticios de Convergència Democràtica de Catalunya. Puede que te parezca una
boutade, pero este partido tiene una
potente matriz togliattiana en lo atinente a la estructura organizativa
(partido de masas y cuadros) que organiza la hegemonía (gramsciana) a través de
los cuatro puntos cardinales de Catalunya. Con el añadido de tener una
fortísima presencia en los medios de comunicación social de masas y en una
inmensa mayoría de la sociedad civil. Hablando en plata: el Evangelio según Palmiro
no lo ha predicado y organizado la izquierda catalana sino la derecha
nacionalista desde las primeras elecciones autonómicas. El evangelio, así pues, se ha organizado desde el poder político en el
gobierno, no desde la oposición.
La habilidad de este grupo dirigente –en especial
Jordi Pujol— consistió, a mi entender, en establecer esta propedéutica: un
sostenido gradualismo (el peix al cove, cuya traducción sería “ave que
vuela, a la cazuela”) que, de momento, era lo aconsejable dado que Doña
Correlación de Fuerzas durante toda la era pujoliana no daba para más. Es
decir, Pujol supo ver la diferencia entre la conciencia real y la conciencia
posible. Primero, por lo ya dicho: la acumulación de fuerzas todavía era
endeble. Segundo, porque los grandes capitales catalanes no estaban por la
labor. Tercero, porque el minoritario sector negocios de CDC estaba más
interesado en la billetera que en otras experiencias. La conciencia posible
pujoliana tenía que temperarse: la táctica era, como ya se ha dicho, el peix al cove.
Veinte años de pujolismo magistralmente gobernados
para preparar las condiciones de la conciencia posible. Veinte años de un
progresivo desdibujamiento de las izquierdas catalanas de matriz socialista y
comunista. La desaparición del PSUC facilita las cosas. Sus herederos entran en
un proceso de radical discontinuidad con el viejo partido: unos, con una
reducida representación y otros casi al margen de las instituciones. Quedan
sólo los socialistas que, históricamente, están lastrados por una permanente
crisis de identidad.
Veinte años de pujolismo donde las categorías
izquierda / derecha quedan gradualmente relegadas a una especie de acumulación
de nacionalismo, esto es, a una competición basada en ser tan nacionalistas
como Jordi Pujol con unas cuantas manos de pintura “de izquierdas”. En esa
tesitura, las izquierdas catalanas están distraídas ante las grandes
transformaciones en el centro de trabajo y en la economía, en la estructura de
las clases laboriosas y en la aparición de nuevas subjetividades de hombres y
mujeres. Y como cantaba Jimmy Fontana gira
il mondo nello spazio senza fine
que se va globalizando mientras que nuestras izquierdas se hacen más aldeanas.
Por su parte, la derecha nacionalista jugó de manera ambivalente dos cartas
simultáneamente: la acumulación de peix
al cove pactando la derecha española tanto con un Aznar con mayoría
relativa como cuando tuvo la mayoría absoluta.
Hubo un momento que pudo representar una cesura: la
llegada del tripartito. Pero, más allá
del intento de una gestión sana (que no es poca cosa), las izquierdas en el
gobierno catalán no consiguieron cambiar la inteligente deriva del pujolismo.
Es más, durante los mandatos de Maragall y Montilla se consolidan las
posiciones soberanistas en Convergència, al tiempo que se mantiene un pacto
implícito entre Convergència i Unió y el Partido Popular para acosar en todos
los frentes a la izquierda tripartita.
Hay un momento, querido Javier, que ha concitado
poca atención –más bien ninguna-- por
parte de la izquierda y los analistas políticos: a finales de noviembre de
2005, Artur Mas, todavía en la oposición,
pronuncia una conferencia en la London
School of Economics (Cataluña,
el nuevo reto). Allí, el ponente
abre una placa tectónica en el nacionalismo catalán, que no ha sido estudiada
convenientemente. Es ni más, ni menos que una clarísima opción por el
neoliberalismo económico que nunca había formado parte del corpus de Jordi
Pujol ni mayoritariamente de su partido. A mi juicio son dos los elementos que
propician esa cesura: de un lado, ponerse al día de las nuevas corrientes en
alza en esta fase de reestructuración-innovación de los aparatos productivos y
de servicios; de otro lado, se trata de la búsqueda de una nueva respetabilidad que se envía a los grupos
de presión económicos y financieros para cubrir la deriva soberanista. Lo uno y
lo otro son una postura frente al tosco, autoritario nacionalismo centralista
español que encarnan especialmente el Partido Popular y algunos sectores
(minoritarios, pero influyentes) del PSOE.
El momento clave es la sentencia del Tribunal
Constitucional en torno al Estatut d´Autonomía, que había sido recurrido por el
Partido Popular. Un mazazo –lo diré sin contemplaciones, ni remilgos-- contra Catalunya, y posiblemente el momento
en el que se gesta la ruptura definitiva de un amplísimo sector de la
ciudadanía catalana contra eso que genéricamente se llama España, España como
trampantojo. La manifestación contra el
caballuno recorte desborda el carácter de la convocatoria hasta el punto que el
president Montilla, convocante del evento, es abucheado.
El nuevo machihembrado –neoliberalismo y
soberanismo, que no equivale necesariamente a un oxímoron-- es ignorado por las izquierdas catalanas.
Pero es captado visiblemente por ciertos sectores académicos y de las escuelas
de negocios. Algunos de sus miembros más conspicuos serán cooptados por
Convergència. En Catalunya el neoliberalismo está con Convergència (cuando está
en la oposición) que es la opción de poder, y se ampliará cuando CiU esté
nuevamente en el poder.
El nacionalismo catalán volvió al poder en unos
momentos en que la crisis económica es algo más que una tormenta. El gobierno
catalán fue, en efecto, el primero que puso en marcha una brutal escalada de
recortes. Ahora bien, el argumentario de los recortadores es en clave
neoliberal: ¿habrá que recordar las declaraciones repetidas del conseller de
Sanidad llamando a la privatización o las no menos indisimuladas de Mas-Colell,
por citar tan sólo las más representativas? Efectivamente, se ponen en marcha
las tijeras, aplaudidas a rabiar por el Partido popular de Catalunya: un
aplauso incómodo, desde luego. No es, entonces, por casualidad que en ese
contexto de brutales recortes aparezca la exigencia de pacto fiscal. De un
lado, para endosar a Madrid toda la
responsabilidad de la falta de liquidez en el erario de la Generalitat ; de otro
lado, para acumular una nueva exigencia que, de antemano, saben que es
inadmisible por el Partido popular y el PSOE. Lo primero no es toda la verdad,
pero si una buena parte de la verdad. La falta de liquidez de la Generalitat se debe a
los efectos de la crisis económica, pero el carácter de los recortes (y sobre
todo la manera de justificarlos y las orientaciones neoliberales que se
predican) son responsbilidad del gobierno catalán. Y también, como en el resto
de las comunidades autónomas (Andalucía entre otras) una buena parte de la
falta de liquidez es consecuencia de una distribución financiera de marcado
carácter centralista.
En toda esa pipirrana, querido Javier, maniobra con
astucia el gobierno de Artur Mas. Que pone en marcha toda una serie de
mecanismos de tensión que le dan fuertes dividendos. Las izquierdas no saben
cómo reaccionar ante ese torbellino, porque no disponen (nunca dispusieron) de
la relación sentimental, que diría Gramsci, con la gente de carne y hueso. Una
ausencia de relaciones que ha engordado la hegemonía del nacionalismo en los
sectores más activos de la sociedad civil.
Especialmente en los sectores juveniles y en la mesocracia catalana,
pero también en determinados vectores de asalariados de medio y alto standing.
Los sectores juveniles más activos están más
vinculados al nacionalismo en sus diversas vertientes, especialmente en el
independentismo que les ofrece un sentido y una meta, la que expresa el grito
de in-indé-independenciá. La mesocracia catalana, que empieza a notar los
efectos de la crisis económica que, gradualmente, la va empobreciendo se va
orientando a marchas forzadas al emblema convergente. Ni a unos ni a otros les
vale ya, en este nuevo contexto, el gradualismo pujoliano que, aunque orientado
hacia la consciencia posible del independentismo, es percibido como la teoría
de límites, esto es, nunca consigue ese objetivo.
Lo diré sin perifollos: el soberanismo y la
independencia son percibidos como objetivos claros; otra cosa es su posibilidad
real, por supuesto. Pero lo cierto es que las izquierdas no ofrecen un sentido
(inmediato o mediato) en sus planteamientos. Es más, no parece que hayan
percibido hasta qué punto los grandes cambios y transformaciones han cambiado
lo que, gratuitamente, dejaron definitivamente sentado: que Catalunya era
sociológicamente de izquierdas. En resumidas cuentas, la nueva deriva catalana
se explica, dicho grosso modo, por los siguientes factores: a) el éxito del
nacionalismo catalán de situar en primer plano la díada nacionalismo /
izquierdas, construyendo una hegemonía real, de masas, favoreciendo lo primero;
b) el contagio de todo ello en una parte importante en las fuerzas políticas de
la izquierda; c) la permanente actitud del centralismo carpetovetónico español.
Así las cosas, ¿cómo extrañarse ante la gigantesca
manifestación del 11 de septiembre que es una expresión parcial de todo lo
dicho? Ahora bien, habrá que ser cautelosos: no todo era independentismo en esa
oceánica explosión de masas. Pero está fuera de discusión quién lideró
políticamente sus objetivos, y –desde luego--
quién puede sacar la rentabilidad de esa presión.
A la espera de seguir pegando la hebra, te saluda (y
manda saludos a Carlos Arenas Posadas y a todo el equipo de En Campo Abierto) desde Parapanda, José Luis López Bulla
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