Se suele decir que en España
enterramos bien a los muertos. Es lo que ha pasado con Carme
Chacón. Las llamadas redes sociales, siempre tan desmesuradamente
bronquistas, han tratado a la política socialista con admiración; quienes han
tirado de bilis han sido insignificantemente minoritarios. La élite política se
ha comportado con decoro. Largas colas en Ferraz y en las sedes socialistas de
Barcelona y Esplugues de Llobregat haciendo su último homenaje a la desaparecida.
O sea, la lucha política, siempre tan inmisericorde, al menos en esta ocasión,
se ha comportado. La única excepción ha venido de sus propias filas. Ha habido –muy
pocos, ciertamente—quien ha aprovechado la ocasión para recordar, en aparatosos
tuitters, que la fallecida apoyaba la candidatura de Susana Díaz. Insignificantes
excepciones dando la nota con el ánimo de rebañar adhesiones.
Me han llamado la atención dos
comentarios de dos viejas amistades: Eduardo
Saborido, que siempre la admiró, recordando el famoso «capitán, mande
firmes» y el de la sindicalistas bajollobregatense Aurora
Huerga, que comenta que cuando fue elegida secretaria general de CC.OO. de la
comarca recibió una carta de felicitación de Carme Chacón. Y se lamenta de la
pérdida de la joven socialista.
Cierto, en España enterramos
bien. Pero nos cuesta llevarnos bien, incluso a la hora de expresar nuestros
desacuerdos.
Me permito una anécdota
personal. Un día nos encontramos fortuitamente. «Me ha dicho que te han operado
recientemente», me dijo con una sonrisa benefactora. Le expliqué que era de
cáncer en la vejiga. Casi no me deja terminar: «Eso no es nada, hombre. Tú y
los médicos os lo coméis con patatas». Y me explicó que lo «suyo» sí era
preocupante. Me quedé de piedra, porque, además, en aquella época (corría el
año 2000) yo no sabía qué era tener el corazón al revés.
Carme Chacón o la pasión por la
política.
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