viernes, 13 de noviembre de 2015

¿Por qué la cabezonería de Artur Mas?




¿Cuántas veces debe decir la CUP que no a Artur Mas para que este caballero se baje del burro? Y eso que Mas se ha desabrochado los pantalones hasta las rodillas. Lo que implica poner a la intemperie las partes pudendas para lo que sea de menester. Lo que ocurre es que la CUP no tiene –al menos, todavía--  ciertas inclinaciones. Ha dicho que Mas no es de su interés. Sea, pues.

En esa situación valdría la pena escarbar a fondo cuál es en realidad la explicación de la cabezonería de Artur Mas en mantener su candidatura a la presidencia de la Generalitat de Catalunya. La primera explicación que se nos viene a la cabeza es que este caballero tiene un exceso de autoestima o un exagerado sentido de su misión histórica, algo así como «o yo o el caos». Que, en el fondo, es una secuela del pujolismo, vale decir: «Cataluña soy yo». Digamos que el cesarismo en todas sus expresiones ha influido también en los movimientos nacionalistas. Tengo para mí que esto es una parte de la explicación. Pero no toda. El empecinamiento de Mas podría tener segundas y hasta terceras derivadas. ¿Qué explicación nos debe, pues, el caballero contumazmente  mendicante?

Tal vez una de las claves  –y no precisamente la menor--  de la testarudez de Mas debamos escarbarla en la situación de su partido, Convergència Democràtica de Catalunya. Esta organización fue entrando, curiosamente mientras se producía el independentismo rampante, en un proceso de declive que se concretaba en una fase de parábola electoral descendente. Y contemporáneamente su competidor más directo en el terreno político, Esquerra Republicana de Catalunya, fue zampándose una buena carreta de su consenso electoral.  Digamos, además, que mientras tanto fueron estallando dos casos judiciales de enormes proporciones: los atinentes a la familia de Jordi Pujol, deus ex machina de Cataluña durante décadas, y el conocido popularmente como del 3 por ciento. Dos casos separados, aunque interconectados. Fueron dos expedientes judiciales que siguen teniendo enormes repercusiones políticas. Todo ello ha llevado a un hecho incontrovertible: Convergència está hecha, dicho coloquialmente, unos zorros especialmente en los asuntos de intendencia.  

Dicho con más precisión: Artur Mas tal vez piense que una de las formas posibles de ´salvar´ su partido (y tal vez a sí mismo), al menos como hipótesis, es mantenerse como presidente de la Generalitat. Desde ese torreón tendría más mano para reorientar el terreno de secano donde se encuentra CDC. Porque, con sinceridad o sin ella, en su partido se ha extendido la idea de que, tras el escándalo de Pujol, había que romper con toda la herencia pujolista. O sea, borrón y cuenta nueva. En ese sentido han apuntado los siguientes elementos: la coalición Junts pel Sí en las pasadas autonómicas, la nueva etiqueta para las elecciones generales, Democràcia i Llibertat, y la más llamativa, que es el definitivo cambio de nombre de Convergència. En cualquier caso, el viejo nombre está ya en capilla, sólo le falta el acta de defunción.  

Así las cosas, comoquiera que todavía parece ser que no es la hora de los capitanes en la dirección del nuevo partido –hijo o hijastro de Convergència--  se necesita un cabeza de cartel, real o postizo. Que en cierta medida sea capaz de guiñarle a su vieja guardia –y a sus bienestantes sectores tradicionales— diciéndoles: «Seguimos siendo de los nuestros». Eso no lo pueden hacer ahora los jóvenes capitanes todavía precarios de entorchados y galones. 

De ahí ese cierre de filas en la orden mendicante convergente y esa resistencia numantina en mantenerle como candidato a la presidencia de la Generalitat.  Es una política de resistencia.   


1 comentario:

Federico Gallo de Haro dijo...

Yo más bien diría que Mas desea quedar aforado para que no lo metan en la cárcel!