domingo, 7 de abril de 2019

Cataluña: vacío parlamentario y vacío de gobierno



En infinidad de ocasiones tanto Carles Puigdemont como Quim Torra han justificado algunas de sus decisiones como aplicación de lo aprobado en el Parlament de Catalunya. De momento pasaremos por alto el hecho de que «lo aprobado» estuviera al margen y en contra de la ley. Sólo de momento.

Pues bien, la última sesión de la Cámara catalana dio como resultado una desaprobación de la actividad del gobierno catalán y, muy concretamente, de su presidente. A Torra  se le conmina a someterse a una moción de confianza o a que convoque elecciones. La propuesta partió del grupo parlamentario socialista.

La balanza osciló hacia la oposición tras el cambio anunciado de la CUP, que abandonó el hemiciclo por «considerar que la legislatura estaba agotada». Así las cosas, al reprobado ni siquiera le queda la excusa de que la responsable de la votación sea la Justicia, que impide el voto presencial de los encarcelados. Es la CUP quien, como ya se ha dicho, tampoco le ha votado a favor.  Pero el pintoresco presidente de la Generalitat de  Catalunya no entiende que debe obedecer ahora al Parlament.  La lógica política de ese caballero  –digámoslo educadamente--  es particular. Se acepta cuando conviene y ni se acata ni se aplica cuando no interesa. Es la poquedad moral de un agitador de mercadillo.  Aunque bien mirado, dada la inestabilidad parlamentaria Torra había prefabricado su coartada: él «es el pueblo». Y,  se acoge al famoso Grandola, vila morena, «o povo é quem mais ordena». El bonapartismo se ha disfrazado de oclocracia para no infundir sospechas.

Así se ha rematado el año de Torra en el puente de mando del chinchorro. Un año de crisis crónica y cronificada. Un gobierno que no gobierna, ni gestiona; un Parlament que ha acumulado martingalas a destajo y ninguna utilidad para la población.  Un año ominoso. En el que la política ha sido reemplazada por la gesticulación y el caos. Ni siquiera hay mayoría parlamentaria que sustente a Torre y sus delirios de grandeur de bidonville. Un delirio tan grotesco como el que lleva a ese Torra a crear un cuerpo especial para su propia protección, eso es, su Guardia Mora.

Vacío institucional. De momento no parece que haya ganas de salir de esta vacuidad. Es el contagio de la concepción de Rajoy: resistir hasta que las ranas críen pelo. Un doble vacío institucional (de gobierno y parlamentario) que puede durar ad nauseam. Puede durar desautorizando el dicho de que la naturaleza aborrece el vacío. Porque el vacío se ha convertido en un elemento constituyente de la vida política catalana contradiciendo  el principio aristotélico del horror vacui.

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