Barcelona sigue siendo mucho Barcelona.
Ayer volvió a dar la talla. A las cuatro, a las cuatro en punto de la tarde no
cabía un alfiler en el lugar indicado y sus alrededores. Una marcha inacabable. Centenares de miles de
personas camino de la mar mediterránea. Con una fuerte exigencia moral. Con una
denuncia política de altos decibelios. Barcelona, archivo de solidaridad y casa
de acogida.
La exigencia moral: que se
rompan todos los obstáculos que impiden que los refugiados sean acogidos y
puedan vivir con dignidad. La denuncia política a los países de la Unión
Europea que lo impiden de facto. Por supuesto, también al gobierno de Mariano Rajoy. Eso fue
ayer, nuevamente, Barcelona. La Barcelona de Salvador Seguí, Noi del Sucre y Joan Peiró; de Gregorio López Raimundo y Joan Reventós; de Franscesc Casares y Cipriano García; de Mossèn Vidal y Manuel Vázquez Montalbán. Y de muchísimos más.
La manifestación barcelonesa
sugiere unas reflexiones obligadas. De un lado, es la derrota estrepitosa de
los intentos –unos sutiles, otros directos--
de convertir la solidaridad en un delito. Es decir, cuando los
comportamientos de la aceptación del inmigrante son considerados como
ilegítimos y, llegado el caso, previendo sanciones. De otro lado, la masiva reacción
barcelonesa sugiere que la solidaridad sigue siendo un valor profundamente
enraizado. Ciertamente, tampoco es irrelevante el volumen de sus adversarios y
la crispación de quienes la combaten. Así están las cosas, pero de momento ahí
está Barcelona y sus buenas gentes. De las que quieren abrirse al mundo y,
sobre todo, a la problemática de los más desfavorecidos. No escondemos las
dificultades, pero ahí hay mantillo para robustecer la solidaridad y mimbres
para llevarla a cabo.
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