jueves, 21 de noviembre de 2013

LA PIRÁMIDE DE EDAD DE LOS SINDICATOS




Los demógrafos de toda condición afirman que cada doce meses que pasan somos un año más viejos. Ignoro cómo califican eso que los antiguos llamaban «ley de vida».  Pues bien, lo uno y lo otro queda fijado en esa convención de las pirámides de edad que, en un abrir y cerrar de ojos, nos dan cumplida información del estado de la cuestión.

De lo anterior podemos sacar una primera conclusión (tal vez estremecedora para algunos), a saber: cada doce meses, también, los sindicalistas tienen un año más. Lo que requeriría una atenta reflexión de quienes están ocupados preferentemente en las cosas organizativas, vale decir, en la representación externa del sindicato y en la estructuración interna de la organización. Lo que es esencial para el proyecto, entendiendo por tal «el programa-que-se-organiza» tanto hacia fuera como en el interior de la casa.

Así las cosas, parece conveniente que los sindicatos dispongan de una información veraz de los grupos de edad (etarios) de sus respectivas estructuras. Lo es tanto para el presente como, en especial, para el medio y largo plazo. Y, a partir de ahí, sacar las debidas conclusiones de trabajo. Si el sindicato,  hablando en prosa, es también una agrupación de intereses es de cajón que esté interesado en saber cómo está conformada su representación, ya que está comprobado empíricamente que el carácter de ella indica qué tipo de tutelas propone y a qué colectivos se dirige.

Si dispusiéramos de un estudio solvente de la pirámide de edad estaríamos en condiciones de saber qué relación existe entre población asalariada y población sindicada; qué relación hay entre representación exterior erga omnes y el conjunto de los asalariados; qué relación existe entre comités de empresa y dicho erga omnes. Naturalmente todo ello por grupos etarios y sexos. Porque ello nos daría una idea, no de la fotografía sino de la diapositiva  (o película, mejor) de cómo van cambiando las cosas cada año que pasa.

Es cierto, hay algunos estudios al respecto, algunos de ellos muy valiosos. Por ejemplo, las investigaciones que hicieron en su día Ramon Alós, Pere Jódar, Joel Martí, Antonio Martín, Fausto Miguélez y Oscar Rebollo en La transformación del sindicato: estudio de la afiliación de CC.OO. de Cataluña (Viena Serveis Editorials, 2000). Dichos autores, reputados científicos sociales, son gente que conoce el paño. Pero dicha investigación –pormenorizada donde las haya— data del año 2000.  Se infiere, pues, que mucho ha llovido desde aquellos entonces en los campos de Parapanda. Por lo tanto, en estos últimos trece años, muchos de los encuestados entonces ahora, como dice el tango, «con el paso del tiempo platearon su sien». Y, si las cosas son de este modo (y no de otro), no hay más remedio que variar la tradicional contabilidad organizativa para convertirla en potentes instrumentos de adecuación a la realidad de los representados.

Hemos dicho más arriba que desde 2000 mucho ha llovido en Parapanda. Citaremos tan sólo las que más convienen a lo que estamos tratando: la estructura del empleo, las crisis desde hace cinco años, la desvertebración del mercado de trabajo y los nuevos agentes y movimientos sociales en presencia. Las preguntas que, como mínimo, me hago son: ¿en qué interfiere todo ello a la percepción que se tiene del sindicalismo por parte del mayoritario conjunto de la población no afiliada? ¿qué merma –si este es el caso—ha sufrido el sindicalismo en capacidad de control, poder e influencia en el último periodo, a pesar del gigantesco proceso de movilizaciones en curso? Y en todo ello, si es el caso, ¿qué responsabilidad tienen el carácter de la representación y la forma-sindicato? Vale. 

     

No hay comentarios: