jueves, 18 de agosto de 2016

Organización, Negociación e Industria 4.0



Victor , da recuerdos a las amistades allá arriba. 


Escribe Pedro López Provencio



Uno.- Aseveraciones iniciales


Perded toda esperanza quienes busquéis un empleo fijo, estable, seguro y bien remunerado. Eso pertenece al siglo XIX. Han venido a decir al alimón, este mayo pasado, el jefe de la patronal, Juan Rosell, el ministro del interior del PP, Jorge Fernández Díaz, y el gobernador del Banco de España, Luis María Linde.

A la vez, coincidente en el tiempo, la secretaria de Juventud de CCOO, Tania Pérez Díaz, escribe que impiden el desarrollo de un proyecto de vida autónomo los contratos a tiempo parcial no deseados, el abuso de la temporalidad, las formulas no laborales (becas, prácticas, etc.) y la inadecuación de la formación al puesto de trabajo. ¿Qué puesto de trabajo? ¿Qué formación? ¿Qué empleo de calidad?

Estas declaraciones se producen en un contexto en el que la alienación de los elementos de control del proceso productivo ya está en fase de completarse. La materia prima y el producto acabado a manos del mercader. Los medios de producción, la cantidad a producir y el conocimiento para producirlo, a manos del capitalista (1). En el que la reducción de costes y la maximización del beneficio privado han de conseguirse a toda costa. Y en el que el ninguneo del trabajador empieza a aplicarse con saña.

Sin perjuicio de esas evidencias, podemos recordar que Karl Marx nos dijo que el trabajo dignifica al hombre y Benjamín Franklin lo repitió frecuentemente. Algunos maestros de mi adolescencia nos impulsaron a ser primero un buen Oficial Ajustador y después un buen Maestro de Taller. Porque decían que el ser es permanente y el estar y el tener es contingente. Y la segunda ponencia del 11º Congreso de CCOO de Catalunya empieza diciendo “El trabajo determina la posición social del individuo y sigue siendo uno de los elementos más importantes de socialización de la persona”. Sin embargo, lo cierto es que la organización del trabajo que se viene implantando nos lleva por derroteros muy distintos.


Dos.- La organización capitalista del trabajo.

Conscientes de todo esto, durante los años 70, la posición socio-laboral del trabajador, el control del trabajo y el diseño del proceso productivo, ocupó buena parte de las preocupaciones directas de algunos sindicalistas.

Al final de esa década, los trabajadores de la SEAT, estábamos muy esperanzados. Acabada la dictadura, habíamos conseguido la amnistía laboral. Reingresamos todos los despedidos por causas político-sindicales. Nos sentíamos fuertes. Capaces de alcanzar buena parte de nuestras reivindicaciones. De avanzar hacia la emancipación. Se habían firmado los Pactos de la Moncloa. Pero la patronal no aceptó lo que se estipulaba sobre la masa salarial bruta. Y en cuanto a la organización del trabajo, pretendían mantenerla como facultad exclusiva de la Dirección de la Empresa. Limitaciones estas que nos impusieron un sobreesfuerzo en el binomio negociación-movilización.

Por aquel entonces era generalmente aceptado que los resultados que obtenía una empresa, cualquiera que fuese su naturaleza, siempre eran consecuencia directa del comportamiento de las personas que la componían. Ellas eran su principal activo, su más preciado elemento. Aseguraban el funcionamiento regular, sea cual fuere el grado de automatización o mecanización existente. Una empresa sería lo que fuesen sus trabajadores.

También se sabía que los objetivos se alcanzan siempre a través de los procesos que se ponen en marcha. Con independencia del grado de formalización que tengan. Y para conseguir la máxima eficacia y eficiencia, estos procesos, debían ser adaptados a las competencias que pudiesen ejercer las personas que los habían de impulsar y ejecutar. Y con su concurso. La ergonomía despuntaba. El diseño del puesto de trabajo debía subordinarse a las características fisiológicas, anatómicas, psicológicas y, sobretodo, a los conocimientos y capacidades del trabajador que tenía que realizar el trabajo.

Implícitamente, las normas ISO 9000 y las del premio europeo a la calidad EFQM, declaraban caducos los principios derivados del taylorismo (el cerebro en la oficina y el brazo en el taller). Y propugnaban decididamente la participación y el bienestar de los trabajadores, como condición imprescindible para el buen funcionamiento de la organización y la mejora de la calidad.

Sin embargo, en la práctica, se continuaba con el antiguo análisis de métodos, la determinación de los tiempos y la valoración de los puestos de trabajo. Que, bajo el poder exclusivo y excluyente de la patronal, resultaban claramente contradictorios con los valores postulados.

Con el análisis de los métodos de trabajo se busca la forma más económica, rápida y sencilla de realizarlos. Apropiándose casi siempre de los conocimientos y de la experiencia del trabajador. Porque ningún ciclo de trabajo es capaz de prever, previamente, todas las circunstancias y requisitos necesarios para desarrollar todas las tareas. Son los trabajadores los que suplen las insuficiencias y las carencias imprevistas. La prueba es que, cuando se decide trabajar a reglamento, es decir, cumplir exactamente con las indicaciones contenidas en los ciclos de trabajo y en las hojas de operación, se produce lo que llamamos una huelga de celo y se paraliza la producción.

Una vez fijado el método, se procede a su descomposición en partes elementales. Y a determinar los tiempos de ejecución de los trabajos. En unas pretendidas condiciones óptimas de efectividad y con los medios previstos en cada caso. Que luego raramente se dan. Los tiempos se obtienen cronometrando repetidas veces las distintas tareas, productivas o improductivas pero inevitables. Posteriormente se nivelan con la apreciación de la actividad observada en el trabajador mientras se le cronometra. Y se le agregan también unos determinados coeficientes de fatiga, necesidades personales, penosidad, tensión mental, monotonía, tedio y otros.

La subjetividad en la determinación de tiempos de trabajo es de difícil superación. En primer lugar dependerá del tamaño de la muestra y de si ésta es representativa. Después, de la apreciación de la actividad que haya observado el cronometrador. Lo que depende de su pericia, estado de ánimo y capacidad del trabajador para confundirlo. Y, al final, de los más o menos coeficientes que se apliquen.

Se dice que la actividad normal es la que puede desarrollar un obrero, entrenado en la tarea que realiza, haciendo un esfuerzo equivalente a caminar a una velocidad de 4,5 km/h. O a repartir 48 naipes en 30 segundos sobre las cuatro esquinas de un folio. Es decir, para hacer un trabajo “normal” un obrero ha de desarrollar un esfuerzo equivalente a caminar unos 32 Km en una jornada de 8 horas. O de unos 42 km para obtener el rendimiento óptimo. Intenten caminar 160 Km en cinco días. O 210 Km, si intentan desarrollar la exigible actividad óptima. Semana tras semana. (Ver Art. 98 del XIX CC SEAT)

Se completa el trípode con la Valoración de los Puestos de Trabajo. (En adelante VPT). Esta técnica nace como consecuencia del uso de criterios tayloristas, llevados al límite, en el diseño de los métodos de trabajo. Tiene por objeto conseguir que los aparatos organizativos obtengan mayor control del trabajo y, sobretodo, de los trabajadores. Para ello hay que liberarse de gran parte de la jerarquía de valores (profesionales, culturales, sociales) vigentes en la Sociedad. Hay que conseguir que los trabajadores se amolden con facilidad a los requisitos de funcionalidad productiva y de movilidad en los puestos de trabajo. Para poder llevar a las personas de aquí para allá sin limitaciones, independientemente de sus capacidades. Y poder cubrir los fallos en la programación, las calamidades y los despilfarros inherentes a ésta forma de organización industrial. A la vez que se crea inseguridad.

Repetir indefinidamente tareas parciales desconectadas de su finalidad, durante toda la jornada laboral, días, meses, años, es algo antinatural. Y eso, a principios de los 80, afectaba ya a trabajos de alta cualificación. Conseguir que los trabajadores se adapten a ello no es tarea fácil. Hay que encontrar la forma de obligarles subliminalmente a que accedan a la reducción de su autonomía, en lo que se refiere a la utilización de los medios y a la elección de los métodos. Para eso se necesita romper con las líneas de carrera profesionales que se adquieren fuera de la fábrica y que, en ella, ni se utilizan ni se mantienen. Y ahí es donde actúa la VPT.

Para proceder a la valoración de un puesto de trabajo primero hay que tener descritas las tareas previstas en él. A continuación se le asignan unas puntuaciones de acuerdo con unos criterios preestablecidos (2). Después, para subsanar las incongruencias y las contradicciones más flagrantes, se procede a “comparar” y “equilibrar”. Y finalmente en la Comisión de Valoración, con participación de representantes de los trabajadores que legitiman la ocurrencia, se acaban redondeando. El resultado suele corresponder, normalmente, a las distintas presiones que ejercen los miembros de la Comisión en función de los intereses que representan. En realidad no importa mucho la puntuación que se le dé a cada puesto, siempre que el global sujete la masa salarial en las magnitudes previstas.

La VPT se realiza prescindiendo total y absolutamente del trabajador que ocupe o pueda ocupar el puesto de trabajo que se “valora”. Así, los trabajadores resultan intercambiables y se puede prescindir de ellos con facilidad. Al tiempo que se produce un gran despilfarro en conocimientos, méritos, capacidades y experiencia. Pues los trabajadores suelen estar “sobradamente preparados” para lo que “requieren” los puestos de trabajo en los que se les coloca.

Una vez implantada la VPT, ya no somos peones, especialistas, oficiales, maestros o ingenieros. Ahora estamos en un puesto de nivel 7, 11, 15 o 19. Del ser al estar. Estar en el lugar que se nos asigne haciendo lo que se nos mande. Pronto y casi siempre desde una pantalla y puede que desde casa. Aportando conocimiento “gratis et amore”. Obedeciendo sin rechistar. Que hay muchos esperando. Y da igual que sean peores, igual o mejores, si tienen la formación básica y son sumisos.

Para asentar el sistema, los salarios y la promoción profesional de los trabajadores ya no están en función de lo que se es, ni de su potencial, sino de lo que se les hace hacer, según decida la organización de la empresa. Que cada vez simplifica, divide y automatiza más para pagar menos y no depender del trabajador cualificado. Ya puede uno estudiar y adquirir conocimientos y experiencia que si no le cambian de puesto de trabajo no habrá promoción ni mejora posible. Y cada vez los diseñan más simples y elementales.

Para nada importa que sea caballo, burro, buey, cabra o perro. No importan ni sus cualidades ni sus habilidades. Lo que interesa es que, uncido al palo de la noria, de vueltas sin parar extrayendo agua. Sin saber para qué. O tire del carro. A 4,5 Km/h. O más, si aspira a tener una ración extra de pienso. Con la zanahoria de señuelo. La promesa de un nuevo producto a fabricar. Para que no se lleven la fábrica. Los amos. Ya sin límite para hacer lo que les dé la gana.

También puede que contribuya a la desconexión empresa-sociedad las enseñanzas de formación profesional y la rama técnica de las universitarias. Pues no parece que hayan tenido la capacidad y la rapidez necesaria para adelantarse, o enfrentarse, al ritmo de transformación tecnológica y a los criterios productivos que se instauran en la industria. Ir por detrás y al servicio del sistema financiero, no es lo que deberíamos esperar del sistema educativo. Lo que antes era Oficialía y Maestría Industrial es ahora FP1, FP2, FP3. ¿Quién quiere ser un “Efepedos”?

Al sentimiento de pérdida de identidad individual y colectiva, que todo esto supone, ya nos han ofrecido culpables propiciatorios: la inmigración y el otro. Que nos pueden quitar el puesto de trabajo. O que nos impiden acceder. Puesto de trabajo que han hecho independiente de la persona que lo ocupa y más fácil de ocupar por cualquiera, en cualquier parte del mundo. Intentan hacer creer que el conflicto principal lo traen quienes huyen de la guerra o de la miseria. O los que aún tienen un contrato fijo. Las soluciones son sencillas. Cerrar las fronteras a las personas. Pero no para capitales, servicios y mercancías. Y el contrato único, que nos hará más precarios a todos y facilitará la eliminación o la sustitución. Ante este cataclismo, hay quien busca un ilusorio refugio en su Fábrica, que no es suya, o en su Nación, imaginada. Aun a costa de perder derechos y libertades. La ultraderecha cabalga.


Tres.- Negociación del convenio colectivo.


En una situación contradictoria, parecida e intuida, continuamos en 1978 con la negociación del VIII Convenio Colectivo de la SEAT. Además del salario, la jornada laboral y demás aspectos habituales en toda negociación laboral, había dos asuntos en los que teníamos especial interés. Las condiciones de trabajo de los compañeros que trabajaban en las empresas prestamistas, hoy denominadas “de contrata”, y la organización del trabajo.

Empezamos planteando que todos los trabajadores y sus empresas, que trabajasen en la SEAT, se acogiesen al Convenio que estábamos negociando. La representación de la patronal se negó en redondo. Anunciándonos que algunos servicios, como comedores, orden y vigilancia, mantenimiento y engrase, asistencia sanitaria, limpieza técnica, etc., serían externalizados inmediatamente para que, pagando menores salarios, les saliese más rentable. Este primer escollo se saldó cuando se aceptó, como precedente, la adhesión de FISEAT a nuestro convenio. Dejando esta importantísima discusión para cuando se negociase el apartado de control de gestión en la negociación abierta. Éramos conscientes de la desigualdad que se proponían implantar siguiendo el estilo japonés. Hermosa fábrica de montaje final. Deplorables talleres y empresas suministradoras que se autoexplotasen compitiendo a la baja.

En la actualidad, la “externalización” se ha seguido tratando en punto 4 de las materias acordadas no incluidas en el XIX Convenio de la SEAT. Han conseguido el compromiso de que se arbitrarán medios de información sobre si se cumplen las condiciones laborales mínimas en las empresas proveedoras y contratistas. Después de 38 años, aquí hemos llegado.

La organización del trabajo y la industrial fue tratada entonces, con intensidad, en una de las subcomisiones. Al principio mantuvieron, férreamente, lo de “atribución exclusiva” de la Dirección. Les amenazamos con continuos trabajos a reglamento y huelgas de celo si no llegábamos a acuerdos satisfactorios. Nos creyeron muy capaces. Por eso aceptaron que fuese uno de los primeros temas a tratar en la negociación abierta. Y se acordó el siguiente principio por el que regirse:

Art.- 45. La Empresa, al crear nuevas estructura en el futuro, lo hará prestando especial atención a las aptitudes de todo el personal de sus plantillas, con el fin de aprovecharlas al máximo y dar oportunidad a los trabajadores de desarrollarlas.

Al poco de firmarse el convenio supimos que ya se estaban valorando los puestos de trabajo. Habían empezado por los de los ingenieros y demás personal que no estaban amparados por el Convenio. Nuestra protesta cayó en saco roto. Lamentablemente aún no habíamos logrado que se asumiese colectivamente este tipo de reivindicaciones para poder oponernos con suficiente fuerza.

En el XIX Convenio Colectivo de la SEAT ya han desaparecido todas las categorías profesionales de los trabajadores. Permanecen, aún, las especialidades. Los salarios ya no corresponden a los trabajadores, según su categoría profesional, sino a los puestos de trabajo, según el nivel asignado. Y en cuanto a la organización del trabajo se dice:

 Art. 86.- Nuevo sistema de organización del trabajo
Ambas partes se comprometen a analizar y establecer, mediante acuerdo, nuevos sistemas de organización del trabajo, tales como la implantación del cuarto turno, miniturnos y otras medidas de flexibilidad, en los casos en que se produzca un incremento de la demanda que requiera una mayor capacidad productiva de la fábrica. Ello, con el objeto de llegar al mercado de una manera más rápida, eficaz y precisa, y, por tanto, también mantener y fomentar el empleo.

Ole. Solo es mentira la última frase. Tal vez, alguien debiera reflexionar sobre el camino recorrido en estos 40 años. Y, en su caso, adoptar las acciones correctivas correspondientes.

Cuatro.- Industria 4.0


Ahora empieza otra fase. Van a poner en marcha lo que se apunta en la “Iniciativa industrial conectada 4.0” (3). Con ella pretenden que, en la denominada fábrica inteligente, los seres humanos, las máquinas y los recursos entren en comunicación mutua y directa. Como en una red social. Que se identifiquen por radiofrecuencia, sensores o aplicaciones de teléfonos móviles. Que interactúen entre ellos y cooperen con los “componentes inteligentes” del entorno. Entre los que no se cita a las personas. Para alcanzar los objetivos a través de esquemas de guiado específico. El motor digital será clave. Dicen que permitirá la generación de nuevos modelos de negocio. Mediante un sistema de gobernanza que implique a muchas instituciones sociales. Entre las que no se mencionan expresamente a los sindicatos.

Para ello tendrán que ir ajustando los procesos. Adaptándolos a las nuevas necesidades del entorno digital. Y a la mayor obsolescencia tecnológica que pueden sufrir los componentes. Tanto de medios como de productos. Porque les parece que el ciclo de vida, de los componentes de automoción por ejemplo, tiene unos plazos demasiado largos. Ahora, desde la fabricación del producto hasta el final de su vida útil, pueden llegar a los 12 años. La nueva era digital no va a admitir tiempos tan amplios. De los objetos que duraban casi para siempre, a los 10 a 12 años actuales, se pasará a los 3 o 4 futuros. Mayor rapidez en la renovación. Con la consiguiente generación de beneficio, desechos industriales y ampliación del vicio de “usar y tirar”. La información que generará el sistema servirá para anticipar las “necesidades” del cliente. Y para predecir las ventas con la información histórica y las variables de mercado. Los datos personales que se obtengan posibilitarán e incrementarán las utilidades de control y de manipulación del trabajador y del comprador.

La obsolescencia, incluso programada, alcanzará también a las empresas, cuya longevidad media se reducirá considerablemente. Hasta a 1/3 de la actual. Se acortarán los ciclos de renovación. La inseguridad laboral será una característica esencial del sistema. El desempleo ocasional o habitual alcanzará a casi todos los trabajadores, tengan la cualificación que tengan.

Para que funcione el nuevo sistema se necesitará la máxima implicación posible de los trabajadores en el proceso de innovación. Al menos inicialmente. Pues el cambio de paradigma hombre-máquina, que puede generar Industria 4.0, propiciará nuevas formas de trabajo en las fábricas. Algunas susceptibles de ser realizadas en el domicilio y en otros lugares de trabajo móviles y virtuales. En cualquier punto del Globo.

Tienen previsto seguir expropiando la sabiduría de los trabajadores. Aprovechando que las personas somos creativas, proactivas y flexibles. Para ello considerarán alguna forma de participación en las estrategias de acción y en las variables de gobierno. Y para que fructifique la creatividad, dicen, van a fomentar un ambiente organizativo basado en la confianza, en la equidad, en la justicia social, en la delegación de poderes y en la responsabilidad aceptada. Ya. Lo que pasa es que el significado de esas palabras, a la hora de convertirlas en acciones, no es el mismo para todos. Y ya nos advirtió  Santiago “de buenas intenciones está en infierno empedrado”. Para avanzar en esos propósitos deberían participan ya en el diseño, con poder y bien asesorados, representantes sindicales sin domesticar. En otro caso no será creíble. Ni podrá ser real.

Evidentemente la tecnología es útil. Pero no será capaz por sí sola de superar los problemas que conllevan dos objetivos contradictorios: atraerse la inteligencia de los trabajadores, por un lado,  y el de controlar sus prestaciones disminuyendo su dignidad, por otro. Y será una tentación irresistible forzar la segmentación de la fuerza de trabajo, al comprobar que se trata de un vínculo social independiente del tecnológico.

También se proponen crear nuevas estructuras sociales en los centros de trabajo. Que gestionen la salud, la organización del trabajo, los modelos de aprendizaje permanente y los planes complementarios de estudios. En función de sus intereses y sin control público. Probablemente diferenciados de los que existan en la Sociedad.

Y también se prevé diseñar un nuevo sistema de puestos de trabajo diferenciados. Que permita la utilización de inmigrados y de trabajadores de baja cualificación, intercambiables, baratos y prescindibles. Aunque eso ya no será novedad. Pues ya ha llegado el día en que personas sin ocupación laboral, incluso con buena formación, solo tienen acceso a empleos mal pagados, con condiciones de trabajo deficientes y gran inestabilidad. Y se consagrará esta situación si los sindicatos y el poder público no toman cartas en el asunto.

Todo esto contribuirá  a ampliar las desigualdades. Especialmente las de renta. A las que se refieren las nuevas clases sociales (alta, media, baja) que pretenden sustituir a las tradicionales (obrera-trabajadora, campesina, burguesa, capitalista-financiera). Ya se puede comprobar que, desde hace tiempo, se están creando oportunidades desproporcionadas para pocos. Trabajadores altamente cualificados, de clase alta, que puedan permitirse el lujo de pagarse una enseñanza especializada de élite.

Estas tecnologías radicalmente innovadoras, disruptivas, y las nuevas formas de trabajo pueden generar consecuencias socialmente peligrosas, que convendría indagar más y adoptar las adecuadas acciones correctivas. Por ejemplo. Cuando el reponedor y el cajero del supermercado sea sustituido por automatismos guiados por el chip del producto. Y solo sea necesario un vigilante con porra y perro. Como ya sucede en el metro de Barcelona, donde incluso se ha suprimido al conductor en alguna línea.  Cuando nuestras enfermedades y dolencias se las tengamos que contar al teléfono móvil. Cuando se sustituya a los técnicos por algoritmos y a los trabajadores que realicen el trabajo menos cualificado por máquinas automáticas. Habremos entrado en una dimensión desconocida.

Un nuevo estudio (4), de la Oficina de Actividades para los Empleadores de la OIT, indica que la era de la robótica ya es una realidad, incluso en los países del sudeste asiático (ASEAN). Las tecnologías avanzadas, tales como la impresión 3D, la robótica y el Internet de las cosas, ya son apreciables. Estas tecnologías, dicen, que son positivas para aumentar las ventas, la productividad laboral y el empleo de trabajadores muy calificados. Sin embargo, los puestos de trabajo para los que se requieren menos cualificaciones son particularmente vulnerables a las tecnologías disruptivas, que se irán introduciéndose paulatinamente a fin de sustituir principalmente empleos poco cualificados, cuando su coste se reduzca y las innovaciones estén al alcance incluso de las pequeñas empresas.

Un antiguo compañero de estudios, directivo de una multinacional antes de jubilarse, me reprochó que solo vea la parte negativa. Y no. Que el trabajo penoso, simple y repetitivo lo hagan las máquinas automáticas es fantástico. Y los avances científico-técnicos en materiales, mecánica, neumática, hidráulica, electrónica e informática, me parecen tan maravillosos como imparables.

El problema está en el reparto de los beneficios y las cargas. En la Sociedad que se dibuja. De quién programa, dirige y controla el proceso productivo y la posición que en él ocupamos las personas. Porque ¿han de seguir dirigiendo esos que no han tenido ningún escrúpulo en modificar los sistemas del coche que fabrican? Para que no se detecte que envenenan más de la cuenta el aire que respiramos. ¿O de los que recomiendan a la mujer profesional que congele sus óvulos, para poder tener hijos en un momento “más propicio” que no interfiera en su rendimiento? ¿O de los que elevan a “dogma de fe de la ciencia industrial” lo que solo son posibilidades que admiten prueba en contrario? ¿O de los que ofrecen a nuestros hijos vivir peor que sus abuelos, con menos derechos, menos servicios sociales y más restricciones a la libertad? ¿O de los que han implantado un sistema que deteriora las condiciones de vida, cercena la igualdad de oportunidades y ataca a la dignidad?


Cinco.- Consideraciones finales (por ahora)


Ahora en CCOO han decidido repensar. Y hasta es posible que se renueven y acceda la generación de nuestros hijos a la dirección del Sindicato. Podría ser un momento adecuado para dedicar más atención al proceso productivo, al trabajo, a sus condicionantes y a sus consecuencias. A fin de cuentas esa es la base de su origen y la razón de su existencia.

Hay que intentar impedir que sigan desquiciando más a esta Sociedad. Con el casi único objetivo de seguir haciendo más ricos a los especuladores financieros y a sus directivos. A los que les importamos un bledo, el trabajo, los trabajadores y la gente en general. A esos directivos, que les sirven, es a los que hay que controlar de forma constante y exhaustiva.

Como más pronto que tarde se irán apercibiendo de que el trabajo en grupo y cooperativo es mejor que el del trabajador aislado con tareas fragmentadas, podría ser la ocasión de recrear la célula que recuperase la acción sindical de otro tipo en la fábrica. Al tiempo de organizar a los trabajadores sabiendo que el vínculo con la empresa o fábrica será perecedero. Por lo que la negociación colectiva deberá enfocarse preferentemente hacia ámbitos superiores de sector o comarca y con referencias a los tiempos de desocupación.

Para eso el Sindicato ha de arrebatarle la hegemonía del discurso a la Dirección de la Empresa. Y lograr que un trabajo libremente elegido vuelva a ser un atributo de ciudadanía. Que las personas puedan insertarse en una actividad útil y profesionalmente gratificante. En un entorno donde el talento pueda emerger y practicarse. Tutelando la elección de los responsables y portavoces de los grupos de trabajo donde se vayan implantando. En línea con el enunciado de la segunda ponencia del 11º Congreso de CCOO de Catalunya que dice “El trabajo determina la posición social del individuo y sigue siendo uno de los elementos más importantes de socialización de la persona”. Para avanzar en la utopía de exigirle a cada uno según sus posibilidades y darle a cada cual según sus necesidades, como mínimo.

Agosto de 2016





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